El Plan B

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En el fin de semana me puse al día con mis cartas. Básicamente no salí de la cama, y mi pereza llego a tal punto que mamá  pensó que estaba enferma.

El lunes... maldito lunes, inicio de la semana escolar, la primera cosa que noto cuando inicio sesión en mi cuenta de correo electrónico es que tengo un mensaje enviado por alguien con el nombre de "usuario anónimo".

Entrecerrando los ojos le doy clic y me encuentro conteniendo la respiración al leer las palabras:

El plan trazado es la absoluta libertad. Conocernos y ver qué pasa, dejar que corra el tiempo y revisar. No hay trabas. No hay compromisos

Casi grito en voz alta por la frustración, en cambio me encuentro tecleando frenéticamente mi pequeña respuesta. De repente, mi repertorio de citas de Benedetti se siente corto.

El único consuelo es entrar en el caos, volverse caótico también.

No sé lo que pensará de mi respuesta. La elegí únicamente por su referencia al caos.

Tomo una ducha rápida y me cambio de ropa para la escuela. Cuando reviso la computadora hay un mensaje nuevo.

Nos conocemos tan precariamente

que respiramos y eso nos asombra.

Bien... eso me deja sin respuestas. Y aun más confundida que antes.

Decido no contarle a Celeste sobre los emails, pero se lo cuento Nathan. Le doy todos los datos que tengo, incluso le ofrezco mi computadora portátil para que la revise él mismo e intente encontrar la fuente del correo, pero él le quita importancia con el gesto y toca el enorme papel donde anoté todo.

—No necesito un aparato para descubrir lo que mis manos desnudas tienen la posibilidad de encontrar —me dice, tomando mi papeleta con dos dedos y metiéndola en la bolsa de su chaqueta.

Dean y Matt no están con él, lo cual es sorprendente. Casi le pregunto donde están sus acompañantes, pero entonces soy yo quien le resta importancia con un gesto. Ellos no son mi problema.

Celeste me encuentra a la hora del almuerzo. Su energía bulle con el ruido de la cafetería como es costumbre. Lo que no es costumbre es que en cuanto me ve se pone de pie frente a su mesa, la mesa de los populares, un lugar donde no pertenezco, y me hace señas. Me señala. Ese movimiento idiota con un dedo que dice "ven, voy a devorarte".

Y entonces es que noto a Damon, sentado junto a ella... sonriéndome.

¡Oh demonios!

Si fuera cualquier chica normal, lo más probable es que hubiera hecho combustión espontanea en ese mismo instante. No por el calor, por supuesto, sino por la vergüenza. Pero soy Julieta Kloss, los chicos no me intimidan. Yo los intimido a ellos.  

Repitiendo esas palabras en mi mente camino erguida hacia la mesa de los populares y le lanzo a Celeste la más venenosa de todas mis miradas.

—¿Puedo ayudarte en algo? —Lo digo tan profesionalmente, como si fuera una vendedora aburrida de sus estúpidos clientes.

Dicen que es A.M.O.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora