CAPÍTULO 8: Las Profecías se cumplen

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                   Era un sábado por la noche, y en verano, ardía. La familia organizó la cena y las mesas afuera, en el gran patio de la casa. Cenaban alegres bajo un manto estelar espectacular en suelo colombiano. Los primos se sentaban de un lado, enfrentados. Camilo al lado de Luisa, y ambos frente a Isabela con el entonces pequeño Antonio y con Dolores. Charlaban a montones, entre todas las cosas, sobre Mariano que, por aquél entonces, ambas se la disputaban, pero de forma sana. Isabela pronto sabría perfectamente que él sería el indicado para su prima. Camilo hacía reír a Luisa con sus camaleónicas formas y bromas. Del otro lado, Alma en la punta, Valentina a su lado, luego le seguiría Julieta y Agustín. En frente, Pepa y Félix. Todo concordaba en padres e hijos, excepto dos. Bruno se encontraba frente a Mirabel y accidentalmente al lado de Félix, frente a Agustín, quedando expuestos los tres hombres terriblemente cerca. El rompecabezas perfecto. Todos reían, la presencia de ruidos, risas, carcajadas, murmuraciones, se juntaron todo en una mesa, y también el silencio. Mirabel y Bruno no hablaban en palabras, hablaban en miradas.

                        Parecía que el tiempo se frenaba, ambos reían, se leían en lenguaje corporal. Las miradas lo decían todo, hasta que un hombre llamó a la puerta. Era Cristóbal, con unos chocolates preparados por su familia. Estaba enormemente agradecido con Julieta, quien salvó a su mujer de una grave herida, en el pueblo, al caer de su caballo. Por minutos que se demorara, la mujer podría no haber sobrevivido.

- Pase buen hombre – dijo Alma - ¿gusta cenar de nosotros? – Cristóbal miró a todos alegremente, excepto a un Madrigal, a aquél que "salvó" en su regreso. ¿Acaso dije..." salvó"? Bruno le respondió con una mirada con calma, templanza, pero lleno de furia. Mirabel lo notó.

- Agradezco su invitación, madame, pero debo marcharme pronto. Del otro lado del Encanto necesitan militares, y a mi deber han llamado. -

- Oh, ¿ha sucedido algo? –

- No, mi querida Alma. Nada de qué preocuparse. Sólo reclutan hombres. Le deseo una velada maravillosa, como lo es su familia – Besó su mano y Agustín lo empezaba a acompañar a la puerta. Bruno se levantó tras él y-

- Lo acompaño yo – dijo Bruno – Alma se sorprendió, pero lo tomó como un buen gesto de alguien que lo rescató. Agustín accedió al pedido de él.

               Caminaron lento, sin una palabra. Al llegar a la puerta, se cerró tras ellos, y Bruno asaltó al hombre de forma inminente. 

- ¿Qué quieres de mí? ¿Crees que no me doy cuenta? –

- Oh, señor Brunito, el de las visiones, el predicador favorito. Sólo te pedí una cosa, pero veo que me tendré que poner más firme- lo agarró de su ruana y camisa y lo tiró al suelo, en seco. – Enséñame ese milagro y te dejaré libre. –

- No lo entiendes – un puño golpeó su cara, dejando su labio partido y con un sangrado fuerte.

- Enséñame. ¿Qué artilugios tiene tu familia? ¿Son brujos? ¿Por qué se les dio un milagro solo a ustedes? – el hombre alto y canoso escuchó a lo lejos que lo llamaba su hija menor, mientras que con sus manos agarraba al pobre Madrigal sin manera de defenderse.

- Esa es mi Analía, hermosa, como una rosa. Tú la abandonaste, la dejaste con su corazón roto. Nunca pudo ser parte de esta mágica familia. ¿Entiendes lo que digo? Bruno, ¿qué es ese milagro? Yo también formo parte de Encanto, pero ustedes... -

- No lo entenderías. Nunca lo pedimos, per... - y otro golpe en seco lo dejó tendido en el suelo. Bruno estaba realmente confundido.

- Tú sabes algo de la magia. Te recuerdo como bebé y –

Hasta Nuestro Último DíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora