Cap. 1: Los recuerdos.

43 0 0
                                    

Capítulo 1: Los recuerdos.

-----

-Señor, ¿desea algo?- Preguntó una de las doncellas, rígida en la puerta.

-No. ¿Qué tengo que hacer para que nadie me moleste? Retirese, por favor, inmediatamente.- Contestó el señor Armado, Diego Armado, con su tan típica voz inquebrantable, dándole impasible otra calada a su cigarrillo.

-Señor, con su permiso...- Dijo la doncella abriendo, y luego cerrando la puerta tras de sí.

El denso y maloliente humo ya cubría por completo aquel angosto despacho de caros muebles de madera.

Quizás en otro momento el excelentísimo señor hubiese estado en su despacho haciendo lo que realmente debía hacer, revisar y comprobar todos los papeles correspondientes a su afamado negocio, a su gran gama de ferrocarriles y estaciones, pero hoy no era un día normal para él.

Su cabeza era un revuelo de pensamientos, de recuerdo y realidad. Su queridísima esposa, la bella señora de Armado, Elisa, acababa de dar a luz. Sabía perfectamente que ninguno de los dos gemelos, que tan seguidamente habían nacido hace apenas una hora, era suyo. La gran incógnita era precisamente quien era el padre.

No tenía ninguna duda de que trataría a aquellos dos pequeños tesoros, Guillermo y Carlos, como sí fuesen hijos propios. Es más, él era consciente de que no eran sus hijos porque él no podía tener hijos, lo sabía desde que era muy joven. Su esposa, en desconocimiento de este dato, había tratado de hacerle creer a Diego que los gemelos eran suyos, pero no podían serlo.

Elisa le había engañado, eso era todo un hecho. Ella no sospechaba nada de que él lo sabía, pero esa idea pasaba por su cabeza, dominándolo por completo.

-Disculpe señor.- Dijo un sirviente tocando su puerta.- Sé que no deseaba que le molestasen, pero es un asunto de vida o muerte.

-¿Qué sucede?- Preguntó Diego, dando otra calada.

-Es uno de sus hijos...- Contestó el sirviente.- Creo que el pequeño Carlos... Ha desaparecido.

-¿Cómo que ha desaparecido?- Preguntó el señor, extrañamente fuera de sí.

-Cuando... cuando la doncella que los amamanta entró en su cuarto. Es que... que los niños estaban solos y cuando entró... entró y... y el jovencito Carlos ya no estaba.- El sirviente trató de hablar, pero entre lo nervioso que estaba y el miedo que procesaba Diego al enfadarse y perder los estribos, con sus imponentes ojos grisáceos, no pudo hacerlo bien.

El señor Armado apenas espero a que el insignificante sirviente parase de hablar para largarse corriendo por la puerta y las escaleras hasta donde estaba su esposa.

-Elisa...- Balbuceó él al entrar en el cuarto de ambos y encontrársela sentada en la cama, a su espalda.

-Diego.- Pronunció ella, dándose la vuelta, mostrando un rostro cargado de lágrimas.- Una de las cunas... está... está... vacía. Mi... mi... niño. Cariño, tienes que ayudarme, tienes... tienes que encontrarlo. Por favor...

-Mandaré a todos mis hombres, registraré a todos los criados, rebuscaré bajo cielo y sobre tierra, no habrá nada en este mundo que me impida encontrar a nuestro hijo.

-----

Hoy hacía quince años de ese día, que no olvidaría jamás. El señor don Diego Armado no podía dormir, realmente no podía hacerlo desde hace mucho tiempo, demasiado. Había un sueño recurrente que acudía a él casi cada noche, aquel recuerdo del pasado, aquellas incógnitas que lo corrompían por dentro día tras día y más hoy, en el aniversario de los hechos, en el cumpleaños de Guillermo.

En el fondo ahora el pequeño Carlos no es más que un recuerdo. Ocasionalmente ha tenido la intuición de que el pequeño, nacido después de otro hijo, no fue más que una ilusión, un bello sueño o quizá el reflejo de Guillermo en un espejo, pues esa irrealidad le causaría menos dolor.

A pesar de su promesa, que le recordaba su ser cada tanto, nunca logró encontrar a su niño. Guillermo se crió como hijo único y su madre incluso lloró la perdida de su otro hijo, como si este ya hubiese muerto e intentó superarlo con el paso del tiempo.

Sin embargo Diego, a pesar de no ser su padre biológico nunca pudo olvidarse de Carlos, continuaba muy vivo en sus sueños. Incluso ya casi le daba igual quien era el padre real de los gemelos, sólo deseaba saber donde se encontraba el desaparecido, si continuaba vivo, donde, si es feliz.

El señor Armado continuó su vida dos años después de no hallarlo, rendido, como sí nada hubiese sucedido, siquiera soltó una sola lágrima por el pequeño. Pero si alguien se pudiese meter en sus pensamientos, encontraría que Carlos era tema recurrente en su interior y que todo le causaba un dolor roto y desgarrador, que realmente el señor tenía corazón.

Muchos lo veían como un ser insensible, que haría todo por dinero, y en cierto modo, era así. Sin embargo, sí sentía y amaba. Amaba a su esposa y aunque ella no lo sabía le había perdonado su infidelidad y había aceptado a sus hijos como propios y decidido no revólver el pasado, ni buscar ni descubrir con que hombre fue. Amaba al pequeño Carlos, no lo olvidaría por mucha vida que le quedase y no pararía de buscarlo nunca, como prometió. Suponía que debía estar muy lejos y que era igual que Guillermo, por lo que enviaba a conocidos de muchos países costosas fotos de su otro hijo. Amaba a Guillermo, a su rebelde pequeño a quien había visto crecer y había criado como un padre imperdonable ante todo, duro y taciturno.

Tocó la palanca de su dormitorio y minutos después uno de los sirvientes subió, para traerle después un vaso de leche.

Se sentó en la cama y respiró angostamente. Algo le decía que la noche iba a ser muy larga.

-----

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Feb 09, 2013 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Recuerdos que son presente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora