CAPÍTULO 1: El Comienzo

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               Eran las tres de la tarde, el sol radiaba cálidamente un martes de primavera. Encanto se volvía colorido, perfumado de todo tipo de flores y el agua más cristalina y fresca corría en los alrededores del pueblo.
               En casa, Lucas se encontraba admirando del rayo de luz que entraba a su cuarto. Muchas ideas se venían en su cabeza, listas para ser plasmados en papel. Pero de tantas ideas no podía fijar en una para poder comenzar a escribir. Su máquina de escribir se encontraba en una pequeña mesa que su mamá Dolores había obsequiado junto a una silla hermosamente detallada con su nombre y un marrón exquisito, como recién talado de un árbol. Se sentó, analizó lo que escribía, pero volvió a tirar el papel por quinta vez.
Un sobresaltó lo sorprendió. Su tío Antonio, joven apuesto, entró con un tucán en su hombro derecho.
-Me cuentan que tienes problemas para escribir. ¿Falta de inspiración? -
-Agg, es que se me viene tantas ideas, pero ninguna me parece de agrado. O tal vez a nadie le llamaría la atención. Tío, ¿alguna idea?
- ¿Qué tipo de cuentos andas escribiendo? -
-Emm tal vez... románticos. Pensaba en un amor adolescente que en realidad no estaría aprobado por la familia, pero... - Antonio echó una pequeña risa.
- Es lo que creía. Suena ridículo. –
- No, no Lucas. No dije nada. Simplemente me... – Toñito recordó algo. Algo cercano, precisamente em su familia. – Nada. Te desafío a que lo continúes.
- ¿A qué se debe ese silencio? ¿Le guardas algo a Carla? O... pss! ¿Carla es tu amor prohibido?
- No Luquitas. No mijo, no es lo que piensas. Me recuerdas a algo similar. A un amor imposible que sí lo vi, lo contemplé, aunque en su momento no entendí. Verás, era un niño, pero aún así, ¡qué bellos se veían! -
- Ahhh fuiste el imposible de alguien. ¡Cuenta! – Lucas enderezó su espalda, se puso derecho con los dedos listos para marcar en las teclas, pero otro silencio llenó el cuarto - ¿Qué pasa? ¿No lo puedes contar? ¿Acaso no es Carla? ¡Ah! ¡Tienes a otra bajo la manga!
Antonio se dirigió a la ventana, con la luz del sol en su cara. Algo le dijo el tucán, que perfectamente pudo entender, solo que los pensamientos lo invadieron e inmovilizaron de tanta nostalgia y tristeza juntas.
- Yo vi un amor imposible. Lo viví, simplemente no lo entendía, porque era demasiado niño. Vi a dos personas amarse con locura, con sus miradas, corridas, escondites por aquí, escondites por allá. Fue demasiado imposible. Un lazo familiar era lo que lo hacía peligroso. Encanto nunca tuvo un amor igual. Pasarás por el pueblo mirando a cada una de las parejitas que vienen caminando, de la mano, pero jamás verás lo que vi y disfruté ver... - Una lágrima se pudo ver correr por la mejilla derecha de Toñito, aunque Lucas no lo vio.
- Ah, un amor imposible – pensó Lucas – dos familias – tomó apuntes en otro papel, en su libreta azul, para no arrancar el de la máquina de escribir. ¿Dos familias?
- Un tío y su sobrina – respondió sin mirar a Lucas, contemplando las flores del más allá del valle.
- Oh... eso si pica – respondió el jovencito escribiendo a más no poder en su libretita. – Un amor imposible, dos familiares, tío-sobrina ... excelente. ¿Qué más sabes de ellos? -
Antonio vio volar al Tucán que le había pedido ir a un punto exacto del valle, pero no sabemos dónde... A veces, Lucas deseaba tener un poder mágico, como la gran parte de su familia.
Inhaló fuerte, se sentó en la cama del jovencito, y por fin su mirada se desvío a mirar a Lucas, quien esperaba efervescentemente la narrativa, con lujos de detalles. Sus dientes superiores mordían su labio inferior, como esperándolo todo.
- Tío Antonio, estoy listo. De ser buena la historia, lo haré libro, seré famoso, te llevaré a ti y a Carla a todos lados, diciendo "este es mi tío y esta es su historia" – Antonio echó a reir, saltó de la cama a abrazar a su joven sobrino de apenas diez años, único hijo de Dolores y Mariano (por ahora), con un talento para escribir increíble. No nació con un don, como algunos de los familiares de él (ya llegaremos a ese punto), pero Dolores lo amaba infinitamente y aceptaba grandemente que su hijo, a los ocho años, ya escribía cuentos fantásticos, tan fantásticos como el pueblo donde vivían. Por eso, Mariano le regaló esa hermosa máquina de escribir, con las teclas en negro y letras doradas, hermosa por donde se la viera. Entre Antonio y Lucas no pareciera una relación tío-sobrino, mas bien de primos, por la corta diferencia de edad que tenían.
           Emocionado de lo que su sobrino podría llegar a hacer con su historia, su trágica historia, de aquellas que su propia familia jamás mencionó en la mesa, Antonio decidió que era el mejor momento para que Lucas conociera profundamente lo ocurrido. Lo que los marcó a los Madrigal de por vida.
- querido Luquitas – suspiró – amo ese talento poderoso para escribir y sé que llegarás lejos, pero prométeme algo. - Lucas lo miró confundido, pero asentó su cabeza – no te olvides de esta historia. Por más que a las personas no les guste, o sepan de quiénes se tratan y te denigren por haberla escrito, no te olvides de ella. No te olvides de quienes lo padecieron, murieron, pero se amaron hasta lo último, hasta el último de sus días. ¡Promételo! – otra lágrima salió de su mejilla, y ahora Lucas pudo verla con el reflejo del sol.
- Si tio, es mejor escucharla primero, luego anotaré lo necesario- el joven dejó su libreta al lado de la máquina de escribir.
Eran las tres de la tarde, una hermosa tarde de primavera, para recordar lo que pasó hace diez años atrás.

Hasta Nuestro Último DíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora