9. Un cuidador personal

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Capítulo 9

Cuando abro los ojos, mi cuerpo está empapado en sudor.

La cabeza me da vueltas e intento levantarme de la cama, pero miles de escalofríos fríos recorren mi cuerpo.

Me dirijo hacia mi cómoda a paso irregular, donde guardo un termómetro para ocasiones como esta.  Una vez en mis manos, lo coloco debajo de mi axila, esperando que solo esté así de acalorada por las mantas con las que he dormido esta noche.

Mientras espero por el resultado, fijo la vista en un punto cualquiera de mi habitación. Creo que estoy comenzando a perder la cabeza.

Casi no escucho el pitido del termómetro debido al desconcierto del momento. Con cuidado, lo saco de la axila y observo mi temperatura corporal.

38,5 grados.

—Mierda... —murmuro entrando en pánico mientras busco mi móvil para llamar a mi madre.

Son las nueve de la mañana y, a pesar de poder dormir hasta el mediodía porque es domingo, la fiebre me ha despertado y el pánico probablemente me mantenga así durante un buen rato.

—¿Qué pasa, Mar? —la voz de mi madre suena somnolienta desde el otro lado de la línea.

—Creo que tengo fiebre —indico mientras camino hacia el baño para lavarme la cara y refrescarme un poco.

Mis compañeras de piso se han ido a sus respectivas casas durante el fin de semana. De modo que estaré sola en el piso hasta el lunes, que es cuando suelen volver.

—Si que es estaba claro. Tu voz ya sonaba congestionada ayer cuando me llamaste —me regaña—. Busca en el armario de la cocina algún medicamento, que seguro que hay. O si no baja a la farmacia.

—Me encuentro tan mal que no me doy ni mantenido en pie... —me quejo mientras arrastro los pies hacia la cocina, siguiendo las instrucciones de mi madre.

—¡No seas exagerada! —exclama—. ¿Tienes algún antiinflamatorio?

—Sí, un Paracetamol —respondo en un hilo de voz.

—Pues tómatelo y cuando te baje la fiebre, vete a la farmacia a por más.

—De verdad que me encuentro muy mal —repito con dramatismo.

—¡Haber salido más abrigada, hija mía! —me riñe con su típica voz chillona.

—Ya salgo abrigada.

—Sisí... —me da la razón como a los tontos—. Bueno, voy a seguir durmiendo. Si no te encuentras mejor, vuelve a llamarme. ¿Está bien?

—Vale —respondo—. Yo también voy a intentar volver a dormir.

—Descansa, cariño.

Mi madre cuelga la llamada tras despedirse de mí y yo me tumbo boca arriba en la cama, sin ganas de hacer nada.

Sé perfectamente de dónde viene este resfriado. El viernes llegué empapada a casa tras caminar  quince minutos a pie bajo la lluvia. Todo por culpa de Aren y de mi estúpido orgullo. Mi madre no entendería las razones de por qué lo hice y me echaría la bronca, por eso no puedo contárselo.

¡UGH!

Solo pensar en él hace que me ponga de mal humor.

Retirando ese pensamiento de mi mente, me sumerjo en la cama y me tapo de nuevo con la manta. Sin embargo, siento un malestar tan grande que no encuentro una posición adecuada para dormir cómodamente.

Frustrada, cojo mi móvil situado en la mesilla y me pongo a ver series que hasta ahora tenía atrasadas. No sé cuánto tiempo ha pasado pero noto que la fiebre ha bajado y puedo levantar la cabeza sin sentir palpitaciones en ella.

Cambio de aires | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora