33 - In a dream

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Un beso en un sueño.

En sus sueños, a veces hay largas túnicas de sus colores favoritos y estandartes de una simbología más o menos familiar que ondean al viento. Algunos se parecen a uno de sus tatuajes, el loto de nueve pétalos que tiene en el tobillo.

Nunca los entiende, pero no le dan miedo. Hay algo conocido en esos sueños lucidos incontrolables que le hace sentirse... ¿a salvo? 

No, a salvo no es la palabra. Pero por lo menos no se siente como un explorador caminando por una jungla pantanosa en el Triángulo de las Bermudas sin posibilidad de retorno, que se parece a lo que suele pensar cada vez que se mete en el laboratorio a intentar sacar adelante los cálculos de turno o cuando se sienta delante del ordenador a escribir el siguiente capítulo de su inacabable tesis. Así que sí, prefiere unos sueños raritos de una saga fantasiosa inspirados —muy probablemente, espera que sí— por la película que vio justo antes de irse a dormir a tener que lidiar con su asqueroso doctorado en el que todavía no sabe por qué decidió meterse.

Ah, sí, porque resulta que investigar le gusta. Y porque su madre dijo que si Wei Ying se doctoraba, él no podía ser menos, y que tenía que hacerlo antes y mejor. Y porque Wei Ying le retó con un "a qué no hay huevos". Esa fue su verdadera perdición.

Hay algo muy curioso en los sueños de Jiang Cheng de lo que a veces se percata y a veces no. En la mayoría, él se pasea por un mundo de fantasía tan tranquilo en el que parece ser el jefe o el príncipe de algo, aunque la mayor parte del tiempo no se entera ni de la mitad de las cosas. Es gracioso, o por lo menos a él le hace gracia, porque suele pasearse por ahí en sus vaqueros rotos favoritos y la enorme (y suave) sudadera lila que se pone cuando está de mal humor. La primera vez que soñó —mucho antes de conocer a sus novios, cuando todavía vivía con sus padres— apareció con unas túnicas iguales, pero como no le gustaba decidió cambiarlo. Ha sido el único cambio que ha podido hacer y el único que se ha mantenido. Sin embargo, nadie le mira raro ni como si estuviera fuera de lugar, y le tratan con una deferencia excesiva mientras continúan sus vidas embutidos en unos disfraces extraños que deben ser el colmo de la incomodidad. O a Jiang Cheng se lo parecen. La verdad, cree que no sobreviviría en un mundo sin sus vaqueros. O sin maquillaje para las ojeras.

Esos sueños están llenos de gente que conoce. Al principio le desconcertaba, porque las caras son iguales, pero las relaciones no tanto. Con el tiempo soñando ha descubriendo que en realidad sí, pero se desdibujan detrás de un prisma de formalidades engañosas cuya necesidad se le escapa. En cualquier caso, no sueña siempre con las mismas personas. A veces lo hace con su familia. Nunca con sus padres, cosa rara, pero sí con sus hermanos y sus sobrinos. Es algo confuso, pero ya ha empezado a dudar qué fue primero, si él soñando con el segundo embarazo de su hermana o su hermana llamándole emocionada para contárselo. Creyó que sería una niña (tenía esa sensación, por ilógica que fuera) y resulta que sí, que su hermana está embarazada de cinco meses esperando a la que seguro que será la niña de los ojos de su padre y su multitud de tíos. Pero, más allá de sacarle una risilla o un escalofrío de vez en cuando, sus sueños no significan nada. Salvo cuando sueña con sus novios. Entonces lo que le provocan es una erección. Como sus novios en casi cualquier otro momento, por otra parte. 

Bastardos atractivos. Los quiere, pero los detesta.

En este sueño en concreto, Jiang Cheng camina por los pasillos de una especie de palacio antiguo, llenos de decoraciones ostentosas, cerámicas que seguro que son carísimas y tapices tejidos con hilos brillantes y dorados. Hay peonías por todas partes y todos los que se ha encontrado hasta el momento (y que desaparecieron ya hace un rato, porque ahora se ha adentrado en una zona de habitaciones más... más oscura, más privada) vestían de amarillo, con esas mismas peonías bordadas en el pecho y una marca bermellón entre las cejas. De nuevo, su contraste es gracioso, y lo piensa otra vez según retuerce los puños desteñidos de su sudadera y se sube las gafas sobre el puente de la nariz. Sus pasos ni siquiera hacen ruido por el suelo, pero porque solo lleva calcetines. Unos calcetines con nubecitas que le robó a Lan Huan el otro día, de hecho.

Hay un instinto que le guía a través de este entramado laberíntico de pasillos llenos de oro y flores, y que le conduce justo a dónde debe estar, dónde reside su corazón. Es una habitación, una que cree que ya ha visto más veces. En otros sueños, quizá. La puerta está cerrada y asegurada, pero se abre bajo el roce de sus dedos como si a él sí que pudiera permitirle pasar. Va a dar a un dormitorio. Lo que se encuentra en la cama no le sorprende lo más mínimo, porque lo ha contemplado en cientos de ocasiones. En realidad, sonríe.

Unos ojos astutos, de zorro, se enfocan en él. Por verle entre dos cuerpos que lo abrazan, lo besan y se lo follan con lentitud por turnos, corresponde su sonrisa. 

-¿No te unes a nosotros, A-Cheng?

Meng Yao (ha oído como le llaman Jin GuangYao, pero por alguna razón ese nombre le provoca reactancia, le parece largo y estúpido, y el apellido de su madre le queda mejor) le tiende la mano. Jiang Cheng avanza casi en automático, y ni siquiera piensa en lo que está haciendo cuando la acepta y la toma. Sus dedos se entrelazan y la sonrisa de Meng Yao, allá en el regazo de Nie MingJue —mientras se mueve en círculos sosegados y Lan Huan le llena la espalda de besos— se hace más amplia. Lan Huan, que por alguna razón todavía conserva la ropa en su sitio, aunque es verdad que toda esa parafernalia de túnicas blancas parece difícil de quitar, le está lamiendo la columna vertebral. Se detiene al llegar a las cervicales, se aparta y le sonríe directamente a Jiang Cheng como si le hubiera estado esperando. Nie MingJue también lo hace. Muy listo él, aprovecha para enganchar un brazo fuerte y musculoso alrededor de su cintura en el instante mismo en el que se encarama a la cama. En la nebulosa del sueño, parece que puede besarlos a los tres a la vez sin preocuparse de nada, así que lo hace. Va saltando de boca en boca como si navegara por un río de cauce lento, hasta que le hacen caer entre ellos, con la cabeza entre los muslos de Meng Yao y Lan Huan con ganas de subírsele a las caderas. Sonríe también, porque no piensa detenerle. Que haga lo que quiera (follarle, follarse o chupársela) mientras él se come a su otro novio, y Nie MingJue que siga ahí a los suyo, penetrándole.

Su ropa ha desaparecido, y en esos suelos tan antiguos solo hay túnicas de cuatro colores entremezcladas.

***

Jiang Cheng abre los ojos en ese extraño estado que es estar entre excitado y adormecido. Son las cuatro de la mañana. Tiene a Nie MingJue a su espalda —lo sabe solo por la respiración sonora, porque MingJue a veces ronca— y a Lan Huan abrazándole por delante, aunque en la oscuridad del cuarto solo es capaz de distinguir la cincelada curva de su nariz. Por los ruidos, la rendija de luz que se cuela por la puerta entreabierta y la falta de ese tan querido tercero en su cama, Meng Yao debe de estar en el baño. Volverá pronto, o al menos eso supone al oír los pasos en el pasillo y dejar de ver luz, así que se permite una sonrisa tranquila, acurrucarse entre sus dos novios allí presentes y volver a dormir.

La cama se hunde a su lado al poco tiempo. Esa noche, no vuelve a soñar.

77 kisses [Mo Dao Zu Shi Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora