Capítulo 12 | Jordan

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—Malorie quiere hablar contigo, Jordan.

Tom me mira de arriba abajo. Hay algo extraño en su mirada, parece preocupado por mí. ¿Preocupado porqué?

Dejo lo que estoy haciendo y le sonrío. Él también me sonríe, pero no es una sonrisa natural, es forzada.

—Gracias, Tom. Ya subiré.

Meto mi teléfono en mi bolsillo trasero y subo las escaleras hasta la oficina de Malorie. De nuevo está tirada en el suelo y al entrar sin tocar me topo con un chico de al menos veinte años de espaldas a Malorie, quieto, posando y desnudo. Me cubro los ojos.

—Eh, volveré después.

—¡No, no! —Malorie se levanta del suelo y con la mano le pide al chico que se retire— Luego continuamos.

El chico toma la bata que tiene cerca, se la pone y nos deja solas. Inmediatamente el ambiente se vuelve tenso, pero no entiendo porqué.

—Cierra la puerta, Jordan. Por favor —lo hago.

Malorie no deja de mirarme en ningún momento. Está callada y un poco seria. No puedo evitar sentirme terriblemente inquieta y nerviosa de que no me diga qué pasa.

—¿Ocurre algo?

—Ocurren muchas cosas —dice, recostándose a su escritorio. Suelto una risa nerviosa sin poder evitarlo.

—¿Hice algo malo? —pregunto, pero no me responde— ¿Me vas a despedir?

Malorie es tenebrosamente calmada. Siempre me ha dado miedo por eso. Nunca sabes si está molesta, entusiasmada o si te está haciendo un cumplido o un insulto. Es inexpresiva y curiosamente pacífica.

—Jordan, le dijiste a un cliente que una de nuestras esculturas era una mierda —el alma se me cae a los pies.

Señor Félix, es usted un..

Hijo de perra —gruño. Ni siquiera pierdo mi tiempo aclarando que en realidad quien lo dijo fue él y no yo. Pero supongo que apoyar su comentario fue básicamente también decirlo.

—No quiero tener a alguien trabajando en mi galería que odie el arte. Mi arte —está apoyada al borde del escritorio y se ha cruzado de brazos. El que no luzca molesta me pone tres veces más inquieta y me preocupa.

—He trabajado aquí por más de tres años. ¡Yo amo mi trabajo!

—Pues no lo parece.

—¡De verdad lo hago! Sólo no... no me gusta lo que trae consigo, es todo.

—Exacto.

—Pero puedo hacerlo mejor, lo prometo. Sólo dame una oportunidad.

—Lo siento, Jordan, ya te la había dado, ¿Lo recuerdas? —aprieto los ojos con fuerza cuando recuerdo que es cierto.

Hace un par de meses, mientras estaba en medio proceso de divorcio, hubo una gran e importante presentación de obras en la galería de Malorie. Era una colaboración con uno de sus amigos pintores. Yo cometí el error de mezclar mis problemas con el trabajo y el alcohol y terminé diciendo exactamente lo que pensaba.

Fue, realmente, un milagro que Malorie no me echara al día siguiente. Supongo que le dio lástima por lo que estaba pasando en ese momento. Pero no esta vez.

—Entonces dame otra, por favor. De verdad necesito el empleo ahora más que nunca.

—Jordan...

—¡Tengo a un niño al qué mantener!

—¿Disculpa? —no parece asombrada de que le haya alzado la voz, sino más bien sorprendida por lo que le he dicho. Suspiro.

—Mi padre me dejó a su hijo de cinco años a mi cuidado.

Sus cejas de alzan

—Oh, Jordan —sacude la cabeza. Parece decidida y sé que nada de lo que diga la hará cambiar de opinión. Realmente no me urge el dinero, tendré pronto el pago de la venta de la casa, tengo el dinero que me dio Ian, ahorros, dinero que heredé de mi madre en el banco, ahora la indemnización, pero no quiero quedarme sin trabajo, no quiero quedarme sin nada qué hacer—. Mira, la persona que ocupará tu lugar ya lo sabe y entra esta semana. Lo único que puedo hacer por ti es pagarte una buena indemnización por tus años trabajando para mí y desearte buena suerte.

—O sea que llevabas pensando en despedirme desde hace tiempo.

Malorie se encoje de hombros. —Jordan, me agradas mucho, pero la decisión está tomada. Lo siento.

Se sienta en su silla de escritorio y saca su chequera. Escribe la cantidad y luego firma. Seguidamente me entrega el papel y me extiende la mano.

—Para la próxima sólo no confíes en clientes como Félix —me dice—. Que tengas buena vida, Jordan.

Entro con June a casa, pero ni siquiera consigo caminar hasta el sofá y sentarme

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Entro con June a casa, pero ni siquiera consigo caminar hasta el sofá y sentarme. Me recuesto a la puerta y me deslizo hasta caer al suelo.

En menos de seis meses he sido engañada, me he divorciado, mudado de casa, enrollado con un tipo, mi padre ha vuelto, estoy a cargo de un pequeño de cinco años y he sido despedida de mi trabajo de más de cuatro años. Si la vida puede ir peor que esto entonces supongo que no he vivido nada.

June se toma los brazos y tuerce la boca. Está evidentemente incómodo de verme tirada en el suelo, así que me pongo de pie.

—Ahora tendré mucho tiempo libre —le paso la mano por el cabello y sonrío—. Quizás podamos ir a comer y a comprarte juguetes mañana. Tu cuarto está muy vacío.

June sonríe y asiente. De nuevo he conseguido ganarme una emoción de su parte.

—¿Tienes hambre? —vuelve a asentir. Temiendo a que me rechace me inclino para tomarlo y cargarlo en mi cadera. No se queja, así que camino con él hasta la cocina—. Vamos a comer entonces.

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