2.- Valores o Amistades

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El día siguiente no tenía muchas ganas de estar con nadie, así que fui sola a pasear por ahí. No me acordaba de la última vez que había querido estar sola. Necesitaba ventilarme, pero no sabía con quién hacerlo. No podía buscar a mis amigos, porque mis problemas los involucraban a ellos. Necesitaba a Arturo, lo extrañaba, no podía esperar a reencontrarme con él.

Recordé un período en el colegio en que dejamos de hablarnos, nos dejamos llevar por nuestros gustos y costumbres, pero eso solo nos dejó un hoyo emocional que no pudimos llenar con nada. Sentía ese maldito hoyo volviendo a abrirse poco a poco, día tras día. No pensaba volver a agrandarlo al mismo punto que la vez anterior. Tenía que hacerme fuerte rápido.

Por mientras, no podía compartir mis sentimientos con nadie. Al menos podía alejarme de mis compañeros para meditar y relajarme.

Estaba paseando por la plaza cercana, buscando un lugar en el pasto para sentarme, cuando de pronto Brontes me apuntó hacia una múnima. Al girarme, noté a una señora alta y delgada estirándose al otro lado de la plaza. Con su cuerpo esbelto realizaba movimientos suaves y precisos, una práctica similar al yoga y al tai chi. Su piel era de un blanco amarillento, su boca grande, su pelo largo y negro, y sus ojos dorados como el oro bajo el sol. Sobre su cabeza tenía dos orejitas puntiagudas. Me tomó varios segundos reconocerla con el buzo que tenía y no su ropa usual.

—¿Señora Kiya?— la llamé.

Ella me miró sin girar su cuello, mientras se balanceaba con un pie y contorsionaba el otro sobre su hombro.

—Liliana, qué agradable sorpresa— me saludó.

Me acerqué, aún sorprendida.

—¿Qué hace usted aquí?— le pregunté.

—Un poco de ejercicio ligero. Nosotros los fantasmas también tenemos que mantenernos en forma— me espetó— pero por favor, no seas tan formal conmigo. Ambas somos sombras.

Solo que ella era una fantasma impresionante y yo una simple cadete, pero me agradaba más a su manera.

—Gracias. No pensé que vendrías a la plaza— contesté— ¿Te gusta salir a hacer actividad física?

—Es muy agradable, lo admito. Sobre todo en la mañana ¿Tú estás esperando a alguien?

—Oh, no, solo vine...— desvié la mirada un momento, necesitaba organizar mis pensamientos— me estoy adaptando a la vida en Penumbra, es todo.

—¿Te gusta aquí?— inquirió ella— ¿O quizás no era lo que esperabas?

—Oh, no, no sabía qué esperar de Penumbra antes de llegar— admití— todo me encanta, es solo...

Me quedé pegada otra vez, pero me di cuenta que la estaba haciendo esperar y me sacudí la cabeza para espabilarme.

—No es nada, disculpe, señora Kiya.

—¿En serio? ¿No te gustaría discutirlo?— se ofreció.

—¿Eh?

—A veces la oreja de un extraño puede ser el mejor remedio para los problemas— indicó ella— podemos conversarlo, si gustas.

Vaya, qué amable era la señora Kiya, pero no me imaginaba compartiendo mis tontos problemas personales con alguien tan importante. Como si fuera tan fácil sentarnos a almorzar y hablar de lo que fuera.

Pero entonces recordé.

—¡Le debo un almuerzo!— exclamé.

—¿Eh? ¡Sí, es verdad! Quedamos de almorzar un día ¿No?

La Helada Garra de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora