Jordan, divorciada a sus veintisiete, siente el peso de no haber hecho funcionar su matrimonio aún sabiendo que no fue su culpa. Y para rematar, en menos de seis meses lo pierde todo y su vida da un giro de 180 cuando aparece un niño frente a su pue...
Se siente extraño volver a un lugar al que no visitabas hace años. Bailey lleva su mano tomada a la mía y en la otra lleva un par de lirios rosados. Eran los favoritos de Rose.
Tanto tiempo sin volver me ha hecho olvidar un segundo donde estaba exactamente su lápida. Luego de caminar por los caminos de tierra y zacate finalmente llegamos.
—Es aquí —digo.
La foto de Rose que habían puesto en un marco redondo de madera se ha puesto de un verte pálido, casi blancuzco por el sol. No hay flores, a excepción de una maceta que probablemente tenía alguna planta que era otra de sus favoritas y que ahora se ha secado de llevar tanta luz solar y lluvias. Incluso la maceta está echada a perder y la tierra se ve sumamente seca.
Bailey se inclina para dejar los lirios sin soltarme la mano. Luego se lleva la punta de sus dedos a la boca y lanza un beso a su madre.
Es tan espontáneo y natural que sonrío.
—¿Crees que esté feliz de que hayamos venido? —pregunta.
—Sin duda, B. Ella debe estar muy, muy feliz.
—¿Debería decirle algo?
Sonrío. Sólo Bailey es capaz de hacerme sonreír en momentos importantes y delicados como este.
—No si no quieres —le acaricio el cabello antes de acuclillarme. Miro las letras que pusieron para ella el día de su entierro.
Rose Marie Bakersfield Madre – Amiga – Hermana – Novia 1988-2012 Ahora en paz
Beso la punta de mis dedos y luego los pongo en la tierra que cubre su tumba.
—Te he tenido tan abandonada, lo siento —sobo la espalda de Bailey. Están comenzando a picarme los ojos ahora—. Desearía que estuvieras aquí. Que hubieras conocido a nuestra hija —miro a Bailey—. Dice que quiere ser una Jockey.
Bailey asiente con entusiasmo.
—Quiero ser Jockey —mira la lápida de su madre y se acuclilla como yo. Pone las manos sobre la tierra—. Mamá, voy a ser Jockey.
Los labios me tiemblan cuando sonrío a Bailey, que ha girado a verme buscando alguna reacción de mi parte.
—¿Qué tal si le cuentas del partido del sábado? —le animo— Casi lo ganamos.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Estoy parqueando la camioneta al lado de la casa de mis padres cuando escuchamos los relinchos de los caballos que vienen desde el establo.
Bailey se desabrocha sola el cinturón y camino con ella en mi cadera hasta el pequeño redondel. Mi madre está guiando a Milly que lleva a un niño de al menos ocho años en el lomo.
Mi madre se ha dedicado a esto desde hace más de quince años. Todo comenzó con el hijo de su vecino, Chad. Era un niño autista que se llevaba muy bien con mi madre, así que mamá comenzó a investigar sobre cómo podía ayudarle. Fue así como descubrió la equinoterapia y posteriormente fue la carrera que llevó en la universidad. Lamentablemente Chad se llevó al niño, así que mamá no volvió a saber de él ni sobre sus clases de equinoterapia.
—Es increíble, ¿No crees? —comenta a mi padre. Lleva puestas las botas y huele a sudor y a caballos—. Que tu madre pueda entrar a un mundo tan inaccesible como el de un niño autista.
Mi padre y yo ayudamos a mamá con los caballos y a mantener limpio el redondel y el establo, pero en cuanto a las terapias es ella quien se encarga al cien por ciento. Fui testigo del proceso largo de Monty. Los niños autistas suelen estar encerrados en sus propios mundos y requieren cuidados y mucha atención y paciencia.
Monty al principio ni siquiera se acercaba a Milly, pero con el tiempo y con ayuda de mi madre comenzó a acariciarla, luego a darle de comer, palmear su lomo, hasta que mi madre consiguió que la montara.
—Sí —digo—. Realmente no sé cómo lo consigue.
—¿Después de él puedo montar a Milly?
—Quizás luego —le beso la mejilla y se la entrego a papá—. Ve adentro con el abuelo. Ya tengo que irme al bar.
—¿Puedo ir contigo?
—Cuando cumplas dieciocho podrás ir conmigo.
Bailey se cruza de brazos. —¡Pero tengo cuatro apenas!
—Exacto.
Bailey se va con mi padre dentro de la casa todavía de brazos cruzados. Es una niña explosiva y ocurrente, pero no me gusta llevarla al bar a menos de que sea sumamente necesario. Minutos más tarde mi madre se acerca a mí. Está sudada, enérgica y muy sonriente.
Ella no tiene idea de lo mucho que me gusta verla siendo tan feliz por esto.
—¿Te vas al trabajo, cariño?
La abrazo y le doy un beso.
—Sí, ya debo irme. He dejado a Trevor solo estos días.
—Claro. ¿Y cómo les fue hoy?
Observo a mi madre un segundo. No está completamente seria, pero luce curiosa y un poco sentimental. Ella hace mucho que tampoco visita a Rose.
—Bien. Habló con su madre, le dejamos lirios. Creo que ya nadie la visita.
—Es una pena —dice, luciendo ligeramente culpable—. La próxima iré con ustedes. Tengo muchas cosas qué decirle de su hija.
Su comentario me hace sonreír, principalmente porque habla de Rose como si realmente estuviera físicamente, como si nos escuchara.
¿Sí nos escuchas, Rose? Espero que notes que trato de ser un buen padre donde quiera que estés.