CAPÍTULO 5: La Fiesta

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                Esa noche, todo el pueblo se preparaba para una fiesta especial. La decoración quedó estupenda, todo mágico como el Encanto mismo. Los animales ayudaron perfectamente, gracias a Antonio. Camilo ayudaba con los niños más pequeños, Alma se acercaba a las familias agradeciendo por su llegada, Valentina y Julieta servían la comida, Pepa y Dolores se reencontraron con viejas amigas y se quedaron largos minutos parloteando. Félix y Agustín ayudaban con las bebidas. Isabela y Luisa cuidaban de la torta, de aquellos curiosos, mientras se terminaban de dar retoques de maquillaje.

                 Mucha gente se sorprendió a ver a Bruno, otros, los que ya sabían de su llegada accidental, trataron de acercarse a saludarlo. El hombre, sacudiendo su pánico, trató de saludar, algunos si, algunos no. Había mucho dolor en lo profundo por sanar. Pasaron los Carreño, los Rodríguez, los Guzmán, los Peñasco... Ah, Bruno se detuvo allí, porque nada más ni nada menos estaba ella, Cecilia, su ex. No hay nada certero en lo que fuera esa relación, pero él la esquivó, con profundo dolor, se mordía los labios, una lágrima que no salió, lleno de enojo y angustia. Cecilia aún no lo notaba.

                  Mirabel cumpliría sus dieciocho años. Su vestido blanco, con bordados de oro, flores en los bordes de la falda que caía libre, se movía al ritmo de ella. Un moño blanco con pequeñas flores en dorado y azul, armado por su hermana. Aros y collares blancos, con forma de mariposas, libres como lo era ella. Agustín lucía tan elegante como ella y la sacó a bailar en la ronda. Un vals, luego pasó Félix, Camilo (con bromas de por medio, de esas que fastidiaban a la muchacha) pero fue el que mejor bailó, llevándose los aplausos de todos. Pero Mirabel observó, faltaba alguien. Buscó entre la gente y allí estaba, escondido entre las plantas gigantes y las columnas. Despacito, se fue acercando a él. "Bruno" lo llamó casi susurrando. Bruno observó a ambos lados, se sonrojó, pero aceptó la invitación. Su sobrina, quien la estaba conociendo hace días, se dispuso a bailar con ella. La luz se atenuó, pero fueron a ritmo. La joven se sorprendió de lo bien que llevaba su tío el compás. Sin esperarlo, Mirabel lo abrazó. No lo veía venir, Bruno miró sus rulos. "Gracias tío" se escuchó. Bruno respondió al abrazo y siguieron.

- A ver muchacha cómo bailas – le dijo sonriendo. Tomó su mano, hizo un giro, y cuando Mirabel volvía, volvía a abrazarla. Ella reía mientras hacían vueltas y vueltas, todos reían, y en un momento se distrajeron y cada uno tomó marcha en las conversaciones.

                 Mirabel reía y su corazón comenzó a latir más fuerte. No entendía qué pasaba. Miraba a esos ojos verdes, vacíos de tanto tiempo hundido en soledad, sus rulos perfectamente hechos como a compás, su traje bordó que era su color, sus manos ásperas pero cálidas. Muchas preguntas, mucha información para un momento delicado como este. Bruno, por su lado, su corazón latía con más fuerza, apreciaba a la luz cada detalle de ella: sus rizos, sus gafas verdes, su decorado blanco, puro, oro puro, sus ojos marrones que destilaban gozo, al ver por fin su familia completa. Pero ella no lo sabía, no sabía lo que vendría... En una de sus últimas vueltas, Bruno miró a lo lejos otra vez a aquel hombre que lo trajo a su casa Madrigal: Cristóbal, quien bebía su vino calmadamente, observando cada detalle de la fiesta. Inmediatamente quitó su vista de allí. En la otra columna, ahora Bruno sin notarlo, estaba Cecilia. Su rostro dejó en evidencia lo furiosa y frustrada que estaba ante él, ante los recuerdos que regresaron a su memoria, por lo que retiró por unas copas de vino. Pero del otro lado, Analía. Solo que él no lo sabía. 

                Luego, vino el pastel. Blanco, preparado por Julieta y Pepa, decorado a la perfección con ayuda de Dolores y Camilo y adornado por Isabela. Bruno sentía cómo el pastel seguía sanando algunas heridas internas de las que no tenía idea que estaban allí, al igual que mucha gente quedó sana. "Julieta, tu don es perfecto" pensó para sí mismo. Mirabel se gozaba en cada instante de la fiesta. Por último, antes de despedir al pueblo, Abuela Alma hizo un brindis, por ella, por los años venideros y por su futuro prometido, Andrés. Bruno volteó tan bruscamente que casi todos se darían cuenta de ello. No lo esperaba, no sabía que su sobrina ya tenía en vista a un muchacho. "Tanto tiempo. ¿Tanto tiempo?"

Hasta Nuestro Último DíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora