Necesidad

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                                                                                     ⊰ Perséfone ⊱


Perséfone sintió a Hades alejarse de su abrazo y su mente se llenó de pánico ante las probabilidades. Aunque estaba preparada para ello, la primavera sintió que si aquel Dios volvía a burlarse de su debilidad o a menospreciar su dolor, la heriría de formas mucho más permanentes que la física.


Ella, quien tenía su mirada rehuyendo hacia un costado, observó las manos grandes y firmes apoyarse sobre el lecho. Junto a su cabeza los dedos largos mantenían el peso ajeno encerrándola en medio. La mirada de la diosa subió por aquellos brazos y vio el ondular de los músculos bajo ellos, la piel era nívea, tan pálida que parecía engañosamente frágil y contrastaba enormemente con el negro profundo de sus cabellos. Encerrada en un cortina de sedosa oscuridad, Perséfone se sentía tan aislada del mundo que todos sus pensamientos se centraban únicamente en él, en el roce constante de su pelvis y la profunda invasión de su dureza.


La mirada de ella ascendió, pasando de los hombros al rostro y lo que vio, incluso en contra de sus deseos, no se borraría nunca de su memoria. Hades la miraba y sentía que, por primera vez, la veía a ella y no a su propio deseo reflejado. Los ojos del dios le recorrían con la misma intensidad que lo hacían los de ella y por un segundo el corazón de la doncella fue tan audible como los jadeos que el Dios estaba dejando salir.


"No lo estés" dijo el rey y aunque su voz era tan autoritaria que todo cuanto decía parecía más un mandato que una sugerencia. Perséfone sintió la diferencia, el sutil cambio en su voz que le decía que trataba, de alguna manera, de consolarla. Cerró sus ojos como reflejo al ver que él acercaba una de sus manos a su rostro, su ceño fruncido por el miedo se fue relajando al sentir la caricia suave y delicada, barriendo los rastros de tantas lágrimas que ya habían marcado su rostro.


"Mírame" escuchó y aunque la palabra no fue pronunciada como una orden, la diosa quería rehusarse a complacerle. Ella, quien no podía huir ni esconderse, aún quería mostrar un mínimo de control, incluso si era incapaz de frenar lo que estaba sucediendo, porque solo él, solo ese hombre tenía el poder de detener cualquier tormento o angustia, solo él era capaz de proporcionarle alivio.


Ella intentaba contener sus sonidos, quería cubrir sus labios y acallar sus gemidos, pero su cuerpo respondía a las acciones ajenas temblando como las cuerdas de un arpa al ser tocada, en toda su vida no había sentido nada parecido, como si fuego se arrastrara en su interior centrándose entre sus piernas y más allá de la incomodidad o el recuerdo del dolor, la desesperación misma estaba cubriendo cualquier sensación, ella necesita, ansiaba alivio, aunque aún no supiese lo que ese alivio era.


Llevó sus manos hacia las muñecas de Hades y se sostuvo de ellas mientras sentía las suaves caricias de los labios masculinos, era tan diferente a la forma en que le había tratado, tan distinto a aquel primer beso que su corazón y su mente no sabían reaccionar. Quería odiarle, reclamarle y alejarlo de ella, pero su naturaleza era incapaz de responder a la ternura con violencia y su mente confundida cada vez menos entendía los motivos de aquel hombre.


La primavera abrió lentamente sus ojos preguntándose si vería en el dios la misma confusión que había en ella, pero en el momento que se conectaron con los ajenos la diosa supo que la imagen ante ella no había sido presenciada por nadie antes. ¿Podría concebir Hades, rey del inframundo, la imagen que reflejaba su rostro? Las cejas pobladas casi se unían en un gesto que, lejos de ser molestia, parecía pura concentración, las llamas de Hefesto bailaban en su mirada haciendo brillar el fuego eterno en sus mares blanquecinos, los colmillos se asomaban entre sus labios a cada suspiro y el goce más puro se adivinaba en su expresión.


"¿Puedes sentirme?" Ella lo hacía, cada suspiro, cada palabra, el más mínimo movimiento de él, tanto como el interminable vaivén de sus caderas y dando la más honesta de las respuestas, un suave gemido emergió de la reina del inframundo mientras veía el brillo posesivo, extasiado que refulgía en la mirada del inmortal al mismo tiempo que este marcaba su dominio. "Eres mía" escuchó ella y supo, tanto en su cuerpo, como en su corazón, que esas palabras eran ciertas.


Lucharía, se revelaría y pelearía contra él, pero al final de cada encuentro no habría manera en que el resultado fuese distinto. Su poder menguaba ante ese hombre del mismo modo en que toda luz de esperanza y vida estaba destinada a consumirse por la oscuridad eterna, invencible. Ella, la primavera misma, fuente de vida y naturaleza, se encontraba dominaba por las caricias de la muerte, respondiendo ante él con tanta inocencia que no era capaz de disfrazar sus emociones. Sus miedos fueron expuestos tan fácilmente como lo eran ahora la duda, el desconcierto y el placer.


Estaba tan confundida que no encontraba las palabras para responderle, su respiración acelerada estaba cada vez más entrecortada, la manera en que él la tomaba se estaba grabando en su piel y su alma, haciendo crecer el placer donde antes hubo dolor. Las piernas de Perséfone se tensaron más a los costados de Hades cuando la sensación había crecido tanto que dominaba su mente y acciones. Las puntas de sus pies le ayudaron a mover sus caderas en una posición donde él rozara constantemente el centro de su placer y el verde de sus ojos buscó los ajenos sin importarle lo que el dios podría ver en ellos. La primavera era puro instinto y se mostró a sí misma como jamás lo hizo a nadie, tan desesperada que las palabras salían entrecortadas entre jadeos y gemidos. — Hades, necesito... — Casi sollozó.


¿Qué quería pedirle? ¿Qué necesitaba? Ella le había rogado que detuviese el dolor en un principio, porque sabía lo que el dolor era, pero la clase de placer que él le proporcionaba no lo había conocido nunca. La diosa deseó entonces que ese deleite que casi bordeaba la tortura terminase cuanto antes, tanto como quería que se extendiera para siempre. Perséfone poco recordaba en ese momento la manera en que Hades le había tratado, toda su mente centrada en el latir incesante entre sus piernas, en su interior, en el placer tan intenso que se sentía capaz de rogar con tal de darle fin. -Por favor...- Imploró, con los ojos húmedos de desesperación.


— Necesito... —"Alivio" pensó la diosa, incapaz de pronunciarlo cuando sus labios apenas y podían articular algo más que el nombre del dios del inframundo.

El mito de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora