Cuenta una leyenda, tal vez inventada por mi misma, que si te enemoras de la persona que no debes al final acabas sufriendo. Y así fue como me pasó a mi.
Mi nombre es Mía, gracioso, como el determinante, tengo 18 años, soy morena, metro setenta y algo tímida, lo más peculiar de mi, a parte de mis gustos, son mis ojos. De un marrón claro en el centro que se van difuminando a verde hasta ser grises a los bordes de mis pupilas. Mi historia no es gran cosa, varios triángulos amorosos, pero lo sorprendente es que una de las esquinas es siempre la misma, Lucas.
Lucas y yo nos conociamos de toda la vida, aunque yo no le tuviese en cuenta hasta mi 14 cumpleaños, nuestros abuelos eran vecinos, por lo tanto coincidimos continuamente. Él me saca 5 años aunque podríamos decir que no lo parciese, alto, moreno y con una sonrisa encantadora, lo que más me gustaba de el era ese lunar en la comisura del labio que me hacía querer besarlo constantemente. Desde el primer día que le vi algo cambió en mi interior, y de eso trata esta historia.
