Capítulo I: Maravillas

18 2 0
                                    

Esta era la época más feliz de mi vida con diferencia, porque absolutamente todo era idílico. Era la mejor de la clase, Bruce, una pareja encantadora y no había vuelto a tener una aventura como la que habíamos pasado él, Quin y yo en Avalon, hacía ya dos años. Una aventura la cual, aún haber pasado un terror indescriptible, no tenía un mal recuerdo. Precisamente, gracias a esa aventura me deshice de mi miedo y Bruce avivó la llama de la mismísima leyenda Artúrica. Él se hizo conocido alrededor del mundo como el Rey. No obstante, poco después de él surgieron más superhéroes y supervillanos, por así llamarlos. El más popular era I-Boy, el Ídolo de Nueva York.

A pesar de los estudios, la extrema fama y a la cantidad de charlas y convenciones a las cuales le invitaban, Bruce siempre conseguía tiempo para mí. Íbamos al cine, paseábamos por las Ramblas y lo que más nos gustaba hacer eran escapadas a la montaña. Allí me enseñaba, por insignificante que fuera, una habilidad nueva que había descubierto. Una vez consiguió crear un anillo precioso formado por unas finas ramas de madera oscura y una pequeña esmeralda que lo coronaba.

Lo único malo que había ocurrido y que era digno de mencionar era que Quin ya no hablaba con nosotros, ni con nadie. Comenzaron a sucederle cosas extrañas, como que nunca se quitaba la capucha, que sus ojos habían pasado de un marrón claro a un rojo anaranjado o que cuando se enfadaba, no era capaz de controlar su furia, llegando hacer que hiciera daño a alumnos y profesores. Por este motivo, mandaron a Quin a un reformatorio juvenil y no volvimos a saber de él por mucho tiempo. ¿Qué le podía haber pasado?

Dejando de lado el incidente de Quin, todo lo demás eran maravillas y creía que mi pasado no volvería a atacarme de nuevo. Solo pensar en lo que hizo Dominus me revolvía las entrañas y me debilitaba, aunque me hubiera olvidado de él por completo, de no ser por su regreso... Pero os lo contaré todo desde el principio.

Era un día frío y oscuro de enero. Había quedado con Bruce para dar un paseo por el barrio y hablar un rato. Se acercaba el día de los Reyes Magos y, aunque yo no celebraba esa fiesta, quería hacerle un regalo. Intenté averiguar lo que quería, pero rápidamente se percató de mis intenciones.

-Narcisa... Estar caminando por la calle cogido de tu mano es el mejor regalo que me puedo imaginar. Eres única y perfecta, incluso más de lo que me merezco.

-No digas eso, Brucie. ¿No te das cuenta de que eres un héroe y una leyenda?

-Aja, ¿y qué es eso comparado con ser una diosa descendiente de Poseidón?

-Sí, soy una diosa, pero las personas se definen por sus actos y no por lo que originalmente son.- dije, dejando perplejo y asombrado al chico.

Justo en ese momento, oí el tono de llamada de mi móvil y contesté.

-¿Chaírete?

-Narcisa. ¡Vuelve a casa ahora mismo! Es urgente, y no preguntes. Te lo explicaré todo. Lo prometo.- dijo mi padre muy tenso.

Parecía nervioso y aterrorizado, y eso que él es muy calmado y se comporta de forma muy serena en todo tipo de situaciones. Le dije a Bruce que debía irme y me preguntó si le contaría lo que había pasado. Dudé por unos instantes, pero sabía que él siempre estaría ahí para ayudarme, por lo cual, respondí que sí. Entonces, comencé a correr hacia casa con los nervios a flor de piel, mientras no paraba de preguntarme qué podía haber ocurrido. Abrí la puerta y vi a mi madre y a mi padre sentados en el sofá con un rostro que intentaba aparentar calmado, sin conseguirlo.

-Hola, Narcisa. Siéntate- dijo mi padre.

-No creo que debamos decírselo aún, Bemus- le dijo mi madre con tono suplicante.

-Se lo he prometido y, además, ella ha de saberlo-

-¿Saber qué?- pregunté desconcertada.

-Sé que esto te va a doler, hija, pero no podemos ocultártelo. Ha habido un estruendo fuertísimo en la Fosa de las Marianas, y... Todo apunta que Dominus ha escapado de su encierro aparentemente eterno...

AtlanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora