Gaeul y Hyunjin tienen muy claro que lo suyo no va más allá de una amistad. Pero son los únicos que no se dan cuenta de que se miran de todo, menos como amigos.
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Hay algo que Gaeul tiene siempre en mente: no confiar del todo en nadie.
Por esa ra...
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En cuanto Hyunjin recibió por la noche un mensaje de Gaeul, el primero que le había enviado en todo el día, se desveló. No importaba lo mucho que le pesaban los párpados, o que su cuerpo le pidiese a gritos que se metiese en la cama para dormir de una vez, cansado después de pasarse toda la mañana y gran parte de la tarde en la sala de ensayos, no cuando tras preguntarle a la joven por qué no había dado muestras de vida había recibido una respuesta que no le había gustado nada.
Aunque solo habían hablado del tema en un par de ocasiones, no las suficientes, sabía que para su novia era algo aún doloroso, algo que había causado hacía años una herida en su corazón casi irreparable que no se había curado lo más mínimo ni siquiera después de tanto tiempo. Una herida que se había abierto con su regreso inesperado, derribando todo lo que se había encargado de construir como mecanismo de defensa.
Por eso, nada más había leído lo poco que le había contado, no había dudado en levantarse y preparar a toda prisa todo lo que pudiese necesitar, avisando a los demás de que no iba a pasar la noche en el dorm. Lo único que le importaba en esos momentos era estar a su lado, apoyándola como tantas veces había asegurado, demostrándole que podía confiar en él.
—Podrías haber usado el ascensor, ¿sabes? —pronunció la muchacha nada más le abrió la puerta tras darse cuenta de que había preferido subir corriendo por las escaleras.
Ni siquiera se molestó en tratar de recuperar el aliento, sino que aprovechó que la tenía delante para lanzarse a sus brazos y abrazarla con fuerza. Como si se lo hubiese visto venir, Gaeul reaccionó abriendo los brazos, permitiéndole tomarla por la cintura y elevarla del suelo. De alguna u otra forma, cada vez que se saludaban después de tiempo sin verse, reaccionaban así: ella rodeándole con las piernas y él dando vueltas y vueltas, en un intento de hacerla reír.
Porque le gustaba su risa, la forma en la que se tapaba como acto reflejo la boca, la manera en la que le brillaban los ojos con fuerza, cómo se le marcaban esos hoyuelos tan curiosos que tenía bajo los ojos...
Simplemente, le gustaba verla así, feliz, como si todo fuese bien, como si no estuviese rota por dentro.
—Te queda muy bien el pelo rubio —se sinceró una vez dejó de girar sobre sí mismo, mirándola con fijeza desde su posición, con una sonrisa de oreja a oreja.
Y no mentía ni exageraba; aunque le encantaba cómo se veía con el rojo, al que estaba más que acostumbrado después de tantos meses sin cambiar, lo cierto es que estaba muy guapa con el cabello de ese tono, que a pesar de ser tan claro acentuaba sus facciones, haciéndola ver más delicada e infantil.
Por mucho que la bailarina tratase de devolverle la sonrisa, aunque fuese más escueta o tirante, no lo consiguió. Y eso fue lo que le hizo volver al presente, lo que consiguió que recordase que no estaba allí solo para pasar la noche con ella, sino porque la chica lo necesitaba.
—¿Cuál va a ser el apodo de ahora? —preguntó con curiosidad en un intento de animarse, mientras Hyunjin aflojaba el agarre y la soltaba con cuidado.