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Querido Daryl:

Decidí escribir esta carta, aunque sé que nunca te la entregaré.

Me siento un poco extraña pues nunca hice esto antes.

Siempre me he fijado en ti. Te he notado desde que estabas en la otra clase. Me costó disimular la felicidad que sentí cuando te vi entrar a nuestra clase por primera vez, con esa sonrisa ladeada que tanto me gusta. Deseé que te sentaras a mi lado, pero no lo hiciste. Y cuando la maestra nos asignó el proyecto estaba tan nerviosa que te di a entender que no quería hacerlo contigo.

Desde ese día no puedo sacarte de mi cabeza. No duermo por las noches imaginando lo que pasará al día siguiente. Estos sentimientos me confunden; no quiero enamorarme.

Por eso espero que este proyecto acabe y las cosas vuelvan a ser como antes. Tú vuelvas a tu lugar, yo vuelva al mío y seamos como dos desconocidos a quienes el universo nunca decidió juntar.

Atte
Sofía

Mi corazón latía a toda velocidad por lo que acababa de leer. ¿Por qué me llegó esto ahora? La carta me trajo a la memoria el día en que la maestra de literatura nos asignó un proyecto en parejas.

—¿No puedo hacerlo con Armando? —le pregunté. —Ya tenemos las ideas.

La maestra sacudió la cabeza.

—Sin cambios —dijo con seriedad—. Hazlo con quién te asigné.

Sabía que si seguía rogando solo perdería mi tiempo, así que no tuve más remedio que hablar con Sofía, la chica alta y desgarbada, de cabello enmarañado que solía sentarse al fondo del aula. No hablaba con los demás y solo la había visto con los alumnos que se habían graduado el año anterior, por lo que supuse que no tenía ningún amigo en la escuela.

Me acerqué a su butaca con lentitud.

—Hola. Nos asignaron juntos.

Clavó su vista en mí y forzó una sonrisa.

—Sí, lo sé.

Al principio me costó llevarme bien con ella, pero en cuanto empezamos a pasar más tiempo juntos comencé a entenderla y me sentí cómodo con ella. Descubrí que, aunque éramos muy diferentes, teníamos cosas en común. Cuando no trabajábamos en el proyecto pasábamos el tiempo escuchando música en la sala de su casa y comiendo los sándwiches que nos hacía su madre.

Me gustaba estar con Sofía y pensé que a mis amigos también les gustaría. Sin embargo, no fue así. Cuando la invité a salir con nosotros al cine se molestaron y trataron de fastidiarla.

—Oye, Sofía, ¿por qué no tienes amigos?

Miré a mi mejor amigo Ricardo.

—Oye, no empieces.

—No no, que responda —dijo Katherine—. Siempre he tenido curiosidad.

Miré a Sofía, que tenía los labios apretados.

—Sí tengo amigos —dijo.

Ricardo rió con sorna.

—¿Segura?, ¿no estarás mintiendo?

—Bueno ya, déjenla tranquila. Esto no es gracioso.

Pero ellos continuaron hasta que Sofia dijo que tenía que irse pues tenía una emergencia en casa. Más tarde me contó que se había ido porque no se sentía bien.

La invité otras veces, pero siempre tenía una excusa para no ir con nosotros. La veía en la escuela o en su casa para terminar el proyecto. Sin embargo, no quería que llegara el día de entrega pues eso significaba dejar de verla a menudo.

Mirando atrás, estaba confundido.

Su última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora