CAPÍTULO 4: Los preparativos

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              Bruno no durmió bien. Eso es seguro. Luego de que lo llevaran a su habitación, miles de figuras verdes se resplandecieron en todo el espacio. Caballos, hombres, un extranjero con una espada, mujeres corriendo, hasta llegar a ... Mirabel. Bastó un solo grito para que se despertara.

- ¡Dios, no! – decía, gotas de sudor pesado rodeaba su cara. Un torbellino de ideas lo camufló al despertar. Su respiración era pesada, como si se tratara de alguien que recién sale del agua después de mucho tiempo. Miró a su alrededor y, nostálgicamente, recordó su habitación. Una apertura enorme, con forma de reloj de arena, y detrás de ella una lluvia de arena que, ahora, caía menos, se podía visualizar un poco más allá. Recordaba las veces que la atravesaba para llegar a la cueva de visiones. "Bruno, predice por favor quién es el afortunado que se casará con mi hija", "Bruno, ¿tendré novia?", "oye amigo Madrigal, ¿Qué pasará luego de que mi abuela muera?", algunos de los tantos recuerdos turbados de aquella vez, penosa y última vez que vio a los aldeanos. Recordaba las visiones que Alma le pedía, para Julieta y Pepa, como también las veces que le rogaba: "Brunito, serás afortunado, lo sé. ¿Viste quién será?" y esa pregunta no tuvo respuesta. Cecilia, la última promesa para su vida, lo negó, terminó todo muy mal. ¿Mal interpretación de ella? ¿Mala jugada de él? Su corazón no lo resistió.

                  No llegó a ver a Mirabel. Sólo la conocía de pequeña en las visiones. Sólo sabía que Julieta llevaba pocos meses de embarazo. La última de ellas vio que la niña no tendría un poder mágico, y pudo ver la tormenta y caos familiar que se le avecinaba a su hermana y a Agustín, pero nada podía hacer, mucho menos estando lejos. Había decidido a renunciar a sus predicciones para vivir tranquilo, fuera de las serpientes que hablaban de él, que le daban la espalda, y de una madre incomprensible y estricta. Lo que no recordó es qué pasó en esa madrugada previa a que lo trajeran a Encanto ni quién lo encontró. Julieta lo había sanado con arepas, Alma le había sacado restos de vidrio y vestido de nuevo. Ya no tenía ropa andrajosa, ni sucia, ni esas ojotas de pordiosero. Bruno se sintió desconcertado. Se sentó a la orilla de la cama, sin decir nada, lloró. Lloró lo que en un tiempo largo no pudo. Tanto dolor en un corazón que sólo quería ayudar y amar, y ser amado. Nunca pidió más.

              De repente, un portazo lo sacó de lugar, logrando tocar piso y el corazón sobresaltar.

- ¡Buenos días! Porque son muy buenos días – caminaba muy alegremente y entre risas Mirabel, quien se había ofrecido llevarle el desayuno a la cama a su tío. Le advirtieron que no hiciera ruido, una tarea imposible para ella.

- ¡Por Dios niña! – suspiró Bruno – casi me das un ataque –

- Um... lo siento. No pensaba despertarte así. Pensé que ya estabas... -

- Gracias. Ya estaba despierto, por suerte. ¿Qué has traído? –

- Ah sí. Traje algunas arepitas, café... - sonrió automáticamente. Mirabel destellaba felicidad en cada tarea, lugar y con cada persona. Bruno quedó admirado en cuestión de segundos.

- Gracias Mirabel. – tomó la taza de café y suavemente tomó de a sorbos. Observó de reojo que Mirabel quedó parada frente de él. – Puedes sentarte o...-

- Bueno – contestó eufóricamente. – Mmmm- inició un procesamiento de preguntas en su cabeza. Estaba ante el tío que volvió después de un tiempo, al que tanto le hablaban raro. - ¿Cómo te sientes tío...Bruno? – su sonrisa no se movía. Bruno no podía parpadear. Eran muchas sonrisas, mucha energía alegre de repente.

- Mejor, gracias. Emm... ¡qué grande estás Mirabel! Es decir... ha pasado mucho tiempo que... -

- Gracias tío – no se detenía en interrumpir – así que ... tu don es ver el futuro. – Bruno no respondió, sólo se atragantó del sorbo torpe. - ¡Ah! Lo siento. Es mucha información, ¿verdad? Muchas preguntas ¿verdad? Lo siento, lo siento. – Bruno seguía tosiendo.

Hasta Nuestro Último DíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora