Capítulo Único

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No sentía nada a su alrededor. Ni el suelo en el que su cuerpo estaba posado, ni la temperatura del ambiente. Ni siquiera el aire que respiraba. No había nada en ese lugar, sólo ella.

¿Así se sentía morir? Su alma debería estar flotando en algún lugar, viajando a su próximo destino.

Pero... no podía ser. No tenía sentido.

Intentó moverse poco a poco, despertando de un letargo que se le hizo eterno. Cuando sus ojos se abrieron, no vio nada más que una oscuridad infinita; como una noche sin luna ni estrellas. Se sintió diminuta como nunca en su vida. Insignificante. Y era una sensación estremecedora.

Probó incorporarse. Tenía una fuerte opresión en el pecho y la cabeza, como si hubiera recibido una brutal golpiza. Razonó que no podía estar muerta si era capaz de sentir dolor, pero eso no la hizo sentir mejor. Al contrario, le parecía más extraño.

Así que caminó, tratando de averiguar dónde estaba... si es que estaba en algún lugar.

¿Será este el limbo? se cuestionó. No era ni el cielo ni el infierno; no que ella fuese creyente de semejantes cosas realmente. Pero ante la incertidumbre de su situación, no podía dejar de divagar al respecto.

Lo último que recordaba era una voz llamando su nombre. Gritándolo con desesperación, antes de caer a ese interminable vacío. ¿Quién la llamaba? ¿Quién?

Towa.

Sus pies se detuvieron al recordarlo de golpe. O al menos, a empezar a recobrar fragmentos de lo que había pasado. Habían estado peleando contra Kirinmaru en un paraje desolado, repleto de riscos y formaciones rocosas, y estaban perdiendo. Realmente perdiendo. Kirinmaru no era como los cuatro peligros, que huían ante su inminente derrota. Porque sencillamente él no podía ser derrotado.

Llevó una mano a su frente, donde su el ataque le había impactado y lanzado lejos... tan lejos, que llegó hasta ahí. Towa había intentado detener su caída mientras Moroha, ya herida y agotada, se lanzaba contra el enemigo para cubrirlas.

Si ya no estaba en el campo de batalla, sus posibilidades de ganar... no, de sobrevivir, eran inexistentes. Había dejado a Towa y a Moroha solas, a merced de un poderoso demonio.

Apretó los dientes por la arrolladora impotencia, con el grito de su hermana aún resonando en sus oídos. Si tan solo no fuera tan débil, si no fuera una simple híbrida...

Una luz, reluciendo como una diminuta estrella, captó su atención de repente. Era lo único que interrumpía en la aplastante negrura, y lo vio como una señal. Una salida.

Sus piernas se pusieron en marcha. Los pasos trémulos pronto se convirtieron en un trote para finalmente dar su lugar a una carrera desenfrenada. Tenía que alcanzarla y salir de ahí, tenía que volver a la pelea. Si no lo hacía, Towa y Moroha morirían. Y no podía... ¡No lo permitiría!

El punto de luz fue creciendo hasta que, de imprevisto, absorbió toda la oscuridad y la obligó a cerrar los ojos y cubrir su cara. Resistió el empujón de la fuerte brisa que la sacudió hasta que esta terminó y pudo percatarse del enorme cambio a su alrededor.

La negrura le dio paso a un inmenso campo floreado, demasiado luminoso para ser real. Una corriente cálida elevaba pétalos caídos, arrastrándolos con ella en una silenciosa danza hasta que desaparecían a lo lejos. Era un lugar extraño... pero de alguna manera, familiar. Era como si aquella calidez ya la hubiera experimentado, como si ese sencillo pero agradable olor estuviera registrado en lo más profundo de sus memorias. Las memorias que había perdido.

―Señor Sesshomaru, ¿ya está de vuelta?

Esa voz la hizo saltar, girando el rostro en todas direcciones hasta que dio con su fuente. Se trataba de una mujer de largo cabello oscuro y kimono blanco, de espaldas a ella. Setsuna se paralizó. No podía dejar de mirarla.

Nostálgica CalidezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora