13. duelo.

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Manos temblorosas, un grito anudado en la garganta, exigiendo con desasosiego que alguien llegase a detener esta locura. El filo rozaba su piel, la punta brillaba deseosa por destrozar hasta el más pequeño tejido que se enredaba dentro de aquella tan delicada parte de su cuerpo.

Permaneció severos segundos con el cuchillo delante de él, pensando en lo que estaba haciendo. Desde hace días, meses, años que se ha sentido así. No es la primera vez que desea morir. Ha pensado en esta escena tantas veces a lo largo de los años que tarde o temprano tenía que hacerse realidad, y se alegraba que este fuese el momento. Así se acabarían todos los problemas que ha causado y volvería con Mark quien lo único que hizo fue brindarle alegría y ser un ejemplo para miles de personas, él incluido en esa enorme lista.

La punta de la cuchilla hizo una diminuta perforación en su piel, pero fue suficiente para hacerlo sangrar. La gota se deslizó hasta llegar a sus clavículas y deshacerse en su camiseta donde se expandió y dejó una pequeña mancha en sus ropas blancuzcas.

Lloraba desesperado, de alegría, o de impotencia, no era seguro. La vorágine de emociones que se remecían dentro de él se convertía en lágrimas. Gordas y dolorosas lágrimas que empezaban a empapar todo su rostro. Una catarsis en su máximo esplendor, un clímax de lo que es sentirse vivo antes de morir.

—¡Haechan! —Oyó alguien exclamar detrás suya.

Unas manos tomaron su muñeca y con facilidad le quitó el cuchillo de las manos. El metal emitió un repetitivo estruendo al rebotar contra la baldosa, lo que lo hizo reaccionar de una vez, desplomándose en el suelo con el llanto tomando dominio de él.

Soltó un grito de desesperación el cual Taeil ahogó colocando su mano sobre su boca para no llamar la atención. Se sentó junto a él en el piso y lo abrazó con toda la fuerza que poseía. Haechan lloraba y lloraba, lágrima tras lágrima sin poder detenerse. Se golpeó la cabeza repetidas veces contra la encimera, Taeil puso su mano sobre su mollera para evitar que se siguiese haciendo daño.

—Quiero irme, quiero dejar de causar problemas... quiero a Mark de vuelta —sollozó.

Taeil lo contuvo con aún más firmeza entre sus brazos. Sus dedos se escondieron entre las hebras de su cabello.

—Quitándote la vida no vas a lograr nada... sólo nos traerás más problemas.

Sus palabras no lo hicieron sentir mejor. Se sintieron toscas, punzantes como una estaca en el corazón. Taeil mantuvo el abrazo por varios minutos, aunque Haechan haya detenido su llanto apenas oyó sus palabras.

—Mark ahora está en un mejor lugar, ¿sí? Tenemos que dejarlo descansar en paz si él tomó aquella decisión —susurró.

Haechan se quedó en su posición, con el nudo de odio latente en su garganta. Lo estaba desgarrando, como si tuviese filos, espinas pequeñas pero dolorosas. Taeil se separó de él unos instantes para abrir un cajón del estante. Sacó un frasco de pastillas. Se echó un par en la palma y se la extendió a Haechan.

—Tómalas. Te ayudarán a relajarte.

—¿Qué es? —inquirió al ver que no eran las píldoras que solía tomar.

—Es solo un tranquilizante, lo necesitas.

Haechan lo miró con suspicacia. Tomó, luego de unos segundos de duda, la pastilla. Si era para matarlo o algo parecido no le importaba, de todas formas, su mayor deseo ahora mismo es morir.

Se la tomó y la tragó sin ayuda de agua. Taeil le regaló una ligera sonrisa y acarició su cabeza como si se tratase de un niño obediente.

Lo ayudó a dirigirlo a su habitación, y apenas Haechan se recostó bajo las sábanas, cayó profundamente dormido. Al día siguiente despertó con el cuerpo pesado y los ojos hinchados por el llanto.

desvanecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora