Capitolo zero - ¿Dónde está mi padre?

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— La nave ya está por llegar a tierra italiana.

— Perfecto, Durand trae un auto. Tú conduces —Él asintió y salió de la sala, dejándome solo con mi padre. — ¿Estás seguro de que debemos separarnos?

— Tranquilo, sabes que los Camorra son unos críos en esto. Iré con Guido, él dará todo el palabreo y antes del amanecer estaremos contando dinero y bebiendo como siempre.

— Estaré uno o dos kilómetros al oeste del puerto, y lo sabes, pero nada más debes darme una señal y se cancela todo —Asintió.

La embarcación militar que enviaron los Camorra hace dos semanas en señal de alianza llega a porto di Palermo, uno de los puertos más concurridos por turistas y gente local de Sicilia. Al ser armamento pesado sería muy evidente enviarlo a la península directamente, pasaría más desapercibido el trato, según ellos, si lo envían a una isla alejada de Roma. Dudo.

Ya estaba todo listo, aparte de nosotros, 40 de nuestros hombres estarían desde diferentes puntos en altura apuntando hacia el punto de encuentro, cualquier movimiento en falso y todos tenían autorización para disparar al cuerpo.

— Ya estamos en zona, la nave se está posicionando — sonó la voz de Guido a través del radio del auto. Bien.

— Quiero oír a Didier.

— Habla El Santo. — Respondió el hombre que me engendró.

— Tú no bajes del auto y mantén activo el audio en todo momento — pausé —Y tú también Guido, conecta tu audio a nuestra emisora.

— Si señor — Respondió Guido, y segundos después la puerta del auto se abrió y cerró. Guido ya había bajado.

— ¿Desde cuándo el bambino da las órdenes? — dijo en un tono molesto. Ignoré su pregunta, no es el momento para discutir quien lidera las operaciones. Él sigue siendo líder, cada vez más viejo y descuidado, pero sigue siéndolo.

El silencio no duro ni un minuto cuando la voz de un hombre sonó por el radio. Era el audio de Guido. — Que sorpresa, una cara que no conozco ¿Dónde está El Santo?

— Valentín, no sabía que vendrías, esperaba a uno de tus hombres — respondió nuestro hombre, claramente no hablaba con nosotros.

Me tensé al saber que era Valentín Ferrara quien estaba aquí, cuando son regalos amistosos los jefes no van personalmente a la entrega porque no son lo suficientemente relevantes como para ir, pero este caso es la primera muestra de alianza que tenemos de parte de los Camorra, no es muy inteligente de parte de ellos exponerse así, por eso nosotros enviamos a Guido.

Esto no me da buena espina y sé que, como yo, mi padre está muy atento a la conversación.

— Decidí a hacer la entrega personalmente, y esperaba que mi aliado también estuviera aquí — oímos a Valentín.

Esto puede ser dos cosas: una encerrona, o los Camorra realmente son una banda de críos con los cuales no deberíamos tener alianza.

— Alexandre avisa a las águilas que apunten —el hombre a mi lado asintió y rápidamente lo hizo. Sé que Didier y Guido escucharon la orden y deben estar sopesando las mismas dos opciones.

— Yo soy quien recibirá la mercancía, acéptalo o mueve tu culo de regreso por donde llegaste — respondió Guido. Excelente.

— Calma, calma. Sé que no me esperaban, pero estoy solo y ustedes deben ser cientos que en este momento me apuntan — la voz se sintió más cerca — no soy una amenaza y sé que El Santo no está muy lejos de aquí, no sé si me está escuchando, pero dile que se presente.

— No lo hará — aseguré tajantemente.

— Damien tú no decides, bajaré — Seguido se escuchó a través del radio como mi padre salía del carro. Mierda.

Escuchamos como Guido confirmaba que El Santo llegaría allí, y comenzaron a discutir sobre números y asuntos de la alianza. Mire a Durand, entendió perfectamente lo que debía hacer, encendió el motor del auto y arrancó lo más rápido posible hacia el puerto. Tardamos exactamente 7 minutos en llegar, rápido bajé del auto y caminé sigilosamente hacia el punto donde fue el encuentro.

Mierda.

Sobre un charco de sangre estaba el cuerpo sin vida de Guido, le habían dado en la cabeza. ¿Dónde está mi padre?

Horas más tarde, tras beber el último vaso del vodka más fuerte traído desde Polonia, él se juró que buscaría venganza en el nombre de su padre, y pondría nuevamente el apellido François en lo más alto de este mundo, así fuese lo último que hiciese en esta vida.

Esta vez sin fallas, nada ni nadie se interpondría entre él y su objetivo.

SantinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora