CAPÍTULO 19

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Y así, con ganas de más, terminaron de ducharse, secaron sus cuerpos con un par de toallas y se colocaron el mismo albornoz de seda que habían usado antes. Mientras todo esto ocurría, anticipando lo que estaba a punto de pasar, Daniela sentía sacudidas en su centro, quería, casi con desesperación, compartir esa excitante experiencia, aunque no sabía si sería capaz de resistir algo tan divino, pero a la vez, tan desquiciante. En el pasado  María José había demostrado que sabía hacerla esperar, y ahora, ella estaría sujeta a su merced, de forma absoluta.

Cuando salimos de la sala de baño, María José me dijo que me sentara en el borde de la cama, mientras ella se dirigió  hacia el mueble de la habitación  donde había dejado las copas vacías. María José las llenó otra vez y se dirigió hacia mí. Me ofreció la copa en mi mano, me dijo que necesitábamos una palabra de seguridad, que no haría nada para lastimarme, pero en caso de que yo sintiera cualquier tipo de incomodidad, ella debía saberlo para desatarme de inmediato, y la palabra de seguridad serviría para ello. Sentí que la amaba aún más por eso, supe que me estaba protegiendo, anteponiendo mi bienestar, a cualquier otra cosa.

Cuando elegí la palabra, ella asintió sonriendo; tomó mi copa de vino casi vacía y la depositó junto a la de ella sobre la mesa de noche, de donde sacó algo de la gaveta. Ella se acercó de nuevo y me miró directo a los ojos. Sólo con ver esa mirada, sentí otro espasmo en mi cuerpo. Con un movimiento subyugante, se arrodilló frente a mí y usando ambas manos, tomó uno de mis tobillos con delicadeza, para comenzar a colocarme una de mis propias bragas. Intuí de inmediato por qué lo había hecho, quería acariciarme primero sin tocarme directamente, quería comenzar a enloquecerme justo así; la sola idea logró estremecerme, mientras percibía un nuevo torrente de humedad en medio de mis piernas. Esto apenas estaba comenzando, y yo ya me sentía excitada por completo.

Después de ponerme las bragas, tomó mi mano derecha y me colocó una especie de muñequera gruesa de nylon, que tenía adherida un aro metálico. Mientras me acomodaba la segunda en la otra mano, me miró de nuevo y pensé; "¡Por Dios! Aún a pesar de la lujuria evidente, ¡cuánto amor hay en esa mirada!". Sin pensarlo siquiera, llegó a mis labios la respuesta a esa hermosa visión. -Te amo -le dije. Ella me respondió con un beso profundo, increíblemente tierno, a pesar de la extrema pasión del momento.

Cuando separamos nuestros labios, ella se levantó y se sentó justo detrás de mí, para rodearme con la calidez de su cuerpo. Con sus dedos, separó mi cabello húmedo para dejar descubierta la parte superior de mi cuello, que comenzó a acariciar con sus labios; al mismo tiempo, introdujo sus manos dentro del albornoz para encontrarse con la cima de mis pechos. Por instinto, apoyé mi cabeza sobre su hombro y me rendí al fuego de la intensa pasión que me quemaba, cada vez más.

Después de unos instantes, escuché mis propios gemidos y sentí como mis caderas comenzaron a moverse de manera involuntaria, anhelando una caricia que yo sabía, no vendría todavía. Percibiendo la humedad que delataba mis deseos, sentí un espasmo de excitación, justo en el momento en que María José me quitó el albornoz y me susurró al oído que me acostara en la cama. Cuando me acerqué a la cabecera, me di cuenta que ella había dejado todo preparado; a ambos costados del colchón sobresalía, desde abajo, una delgada cadena que terminaba en un gancho, el gancho que ella enlazaría al aro de las muñequeras que acababa de colocarme.

Sin dejar de estremecerme, obedecí. María José se acostó a mi lado, acercó sus labios a los míos y mientras me besaba, sentí su mano acariciando la parte interior de mi brazo izquierdo, que fue llevando hasta colocarlo de forma perpendicular a mi cuerpo, ligeramente por encima de mi hombro. Después de besarme, se arrastró un poco y se dirigió hacia el costado izquierdo de la cama. Allí enlazó el aro de la muñequera al gancho que yo acababa de ver. María José comenzó a acariciar con la punta de sus dedos, muy despacio, su camino de regreso desde mi muñeca hasta mi cuello. Me besó de nuevo. Me estremecí otra vez y sentí cómo mi centro, palpitaba dentro de mí. Era como si desesperado, supiera que sólo faltaban escasos segundos para estar sometido por completo a la voluntad de ella.

El Amor Va Por Dentro [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora