Estoy en el banquillo mirando cómo mi padre les está poniendo a batear hoy. Bailey jamás le ha dado a una pelota, pero siempre dice que no es culpa suya, sino del lanzador. Es increíble como consigue quitarse la responsabilidad de sus acciones con sólo cuatro y medio.
Bebo del Gatorade que he comprado esta mañana y le regalo un asentimiento a mi padre cuando se está acercando a mí.
—Deberías buscar algún otro deporte para Bailey —me dice cuando se ha sentado a mi lado—. Tengo la certeza absoluta de que el béisbol no le gusta.
—Dice que quiere ser Jockey.
Mi padre sonríe y sacude la cabeza. —¿Ah sí? Bueno, eso suena interesante.
—Esperaré a que crezca un poco para eso. Por ahora puedo intentar meterla en alguna academia de baile o no sé, gimnasia.
—Gimnasia —sonríe—. Su madre lo hacía desde niña. Imagina que lo traiga en la sangre.
—Tiene muchas cualidades de Rose, pero me temo que ser un desastre en el deporte lo ha heredado de mí.
Rose había estado en ballet la mayor parte de su vida. Sin embargo, había iniciado en la gimnasia desde niña. Era buena, muy buena, pero dudo que Bailey haya adquirido esa cualidad de su madre. Es tan poco flexible a diferencia de Rose, que a partir de los cinco y medio se subía sola a los taburetes y se abría de piernas.
Bailey ni siquiera sabe subirse a la mesa.
Mi padre deja de hacer lo que sea que estaba haciendo y sale corriendo al ver que los pantalones de Bailey se han caído. Me río cuando comienza a sacarle las pelotas de béisbol que se ha metido en los bolsillos y dentro de la camiseta. Bailey sale corriendo hacia mí cuando mi padre le ha regresado los pantalones a su lugar.
—¡Pa! ¡El abuelo me está persiguiendo! —me abraza las piernas y se oculta detrás de mí.
Mi padre comienza a mover los brazos y les avisa a los demás que el entrenamiento se ha terminado y camina hacia nosotros. Apoya las manos en las rodillas intentando conseguir algo de aire.
—¿Cómo se te ocurre coger todas esas pelotas, B?
—Cleo dijo que lo intentáramos para ver a quien le entraban más en los bolsillos —mi padre y yo volteamos hacia Cleo. Sus padres le están sacando pelotas del pantalón.
Me río, pero mi padre sacude la cabeza.
—Tu hija me sorprende cada día —encojo los hombros y cargo a B para caminar hacia el estacionamiento.
A veces me pregunto de quien habrá heredado esa imaginación tan vívida. Según mis padres, yo era un niño calmado a su edad. Un poco travieso, pero no tan ingenioso e inventor como Bailey. Y según las anécdotas que Rose alguna vez me había contado, su etapa de pintar paredes, ensuciar la ropa, esconder objetos y hacer travesuras, le duró hasta los cuatro años.
Supongo que es muy notable el peso de la balanza, ahora que lo analizo.
—¿Iremos a comer McDonald’s?
—¿Quieres comer McDonald’s? —pregunto.
—¡Sí! Y helado. ¿Podemos?
Abro la puerta de la camioneta, la siento en el booster, le abrocho el cinturón y cierro la puerta. Bailey abre la ventana y mueve la cabeza esperando a que yo responda
—Claro que podemos. Papá, ¿Quieres ir?
Estamos bajando de la camioneta cuando Bailey dice:
—Ya no quiero jugar al béisbol.
Mi padre cierra la puerta de su camioneta y me señala como si hubiéramos apostado. —¡Te lo dije!
—¿Qué dices, B? ¿Por qué ya no?
—Quiero ser yonqui.
En cuanto Bailey pronuncia la palabra con toda la inocencia del mundo, mi padre comienza a toser y escupe el Gatorade que se estaba tomando. Yo me rio de los nervios y cargo a Bailey en mi cadera.
—Se dice Jockey, B. Y más te vale que no vuelvas a decir esa palabra si no quieres que a tu abuelo le dé un paro cardíaco.
—Y que no la diga delante de Rory porque se volvería loca —agrega, un poco más calmado—. Delante de nadie, en realidad.
—Descuida, es una niña. No sabe lo que ha dicho —le digo, dejando a Bailey en el suelo.
—¿Qué dije? —me pregunta con curiosidad.
—Nada, B. Sólo no repitas esa palabra, ¿De acuerdo?
Bailey me toma la mano y abrimos la puerta del McDonald’s. Mi padre rápidamente divisa una mesa y caminamos hacia ella.
Ahí es cuando miro a Jordan con su hermanito.
El corazón se me detiene una fracción de segundos cuando cruza sus ojos con los míos. Llevaba días sin verla y la última vez que nos vimos terminó tan rápido como empezó. En cuanto nos sentamos Jordan guarda sus cosas en el bolso, coge a June del brazo y comienza a caminar.
Entonces Bailey saluda al niño.
—¡Papi, él es mi amigo! —se apea de la banca y se acerca a June y lo abraza. El niño sonríe.
Jordan se queda sosteniendo la mano de su hermano sin saber qué hacer.
—¿Quiénes son? —me pregunta mi padre, pero no estoy para aclarar sus dudas ahora. Me salgo del asiento y tomo la mano de Bailey.
Jordan mira a cualquier lugar menos a mí.
—Hola —saludo. Siento alivio cuando finalmente deja de ignorarme y fuerza una sonrisa.
—Hola.
—Es bueno verte. Otra vez —Jordan aprieta los labios. Está sonriendo, pero en ningún momento dice algo como “También me alegra verte”. No sé porqué me importa tanto que no me lo diga.
—Así que, tu hija y June.
Suena tranquila y un poco irónica, y yo no puedo evitar sonreír, porque realmente es mucha coincidencia.
—Otra casualidad —acaricio el cabello de Bailey—. Se llama Bailey.
Jordan le sonríe a Bailey y Bailey la saluda con la mano. Es la primera vez, luego de lo ocurrido en el bar, que la miro sonreír de verdad. De algún modo me agrada que sea por mi hija.
—Bueno, ha sido una sorpresa encontrarlos aquí —se acomoda la correa del bolso y da un paso atrás, señalando la salida—, pero tenemos que irnos.
—Ya —asiento, retrocediendo también. Y recordando que mi padre está esperándonos en la mesa—. Claro.
Jordan no dice nada. Le sonríe de nuevo a Bailey y tira de June hacia la puerta. No me muevo hasta que noto a través del cristal que se ha subido a su coche e ido con su hermano.
Cuando me siento frente a mi padre con Bailey a mi lado, tiene una sonrisa cómplice en los labios y me mueve las cejas.
—¿Qué?
—Nada, nada —se encoje de hombros—. Supongo que quieres que finja que no he notado tensión entre ustedes.
—Supones bien.
—Anda, dime quien es —insiste. Me muerdo la mejilla interna y miro de reojo a Bailey que se ha quitado la gorra del equipo.
Definitivamente no puedo decirle exactamente cómo la conozco ni el porqué de la tensión que cree haber notado, así que me inclino sobre la mesa y le digo:
—Larga historia —lo resumo, esperando a que lo comprenda. Lo hace, porque dice «Oh» sin pronunciarlo realmente y levanta las cejas—. Inscribió a su hermano en la misma guardería de Bailey. Es todo.
—Es todo —repite con un tono burlesco, pero yo sólo ruedo los ojos y me salgo del asiento.
—Mejor iré por la comida.
Sé que es extraño para mi padre estar presente en esta situación porque desde que Rose falleció, no he vuelto a salir con mujeres ni tampoco hablo con mi padre sobre mujeres. Mi vida en los últimos cinco años se resume en Bailey y trabajo, así que el no poder darle todos los detalles, de algún modo, me hace sentir mal, porque sé que esto le emociona.
¿Voy a dejar que se emocione por nada? Supongo que sí.
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Mitades del corazón
RomansaJordan, divorciada a sus veintisiete, siente el peso de no haber hecho funcionar su matrimonio aún sabiendo que no fue su culpa. Y para rematar, en menos de seis meses lo pierde todo y su vida da un giro de 180 cuando aparece un niño frente a su pue...