Capítulo 46: ¿Lo ama?

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—¡Me alegra que hayas sacado un poco de tiempo para tomar el desayuno!

—Bueno, si somos honestos, no es cómo que me hayas dado elección    —aseguró inclinando la cabeza un poco hacía la derecha y alzando la vista en su dirección haciendo un puchero—. Sin embargo, no te culpo de que quieras pasar tiempo conmigo, después de todo, soy tu favorito.

La reina madre apretó los labios con un semblante divertido y tomó el vaso de cristal que tenía en frente de ella, llevándolo a la comisura de los labios logrando así ahogar una carcajada.

—¡Nicolás, no digas boberías! Ni seas la manzana de la discordia. Bien sabes que amo a todos por igual...

—Por supuesto. Tú di aquello, sólo trata de ser más convincente.

—¡No tienes remedio! —exclamó curvando los labios en una cálida sonrisa.

—¡Créeme, ni siquiera me esfuerzo en ser encantador, me sale de manera natural!

—Estoy de acuerdo. Eres bastante encantador, un príncipe muy encantador...

—¿Por qué presiento que hay un pero, en aquel halago?

—Pues, la cena de hace dos días,  fue...

—¡Entretenida! ¿No? —le interrumpió seguido de una carcajada burlesca.

—Se podría decir así. Ya que pasó algo inusual.

—Pues yo no llamaría inusual al hecho de que Edwards haya protagonizado una escena con una de sus amantes. Bien sabemos lo promiscuo que es mi primo. Creo que aquello fue lo habitual viniendo de él —destacó de manera normal mientras untaba margarina a una tostada—. Y de alguna forma, no puedo no llegar a sentir pena por la chica; depositando su fe a ciegas en alguien como él.

—Nicolás —mencionó su nombre en un tono serio, cosa que hizo que el príncipe se detuviera de balbucear y dejará la tostada en el plato, prestando toda su atención—. No puedes repetir la historia —arrojó de imprevisto. Y la forma en la que le hablo le causó escalofríos, sintiendo como si alguien tocara su corazón con manos frías—, aquello casi destruye nuestra familia. Nuestro linaje. No tienes permitido repetir lo que...

—¿Lo qué hizo mi madre, o lo que hizo tu hija...?

Nicolás, la detuvo y le lanzó una larga mirada expectante. Escuchar que ella insinuaba aquello era doloroso, y el impulso de venganza que formaba parte de él hizo su aparición.

—¡Por favor continúa...! —exclamó con insolencia mientras se ponía de pie y arrojaba una servilleta de tela en la mesa—. Es que me encantaría saber cómo esto es culpa de mi madre y no de tu hija.

—Nicolás. Es la reina, que no se te olvide.

—Por supuesto —respondió en un tono bajo y desagradable, dando media vuelta.

—Por cierto... —Él, se detuvo pero no volteó a verle—, Edwards, le propuso matrimonio, aquella noche.

—¿Me imagino que ella ha aceptado?

Sentía unos fuertes latidos en el corazón, como tambores invisibles que le repercutían en las sienes y al vivo compás de este golpeteo funcionaban sus pulmones. Y ni siquiera entendía el porqué.

—Por supuesto que lo ha hecho. Ella no es nadie para atreverse siquiera a pensar en rechazar una propuesta del futuro rey. Esa chica debería sentirse la más afortunada de todo el mundo. Yo en cambio no estoy de acuerdo en esa grotesca unión. Es corriente, soy una persona tradicional y por más que se esfuerce, tal vez nunca logre encajar. Sin embargo, mi opinión no ha sido requerida, así que no es relevante. Yo, al igual que los demás conocemos nuestro lugar, y espero que tú también sepas cual es el tuyo —expresó con profunda comprensión—. Pero debo reiterar una vez más mi preocupación hacía esta familia y a ti. Porque pongo en dudas, que seas lo suficientemente estúpido, en repetir los pasos de tu madre.

La Cenicienta de Queens (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora