Algunos escritos que quiero guardar

Sus orejas

"¡Mancha congelada!" gritó Rebeca orgullosa de su trampa. En equipos grandes, cuando alguien dice "mancha congelada" congela a su oponente hasta que sea rescatado o hasta que todo el equipo esté marcado; pero Martín era el único que jugaba con ella y, por una sensación de enamoramiento, se dejaba fastidiar aunque eso significase quedar inmóvil en medio de plaza Almafuerte, en pleno invierno y hasta que ella decida ir a casa.  Sabía que era ridículo, pero cualquier cosa era buena excusa si le permitía admirar de cerca a su amiga.    No entendía porqué le cosquilleaba el pecho cuando su cabello castaño caía dibujando su rostro o porqué tenía la idea de que era extremadamente suave y la mejor parte era cuando se quitaba esos mechoncitos de la cara y los acomodaba detrás de esos aritos perla.

Cuando por fin decidió partir, el pobre nene sintió un gran alivio, pues había quedado haciendo equilibrio. Ella volteó a saludar con una enorme sonrisa pero Martin volvió a quedar inmóvil. A tan solo dos metros de ella había frenado la combi blanca. Había corrido el rumor de que secuestraban a los niños para el tráfico de órganos en una de esas y aunque él no lo creyó, mientras corría hacia ella solo escuchaba el relato en su cabeza: 

Primero esperan a que estes distraido para capturarte.
Un hombre corpulento la sube a la camioneta por la fuerza.
 
Después te abren la panza de lado a lado para sacar lo que sirve con un cuchillo que se llama bisturí. Ponen los órganos en una conservadora y le dan lo que sobra a los perros.
Otro hombre llega con un dogo argentino y la conservadora frente a sus narices.
Se apresura entonces a cruzar la calle y oyendo los gritos y ladridos golpea desesperado la camioneta. Cuando abren, con los ojos llenos de lágrimas exclamó "¡aunque sea deje que me lleve las orejas de Rebecca!". El hombre, atónito le ofrece al niño llevarlo a su casa ya que le queda de pasada al trabajo y ella riendo le presenta a su tío y a su papá.

Rebeca nunca volvió a salir sin permiso y Martín nunca volvió a salir de vergüenza.