Pasaron dos meses después de aquella gran celebración. Todo el pueblo hablaba de la hermosa noche y su protagonista, la menor de Julieta y Agustín. Bruno estaba acostumbrándose al ambiente familiar. Aún no salía de su casa, porque lo perseguían las habladurías y las malas impresiones de los demás. Veía todos los días cómo la familia coordinaba en sus tareas domésticas, yendo, viniendo, riendo... "¡Qué ambiente agradable!" pensó, pero aún había presentimientos que lo tenían rodeado.
Desayunaba tranquilo, mientras gran parte de la familia estaba en sus tareas. Se quedó Julieta con él, haciendo compañía. Nadie lo quería apurar, había pasado mucho tiempo estando solo, darle tiempo al tiempo decían ellos. Todo marchaba a paso tranquilo...
- ¡Buenos días, tío Bruno! Los días son buenos – volvía a exclamar Mirabel, cargando dos fuentes de arepas, mientras su hermana se reía. Bruno logró despegarse de la silla, casi volcando por completo media taza de café.
- ¡Ay Dios mío, mija! – suspiró, con un corazón a máxima velocidad – veo que no tienes volumen– sonrió rápidamente para no ofender.
- ¡Perdón, perdón! – exclamó la jovencita – toma, una arepita para el corazón. –
- Tío, ¿me acompañas al pueblo? Debo hacer algunos mandados. Pensaba que sería lindo que salieras un poco de casa- Mirabel esperaba una respuesta con una gran sonrisa, Julieta sólo observaba y asentía. Bruno no respondía, miraba el fondo de su taza. Luego de unos segundos...
- ¿Qué dirán de mí? – pensaba, un poco asustado y angustiado.
- Ay no, de eso no te preocupes. Si te incomodas, te traigo de nuevo. Podrás disfrutar del sol de la mañana, caminar... -
Bruno miró a su hermana. Ella llevaba varios minutos observando, su sonrisa, ese mensaje de "tranquilo hermano, todo está bien. Te lo prometo", lo llevó a tomar una decisión.
- Oooookey. – se reía para sí mismo.
- ¡Genial! Mamá, prepárame la canasta. Saldremos ahora.
Partieron los dos. "¡Los espero a la vuelta!" se escuchó ya a lo lejos su mamá Mirabel miraba extasiada a Bruno, el viaje que estaban emprendiendo, todo lo que podían conversar, luego de tantos años de ausencia. Bruno, por su lado, se colocó su ruana, listo para cualquier situación incómoda. A este punto, Mirabel apreciaba el físico de su tío: había que eliminar esa ruana, no le quedaba bien. Ya tenía pensado en algunos bordados que ella podría hacerle: mariposas, flores o tal vez corazones. Ella llevaba una canasta con diferentes paquetes y encargos y Bruno la ayudaba con la lista.
- A ver... - pensó ella – tenemos a los Guzmán. ¡Ey! ¿sabías que Dolores está enamoradísima del hijo de Mabel? Mariano es su nombre. Isabela siempre bromea sobre él. -
- ¿Ah sí? – preguntó su tío, con una ceja levantada. Ya tenía sobrinas enamoradas. Pasaron de ser niñas a jóvenes emprendiendo la adultez.
- También a los Rodríguez, necesitan dos paquetes de hierbas. A los Gutiérrez, aggh. – protestó Mirabel – No quiero pasar por ahí. Es que... Bueno, sigamos. Aquella casa blanca es de los Peñasco, ellos-
- ¡Ah no! – exclamó Bruno, escondiéndose detrás de ella- Mi...Mira... Mirabel, mira. Si quieres te ayudo con e...ellos. Los Gutiérrez, pero tú, solo tú, vas a los Peñasco-
- ¿Algún problema Bruno Madrigal? – se burló, poniendo ojos pícaros, pero ignorando completamente el verdadero porqué que lo tenía atemorizado, o tal vez, dolido.
- No. Simplemente no quiero. – suspiró – te ayudo con los Gutiérrez. – pensó, redoblando su partida – de todas maneras, hay que ayudar a ese pequeño Andrés, ¿verdad? – se reía. Mirabel lo entendió perfectamente, con una mueca burlona le respondió. Ambos partieron para las respectivas casas, escondiendo uno (o tal vez varios secretos bajo la manga).
ESTÁS LEYENDO
Hasta Nuestro Último Día
RomanceLucas, el hijo de Dolores, está a punto de escribir una novela romántica. Antonio, su tío, lo ayuda contando una historia que él conoció y vio en vida propia y cómo sufrió hace diez años...Un amor imposible pero poderoso nació entre dos personas de...