I.

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Aquellos días, los días antes de que Tamiel Cayera... Aquellos días se han vuelto importantes para tí. Dentro de la intranquilidad que ha tomado hogar dentro de tu mente, existe un pensamiento que no puedes parar de repasar, como una picazón dentro de tu Forma que solo puede ser aliviada cuando lo recuerdas.

Recordar... que los días antes de que Tamiel Cayera, estabas lejos.

A ti y a otros se les había dado la tarea de capturar un grupo de demonios que habían tomado un hábito de poseer cuerpos humanos y congelarlos hasta la muerte. Técnicamente, no fue tu culpa. Lo que sea que haya pasado ya había capturado el Alma de tu hermano y tu presencia (o falta de ella) no podría ser un motivo suficiente para que pasara o no.
Pero aún así, tu Alma tiembla cada vez que te fuerzas a recordar y no puedes evitar pensar que estuviste lejos de tu hermano por demasiado tiempo.

El momento en que Tamiel Cayó, lo sentiste en el centro de tu ser. Tu halo quemaba cerca de tu cabeza y tus alas dolían con un pánico distante que no pertenecía del todo a tí.
Inmediatamente pensaste que tu gemelo estaba muriendo (y tenías razón, de cierta manera)

Tamiel había Caído hacia el abismo, sus alas chamuscadas y su halo rompiendo su sagrada forma.

Te hiciste parecer desinteresado. No estabas preocupado por tu gemelo, solo sentías decepción hacia un Mensajero por haber caído a los pecados de la carne. Cerraste tu alma y continuaste con tus deberes sin mostrar tu apego. Sagrado, sagrado, sagrado es el Señor de los Ejércitos.

(y te reprendías a ti mismo por haber alejado al otro, tu otra mitad, por haberle fuera de tu vista. te preguntabas si sus alas terminaron siendo inútiles. te preguntabas si sufría)

Querías verle.

Y cuando lograste huir de los muchos ojos de tus superiores y su (no sentida realmente) preocupación que caerías junto con tu otro, eso es lo que hiciste.

Bajaste a la Tierra, doblaste tus alas hacia el otro plano, camuflaste tu halo y empezaste a buscarle entre los otros Caídos.

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Le encontraste en el claro de un bosque. Incluso habiendo renunciado a su Sagrada Forma, podías sentirle cerca tuyo, Habías pasado demasiado tiempo a su lado.

Sentado en un tronco quemado estaba, y le inspeccionaste.

Sus alas estaban negras como carbón, la izquierda en el peor estado de las dos (y tu querías acariciarlas). Su cabello, aunque aún largo, ahora estaba más corto que el tuyo, las puntas quemadas y desiguales, cubriendo parcialmente su rostro.

Ahora tenía cuernos en vez de un halo, las puntas casi tocándose en un círculo pero no del todo, jamás volverán a ser uno, y tu alma duele y te arrepientes de haberte deshacido de tu disfraz cuando le sentiste cerca.

Eso, unido a su cuestionable vestimenta humana, le hacía verse áspero y salvaje, una peligrosa criatura que se camuflaba en el bosque oscuro, casi irreconocible de como era, de lo que era.

No quieres buscar su rostro. No se mueve cuando llegas, tu precencia bajando la temperatura del claro aún más, pero sabes que sabe que estás ahí.

Se mantenieron varios minutos en silencio y con cada uno que pasaba te sentías más y más fuera de lugar, tu gran y limpia apariencia un claro contraste con la de tu gemelo. Estabas empezando a sospechar que te estaban ignorando a propósito para que te largaras hasta que escuchaste una voz baja y ronca.

"¿Estás aquí para sermonearme, Sagrado mensajero?"

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