De Camino a casa

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- ¡Cógete el paraguas! Me dijo mi madre. Yo la hice caso y salí de casa. Hoy no llegaría tarde. Últimamente nunca llegaba a tiempo al instituto, me levantaba a la misma hora que antes, salía a la misma hora que antes, pero nunca llagaba a tiempo. Antes, salía de casa a las ocho, y llegaba a las ocho y media, Pero un día, no se por que, empecé a llagar tarde. La primera vez solamente fueron unos minutos, pero al día siguiente llegué tres minutos tarde y al siguiente, cinco. Al cabo de una semana... ¡Ya llagaba diez minutos tarde! Nadie se dio cuenta, al fin y al cabo, todo el mundo se retrasa alguna vez, pero yo no. Yo nunca llego tarde. Y esto no podía seguir así. 

El martes, pensé en ir súper-deprisa, me puse las deportivas aunque no tocara educación física y me abroché bien el abrigo. Tú me dirás: - pero, en vez de ir tan corriendo, ¿No será mejor levantarse un poco antes? Ya lo se, ahora que lo pienso tiene mas sentido, pero esa opción no entra en mi cabeza a las siete de la mañana. Bueno, el caso es que fui lo más deprisa que me permitieron las piernas (que tampoco es demasiado con diez kilos a la espalda) y me cronometré para poder repetirlo al día siguiente. Tardé veinte minutos (que no está nada mal) Y llegué justo antes de que empezara la clase. Hasta ahí todo normal. El problema llegó al día siguiente. Y es que, aunque salí a la misma hora y tardé exactamente lo mismo, no llegue a tiempo. Aquí pasaba algo raro. Estaba segura de haber mirado la hora ates de salir, es mas, el día anterior había comprobado que, absolutamente todos los relojes de la casa estuvieran en hora. Tras mucho pensarlo, llegué a la conclusión de que, o mi casa se alejaba del instituto, o el instituto se alejaba de mi casa.


Para saber cual de las dos era la correcta, decidí investigar a fondo todo movimiento, en mi casa, y en el instituto. En consecuencia, al día siguiente, pregunté a todos mis amigos, si habían notado algún cambio en el camino de sus casas al instituto. Al parecer, nadie había notado nada. De todos modos, ese no era un dato muy fiable porque todos se habían pasado el trayecto hablando por whatsapp. Podría haber pasado un huracán y ni se habrían dado cuenta. Pensé en preguntarle a mi madre, pero deseché la idea puesto que ella es exactamente igual. Yo una vez también intenté andar mientras miraba el móvil, pero me comí cuatro árboles y, al tercer bordillo decidí que no valía la pena. Supongo que será cuestión de práctica.


Lo siguiente que hice fue instalarme una aplicación para contar cuantos metros había desde mi casa al instituto, y también medí cuantos había desde la casa de mi mejor amiga (que vive hacia el otro lado) Hasta mi casa. A la semana siguiente, vi que estaba más cerca de la casa de mi amiga que del instituto. Mi casa CLARAMENTE se estaba alejando del instituto. Lo único que no sabía era por qué. Busqué en internet casos de casas vivientes, pero lo único que me salieron fueron autocaravanas. Le pregunté a mis padres si la casa tenía ruedas o estaba encima de algún tipo de río subterráneo o arenas movedizas. Y, como la respuesta fue negativa, le pregunté a mi profesor de física si las casas se podían mover solas. Me dijo que no tenía ni idea, que se lo preguntara a la casa. Creo que estaba de broma, pero yo, por si acaso lo intenté. 


En cuanto llegué a casa, subí al tejado y me asomé a la chimenea porque, si las casas tienen orejas, estoy segura de que están en la chimenea, para poder oír a las pájaros y la lluvia. Cuando llegué, Le pregunté que por qué se estaba alejando. Me sentía como cuando te tiras media hora con la mano levantada porque tienes una duda existencial sobre el complemento indirecto y el profesor pasa de ti. Pero la diferencia es que la casa sí que me contestó. Haber, tampoco es que me dijera "hola" como en las películas. 


Lo que pasó fue que de pronto, todas las puertas y ventanas se abrieron. Me asusté bastante, casi me caigo del tejado, pero no lo hice. En vez de eso, le volví a preguntar y, no me preguntes cómo porque solo sé que la entendí, me explicó que se aburría mucho, que antes, mi casa siempre estaba llena, pero como ya no nos podíamos juntar, nadie podía venir a casa, y que ella no se estaba alejando de el instituto, sino que se estaba intentando acercar a la casa de mi amiga porque la echaba de menos. Se movía por la noche y solo unos centímetros, para no llamar la atención, me preguntó que si quería que me diera la vuelta. Yo lo pensé y, tras mucho meditar, llegué a la conclusión de que lo mejor sería que, una vez a la semana mi casa se acercara sigilosamente a la suya de tal forma que los cristales de nuestras ventanas quedaran a la misma altura, para poder vernos y hablar.

Otras personas hablarán por las ventanas del ordenador, pero yo creo que mover mi casa es cien- mil veces mejor.

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