único ♡

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Otro día más arrastrando sus pies por ese pasillo, tan cansado por su ajetreado día; todo tan malditamente sofocante. Con un dolor de cabeza que le provocaba náuseas paseándose de pared en pared, maldiciendo lo lejos que estaba su habitación.

— ¡Hola, Kokushibo-dono!

Su nombre saliendo de los labios de Douma no hizo otra cosa más que provocarle un sentimiento de repulsión al que estaba acostumbrado.

— Piérdete... — pronunció hastiado a punto de desaparecer de entre los pasillos para al fin entrar a su apartamento, cuando la puerta del ascensor se abrió de lado a lado dejando a la vista un muchacho con los ojos más lindos que vio en su vida.
Sintió como si recobrara la vitalidad.

— ¡Buenas tardes! — el pelirrojo saludó, sintiendo su cara acalorarse.

— mph — bufó aquel chico. Fue ignorado olímpicamente, vió como lo pasaba de largo para entrar a la habitación 512.

512. 512.

No olvidaría ese número de apartamento, estaba seguro de eso.

(...)

Después de ese día sus encuentros en los pasillos eran cada vez más comunes, saludandose o hablando de trivialidades en el ascensor; sus interacciónes eran pocas, pero las suficientemente para que su corazón se acelerara como si sufriera taquicardia.

— ¿Ha sido un largo día en el trabajo — el menor pregunta, mirando su aspecto desaliñado — Te ves mal — dijo, señalandolo. Esas palabras fueron suficiente para volver de Kokushibo una maldita bola de nervios.

— ¿Y-yo? — tartajeó y no tardó en toser para disimular su vergüenza.

— si, no hay nadie más aquí. Eres raro, hombre — el azabache habló con una pequeña sonrisa.

— Uhh, algo, todo es un maldito desastre — una risa amarga adornó su oración.

Las orbes turquesas se posaron en Kokushibo, mirándole de pies a cabeza.

Sonrió para luego decir —: Entonces, buena suerte — el timbre del ascensor señaló la llegada a su destino, viendo como el chico, Kaigaku, se despedía para caminar a su apartamento.

Kokushibo se quedó estático en las puertas de aquella plateada cabina, sintiendose abochornado.

Ahora estaba claro, ese chico, el chico del apartamento 512, tenía algo que lograba ganarse sus miradas embelesado.

(...)

Estaba de un humor especialmente bueno. Una vez que tu situación laboral toca fondo no quedaba otra opción más que volver a levantarse. Ese día era su calma después de la tormenta. No dudó en comenzar a dirigirse a su habitación, mirando hacia las diferentes direcciones hasta encontrarse con la silueta de Kaigaku.

Se veía más elegante.

— ¿Vas a algún lado? — preguntó, tratando que esta interrogativa sonara más casual y menos tétrico posible.

— ¿mhm? — escuchó al azabache jadear, dándose la vuelta para mirar al dueño de esas palabras — Ah, eres tú —

— Sí, voy a una reunión importante — respondió, apartando a Kokushibo.

— Uhm, estás muy bonito.

Las palabras que Kokushibo dijo sin pensar provocaron que Kaigaku estacionara su mirar en el pelirrojo.

— ¿Tratas de seducirme? — cuestionó juguetón.

Kokushibo sintió a su estómago dar un vuelco; Kaigaku vió eso.

— Era una broma — aclaró para luego despedirse, perdiéndose en una de las curvas del pasillo.

Se sentía tan extraño, no sabía que debía hacer ante la calentura que sufría su cara y el hormigueo que padecía su estómago. Miró sus manos las cuales se revolvían ansiosas entre ellas y las pegó a su rostro, tratando de ocultar su sonrojo.

Cuando los latidos de su corazón se regularon, dirigió una de sus manos a su bolsillo para buscar sus llaves para por fin entrar a su departamento. Con firmeza tomó el picaporte y lo giró para que su puerta se abriera con facilidad.

No dudó en correr para tirarse en su sofá, cayendo boca abajo y girando su cara para poder respirar. Su mochila se deslizó por su hombro derecho hasta el suelo y dejó que sus pesados párpados se cerraran.

«¿Tratas de seducirme?»

Esas palabras aún estaban en su mente irrumpiendo su sueño.

Y entonces, se dio cuenta.

Al fin cayó en cuenta que la razón de sus acciones era una muy simple: amor.

— Oh, Dios... — estaba tan avergonzado de sí mismo, que sentía su cabeza explotar.

(...)

Tres semanas transcurrieron en las que planeó cada detalle de su confesión, para ese entonces, se había centrado en estrechar su relación con Kaigaku; entre más pasaba tiempo con ese chico el momento de su confesión se hacía más cercano.

Al fin, después de días que resultaron eternos, había decidido confesar su amor.

Inmediatamente después de salir a su trabajo compró un ramo, llegó a su casa y se puso la mejor ropa para citas que encontró. No era algo tan llamativo, solo pudo costear unos pocos claveles, pero tenía la intención de invitarlo a salir por la tarde.

— Kaigaku tú...— balbuceó — No, no —

— Kaigaku, me... — seguía con su monólogo interno, ajustando su corbata. Dio una última mirada al espejo y con ramo en mano salió de su departamento.

Con su corazón acelerándose cada que se acercaba a la puerta con el número de habitación 512 le era más difícil no titubear.

«no es tan difícil» se dijo y tocó la puerta, sintiendo un escalofrío recorrerlo.

La puerta no tardó en abrirse y tras el umbral se encontró un chico rubio que no había visto mirándole curioso.

Por alguna razón sintió su corazón estrujarse hasta dejarlo sin aire. Carraspeó con incomodidad, comenzando a transpirar de lo nervioso que se encontraba.

— ¿Buscabas a mi hermano? — preguntó aquel chico, señalando el ramo de claveles.

Kokushibo sintió su alma volver a su cuerpo.

▬▭▬▭▬

(N/A): Quedó dlv :vv selenita tqm

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apartamento 512   𔘓   𝗸𝗼𝗸𝘂𝗸𝗮𝗶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora