La utopía y distopía del siglo XXI

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Lo más probable es que, si usted está leyendo este ensayo, tenga redes sociales. En 2020 más de veinte millones de españoles tenían por lo menos una cuenta en Instagram. La superan otras aplicaciones como Whatsapp, Facebook y Youtube. Más de uno podría argumentar que Whatsapp funciona más como servicio de mensajería que como una red social, pero ese tema lo trataremos en próximos capítulos. Dejando de lado esto, y como venía diciendo en el prólogo, nos encanta mostrar la mejor cara de nosotros mismos. Esto no es algo reciente, y es que viene de lejos. Cuando vamos a un evento importante, elegimos vestir con ropa más elegante, asegurarnos de ir bien peinados, ocultar nuestras imperfecciones con maquillaje... Todos lo tenemos asumido e incluso lo vemos como algo de buena educación. Si en una boda alguien va vestido con sudadera, vaqueros y zapatillas nos va a parecer una falta de respeto. Pues en las redes sociales pasa lo mismo.

Aunque muchos no lo entiendan, en Instagram estamos de cara al público. Cualquier persona puede ver las fotos que subes en la playa, contestarte las historias en las que cuentas tu vida... Es natural querer mostrar los mejores momentos y aspectos de tu vida. Pero las redes sociales han sobrepasado este perfeccionismo, convirtiéndolo en algo obsesivo. Ahora tú decides qué publicar, cuándo hacerlo, qué palabras usar en tus publicaciones... No nos extraña que todo el mundo use filtros y Photoshop para sus fotos. Podemos parecernos a un super modelo al alcance de unos cuantos clics. Además, es obvio que no vas a mostrar las peores partes de tu vida. No quieres que nadie vea cómo sufres por la pérdida de un familiar o por preocupaciones de cara al futuro. Contando eso, sólo puedes perder. En las redes sociales todos mostramos caras bonitas, sonreímos, nos las damos de estrellas del rock y no tiene ningún inconveniente. Puedes hacer lo que te dé la gana sin que le afecte a nadie. O igual sí.

Seguro que conoces a alguien que siempre esté consumiendo contenido de alguna red social. Que sigue a cientos de influencers y está al día con cada una de sus publicaciones. Bien, ¿qué consecuencias tiene estar expuesto a este ideal de vida todo el día? Que, al final, no sabes diferenciar lo que es la vida real de la vida en Internet. Te frustras porque no puedes alcanzar esos cánones de belleza que se nos muestran en los medios, porque tu vida no se parece en nada a la de tu instagramer favorito, porque ni por asomo eres capaz de forzar la sonrisa todos los días. Nos frustramos por no llegar a dar la talla de cánones absurdos e inalcanzables. Si las fotos están retocadas, es simplemente imposible parecerse a estas personas, y menos si se ponen millones de filtros y se hacen cien selfies para después escoger la mejor. Por no hablar de que esos mismos creadores a veces se hacen fotos "sin maquillaje" o "sin filtros" pero lo que no te cuentan es que la iluminación y el plano escogidos son perfectos. Nos enfrentamos a las complicaciones de la vida como el trabajo, la escuela, la familia, los amigos; y también a los problemas a gran escala, ya sea el cambio climático, la crisis económica, las pandemias... Vivimos en un mundo en el que se nos bombardea con información terrible sobre la realidad, y esto hace que enfermedades mentales ya sean la depresión o la ansiedad nos parezcan normales. Nos escandalizamos cuando vemos que los datos de suicidio aumentan cada año en España, llegando a los 3.941 en 2020, pero es que lo hemos normalizado.

Lo que vemos en las redes sociales es una utopía de lo que queremos llegar a ser. Nos gustaría ser increíblemente atractivos, viajar a cualquier lugar del mundo, comer en restaurantes de lujo... Pero a no ser que tengas tanto dinero como para hacerte cientos de cirugías estéticas y puedas pagar las cenas que desees, se queda como una mera ilusión.

Podríamos extrapolar la cita de Calderón de la Barca y llevarla a este tema: "La vida es sueño, y los sueños, sueños son". Somos soñadores, y eso nos hace imaginarnos un mundo idílico. También podríamos compararlo con la caverna de Platón. Instagram es el mundo de las sombras. Es una copia inexacta e imperfecta del mundo real, al que sólo acceden unos pocos. ¿Y qué es el mundo real?

Al contrario de lo que muchos puedan creer, no me voy a situar en la perspectiva negativa de que todo lo que existe es muerte, guerra y violencia. Eso existe, pero no lo es todo. Ni siquiera es lo único que existe para un yemení, y eso que su país está en guerra. Las personas que viven en el tercer mundo también se relacionan, crean arte, duermen... Es algo que se da por hecho, sí, pero es que las noticias que nos llegan de esos países distorsionan nuestra visión de ellos. Lo primero que pensamos cuando nos hablan de África o de Oriente Medio es en atentados, guerra, hambre y pobreza. ¿Y nos da pena? Es posible. ¿Nos importa? No.

A más de uno le podrá parecer mal esta afirmación, o creerá que estoy generalizando, que hay asociaciones y ONGs... En realidad, no hay mucha gente que se dedique a la caridad, y los que lo hacen, tampoco es que se preocupen mucho por ello. Quiero decir, donar una tarifa al mes a una organización que ayuda a la gente del tercer mundo es como cualquier otra mensualidad. Lo pagas, y te olvidas. No quiero que se me malinterprete, no pretendo ser moralista ni obligarlos a que se hagan misioneros. Al fin y al cabo, con todas las preocupaciones de las que hablaba antes, es comprensible que no nos paremos a pensar ni un minuto en los niños de África que están viviendo en condiciones más duras que nosotros. Vivimos en una sociedad hipócrita en la que se nos roga humanidad y empatía por otras personas, pero si no lo somos ni con quienes están pasando por situaciones difíciles en nuestras calles, es raro que lo seamos con los que viven a miles de kilómetros de nosotros.

Si lo que proyectamos en las redes sociales es una utopía, nuestra realidad es distópica. Tampoco quiero dar un mensaje catastrofista, para eso ya están los medios de comunicación, pero me gustaría abarcar el relato sobre el futuro que estamos haciendo en nuestros días. Piensa en las novelas, películas o videojuegos sobre el futuro. Seguro que se le viene a la mente películas como Matrix o juegos como Cyberpunk 2077. Ambas tienen algo en común: los humanos han sucumbido ante la tecnología, que se ha puesto por encima de ellos. Lo vemos en la película de 1999, en la que nuestra especie ha sido esclavizada por las máquinas o en el videojuego de 2020 en el que se muestra una sociedad subordinada a las grandes corporaciones. La escritora Ursula K. Le Gin afirma que en los últimos años la ficción se ha dedicado a producir estas visiones oscuras sobre un futuro inevitable. Hemos aceptado que lo que nos espera será necesariamente un infierno terrenal, pero lo que mostramos al mundo es un paraíso. Cuando Facebook apuesta por crear un metaverso virtual controlado por empresas privadas, siento que estamos a punto de entrar en una distopía. Lo peor es que hay gente que apoya esto a pesar de haber visto decenas de episodios de Black Mirror, que nos deja muy claros los peligros de la tecnología.

Quizás el simple hecho de vivir con el sueño de una utopía ya sea distópico. Las apariencias que se muestran en las redes sociales nos hace sufrir enfermedades mentales y nos afectan hasta un punto en el que sentimos una ansiedad digna de un soldado en la guerra. Pero en el primer mundo no estamos bajo ese peligro. Tenemos sanidad, educación, comida, carreteras, trabajo... Hemos llegado a un punto en el que vivimos bajo la presión de un mercado laboral cada vez más competitivo, la incertidumbre de una pandemia, la amenaza de las inteligencias artificiales, el control que tiene nuestro móvil sobre nosotros y la manipulación de los medios de comunicación. Pero por encima de todo, y de apariencia inofensiva, están las redes sociales. Se han edulcorado tanto que ya ni parece algo peligroso, pero a la vista de todo el mundo está que cada vez tenemos más problemas por culpa de estas. ¿Adónde va a llegar la especie humana si sigue por este camino? Es algo que ni los mejores antropólogos pueden predecir. 










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