Mono Verde

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Tamborilea, tamborilea. La palabra se repetía en su cabeza constantemente. No sabía de dónde había venido aquella idea, pero chocaba por todas las paredes de su mente. Jugueteaba nerviosamente con las rodillas y los zapatos contra el suelo, las palmas de las manos cubriendo su rostro mientras varios mechones de pelo caían perezosamente alrededor de su frente. Tomaba una fuerte bocanada de aire, retenía el oxígeno durante treinta y cinco segundos, y soltaba de nuevo todo. Mientras, su mente seguía repitiendo esa absurda palabra. Tamborilea.

Llevaba un año y un dos meses sin consumir. Siete meses sin beber. Y únicamente siete minutos sin llorar. Veinte segundos sin pensar en el suicidio. Cinco segundos sin pensar en...

Tamborilear. En algún lado debía haber escuchado la puta palabra para que su cerebro estuviese tan obsesionado con ella. Tomando otra bocanada de aire, la enferma llamó y le invitó a pasar a la consulta. La número 727. Le hizo gracia el número, a saber por qué. Antes de entrar vio en la sala de espera a una niña pequeña, de no más de siete años. Jugaba con un libro de Escoge tu aventura, mientras la madre parecía aconsejarle el camino a seguir por el protagonista, un feo mono verde con palos en las manos.

Cerrando la puerta de la consulta, alcanzó a escuchar a la niña gritar a su madre. "El mono debe tocar el tambor, mamá". Tamborilear, volvió a exclamar su mente. El mono debe tamborilear. Sonrió, a saber por qué. Dejó tras de si el último momento de paz de su vida. A partir de aquella consulta, nunca fue el mismo.

Pero su mente siempre siguió repitiendo en bucle lo mismo. Tamborilea, mono verde. Tamborilea.

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