"Todo comenzó cuando los ricos descubrieron que el dinero no daba la felicidad. Fue entonces cuando decidieron comprarla". Estos eran los pensamientos que fatigaban a Estoico Brazas mientras avanzaba por las mortecinas callejuelas del extrarradio. Algo curioso de las ciudades grandes es cómo cuanto más te adentras en ellas, más radiantes son sus edificios. Esta norma también se aplica a las personas, pero al contrario que aquellos modernos bloques de apartamentos, cuyo interior de muebles costosos deslumbraba con la misma intensidad que su exterior, sus habitantes solo eran fachadas con podredumbre en las venas.
En la otra cara de la moneda, el barrio de Saint-Denise era un paraíso de hormigón, neones averiados y cristales rotos. Sus calles eran estrechas y serpentinas, llenas de escondrijos y desperdicios ornamentados por una perpetua penumbra. De vez en cuando aparecían tiendas de escaparates revestidos con maderas viejas que dejaban escapar ligeros rayos de luz artificial, guías de quienes se aventuraban por sus callejuelas. Siguiendo la norma de la ciudad, los residentes de Saint-Denise eran una extensión de su putrefacta aura, meros fantasmas que podías encontrar llorando entre las sombras.
Estoico no era autóctono de Saint-Denise. En realidad, nadie lo era, sencillamente acabaron en aquel cementerio por ironías del destino. Él apenas lo recordaba, pero una vez fue un funcionario público. Vivió en una modesta calle junto a su hija Olvido, entre los opulentos edificios céntricos y las umbrías callejuelas. Pero ahora, pertenecía a aquel lugar, tan endémico como la basura que perfumaba el aire. Se ocultaba bajo una gabardina larga y desgastada, y su largo cabello encanecido descendía desaliñado sobre su rostro, ocultando una mirada perdida y de profundas ojeras.
Caminaba sin rumbo fijo, mientras sus pasos eran acompañados con el crepitar de los cristales bajo sus pies. Al final, se vio frente a aquel edifico y el deteriorado título de su entrada: "Timothy & Wallace's Office", grabado en negro sobre un letrero que alguna vez fue dorado. No quería entrar, pero un último recuerdo movía sus piernas, sobreponiéndose a su miedo. Atravesó el portal y se arrastró hasta la séptima planta con lentitud. Solo había una puerta en todo el piso, la cual desentonaba por su elegancia, y se podía leer en ella el mismo rótulo que anunciaba la entrada del edificio. Estoico suspiró, y haciendo gala de un último impulso de voluntad, llamó a la puerta con dos débiles toques.
–Adelante, pase –resonó una voz ronca tras la puerta.
Estoico atravesó el umbral, para dar con un despacho completamente ajeno a lo que caracterizaba Saint-Denise: muebles de caoba repletos de expedientes, dos escritorios a ambos lados de la habitación y tras estos, dos hombres de mediana edad. Ambos vestían traje y tenían el cabello negro, pero el de la izquierda, Wallace, destacaba por una cicatriz en su mejilla, medalla por el tiempo que estuvo de servicio. Timothy, por su parte, tenía el pelo engominado hacia atrás bajo un fedora grisáceo y un puro encendido entre sus finos labios. Ambos recibieron a Estoico con una sonrisa.
–Mira por dónde, pero si es nuestro querido Estoico –dijo Timothy, retirando el puro de su boca–. Pero qué haces ahí de pie, siéntate amigo.
Avanzó con su pausado andar, hasta sentarse al lado del escritorio del hombre engominado.
–Veo que sigues tan estoico como siempre, Estoico –mencionó Wallace, con una sonrisa maliciosa–. Dinos, amigo, ¿a qué has venido hoy? ¿Lo de siempre?
Sus labios temblaron. De nuevo, fue su último recuerdo lo que movió sus palabras.
–Mi hija...
–Si, ya, tu hija está enferma –le cortó Wallace–. Y quieres un préstamo para pagar los gastos del hospital. Es lo de siempre.
–No seas maleducado –le reprimió Timothy–. Tienes que dejar a los clientes hablar.
–No pasa nada, socio –se levantó y se dirigió hacia Estoico, dándole una palmada en la espalda–. Nuestro amigo ya es un habitual. ¿Por qué perder el tiempo con formalismos cuando ya sabemos lo que quiere?
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El Precio de la Memoria
Short Story"Todo comenzó cuando los ricos descubrieron que el dinero no daba la felicidad. Fue entonces cuando decidieron comprarla". Un breve relato sobre un mundo donde los recuerdos tienen un precio.