Parte 12

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Avanzó hasta el mueble en el que había descansado por primera vez en días y se tumbó en él boca abajo. Enterró su rostro sobre la almohada, dejó escapar un suspiro ahogado. Gracias a la rápida intervención de Raphael, se libró de un sermón de su padre y de dar explicaciones. Todavía no les había contado nada de lo que había pasado a la mitad de la semana anterior. Algún día tendría que decirlo... Algún día...

Su oído se afinó. Escuchó los débiles pasos de la tortuga de rojo acercarse a la cama para después detenerse en seco. Se preguntó por qué lo había hecho pero la pregunta se desvaneció casi al instante. Tenía otras que pensar antes. Qué contarles, cómo hacerlo mirándoles a sus inquisitivas e inocentes caras, cuándo...

Y, sobre todo, ¿por qué había decidido guardar el secreto? Sólo sentía que debía hacerlo, que tenía que esconder todo lo que supiera bajo llave incluso de su familia. Nadie podía saber nada. No podía hablar.

Pero sentía que las palabras querían salir de su boca. Iban a escapar sin que Leo se diera cuenta. Y sería peor.

Un movimiento le devolvió a la realidad. Su cama se había movido como si peso se hubiera puesto en ella. Leonardo giró la cabeza con esfuerzo. Distinguió fugazmente la figura de su hermano. Volvió a taparse con la almohada. Lo único que quería era descansar de todo aquello. Quería dormir y despertar, siendo todo aquello sólo una absurda y estúpida pesadilla.

Para su "gran suerte", no tenía sueño alguno. Sus párpados no le pesaban, ni tampoco su cuerpo. Volvió a suspirar, sin paciencia.

- Suéltalo - le sorprendió la firme voz de su hermano.

- ¿... En serio tengo que responder? - soltó fríamente, resignado.

- Sí.

Se sentó correctamente, juntando los pies entre sí. Apoyó las manos a los lados de su cuerpo. Miró a su acompañante y le dedicó una media sonrisa forzada.

- Ya lo he dicho todo.

- ¿A sí? - Raphael le miró de arriba a abajo - ¿Y... Ese nombre? ... Renji...

Leonardo se tensó. Todos sus músculos endurecieron a la vez. Su temperatura bajó unos pocos grados y sus pupilas se encogieron. Tragó saliva, empezando a palidecer levemente. El sudor frío volvió a recorrer su cuerpo. ¿Por qué insistía tanto en eso? ¿Y por qué había reaccionado así?

Leo intentó decir algo pero no pudo. Su lengua temblorosa no le dejaba.

- No me puedes engañar, Leo - sonaba frío y cortante, directo a lo que quería - . Cuéntamelo... Confía en mí...

Se miraron a los ojos. Ese tono verde esmeralda buceó en su mirada. Estaba entrando en su mente de forma indirecta. Iba a saber todo lo que sabía y estaba pensando.

El líder trató de apartarlos pero, simplemente, no pudo. Había algo que lo estaba atrapando y enrollando. Aquel verde lo estaba sometiendo a su voluntad. Ese que le recordó a un bosque antiguo, frondoso, cerca de unas ruinas en medio de una selva; o los árboles altos y tupidos que rodean montañas; o pastos que cubren miles y miles de kilómetros pacíficamente, sin ninguna ciudad a la vista.

Aquel color lleno de vida... Le estaba encarcelando contra su voluntad y se estaba dejando llevar. Pero, lo peor de todo, era que tenía el presentimiento de que no era lo único que hacía eso. Su otro carcelero no le iba a dejar irse. No sin luchar. Y sabía que esa batalla ya estaba perdida antes de empezar.

Un relámpago rápido amarillo pasó por los ojos de Leo sin que él se diera cuenta. El destello había sido lo bastante brillante y duró lo suficiente. Raphael lo había visto. Y su expresión no era de alegría ni de esperanza, precisamente...

Bad Blood [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora