Adagios

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ADAGIOS

(n.) Frase repetida de forma invariable, en la cual se expresa un pensamiento, un consejo, una enseñanza.

Tenía alrededor de dos años que no veía a Isabela Gomezcaceres, la última vez había sido en el único centro comercial de nuestra pequeña ciudad natal, llevaba un sinfín de bolsas sobre su hombro y las graciosas gafas redondas pendiendo de su respingona nariz, quise acercarme a saludarla, pero en cuanto quise alcanzarla ya había desaparecido escaleras abajo, hoy la tenía en frente, con un gracioso tapabocas de mariposas verdes y amarillas estampadas, su cabello castaño y liso estaba pulcramente recogido en una cola de caballo, aunque uno que otro rizo rebelde se escapaba a la altura de la frente, tersa y sin arrugas. 

A todos nos estaban pasando los años, Isabela, por lo que podía ver en Instagram y Facebook se mantenía igual, el rostro redondo e infantil, su figura menuda que podía ser levantada sin esfuerzo y la sonrisa con dientes ligeramente chuecos que según recordaba solía hacernos dar vuelta cuando la escuchábamos reír en los pasillos de la universidad.

Pensé en acercarme y saludarle, preguntarle por las ultimas matas que según su Instagram vi había comprado en un vivero a las afueras de Cartagena, no sabia, como, ni por qué, pero me había mantenido al tanto de su vida por medio de las redes, aun cuando nunca fuimos amigos cercanos en la universidad, siempre me causaron curiosidad sus vestidos de flores, sus flores en el pelo y la enorme mochila que llevaba a todas partes.

Isabela estaba en todas partes en la universidad, en mi clase de comunicación, calculo, Isabela en la cafetería con una botella de agua en frente, en la biblioteca, leyendo concentrada, en los pasillos con su cabello recogido en una floja cola de caballa en lo alto de su cabeza.

Supongo que sigo siendo uno de esos tipos cobardes que le teme al éxito o un man exitoso que prefiere no molestar esos santos.

Así que decidí dar vuelta, total, con estos tapabocas resultaba inverosímil que ella me reconociera, y cuando di vuelta, lo imposible, ocurrió.

Resultaba increíble como conocía su voz, como era familiar, pero que diferente y lejana se me hacia cuando era mi nombre el que estaba en su boca.

—¡Paul! —sus ojos, se iluminaron, quise creer que era debido a ese sol inclemente del medio día.

Fingí de la manera mas tonta y cobarde, que no la había visto, que solo la había notado cuando me había llamado sin temor a que todos los que estaban en la plaza voltearan a verla.

Fue cuando noté que ya no llevaba sus clásicos lentes redondos y delicados, no llevaba lentes en absoluto.

—Isabela—saludé asintiendo al tiempo, lo que daría por ser uno de esos tipos cuyas emociones no se notan en su ritmo sanguíneo, a estas alturas ya debía estar sonrojado.

Ella pareció no notarlo, y si lo notó, lo ignoró por completo y le agradecí por ello.

Se abalanzó a darme un abrazo, violando todas las normas de bioseguridad, le recibí extrañado y complacido, luego bajó su tapabocas, lo que me permitió ver como sonreía, aun tenia esa hermosa sonrisa ligeramente torcida.

Yo solo pude retirarme los lentes de sol y posar mis manos sobre sus brazos. Lo que ella asumió como un gesto de lejanía.

—¡La distancia! —exclamó muerta de risa—, Lo siento, aun no me acostumbro, tengo que estar recordándomelo a todo momento que ya no podemos estar abrazándonos...

Quise interrumpirla y disculparme, decirle que no era la distancia, que yo solo quería observarla un poco mas.

—No sabes cuantas veces me han llamado la atención en los bancos, solo por que no puedo evitar ayudar a estos señores cuando están retirando, es que me imagino a mi abuelo en esas, y pues me gustaría que alguien le ayudara...

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