Capítulo 1. La oscuridad de la noche

2.3K 126 77
                                    

La noche había caído hacía unas cuantas horas, pero Yami aún estaba llegando a la base. Había salido a beber en su taberna favorita y al final se le había alargado más de la cuenta. El alcohol no solía afectarle demasiado, y tampoco se notaba cuando había bebido, pero ese día podía sentir los estragos de sus efectos recorriéndole el cuerpo.

Antes de entrar en el edificio donde sus idiotas previsiblemente estaban ya durmiendo, decidió detenerse en el jardín a fumarse un cigarro. Podría hacerlo en la cama, pero no quería quemar las sábanas de nuevo. Cuando bebía, no era buena idea fumar en la habitación. Así que se rebuscó en el bolsillo, sacó el último cigarro que le quedaba en ese paquete y se lo llevó a la boca despacio.

Había empezado a fumar hacía muchos años, como un tributo, una promesa, un símbolo. Y se había convertido en el mayor de sus vicios y en algo sin lo que no podía estar ni un solo día. Tampoco le importaba mucho. Era un hombre que pensaba que todos necesitamos un vicio para refugiarnos de la cotidianidad del estrés de la vida, así que él tenía el suyo propio. Otros tenían la adrenalina de la batalla y eso era mucho más peligroso. Aunque, a quién pretendía engañar; absolutamente todo lo que le gustaba lo tenía medio condenado a morirse joven: el tabaco, el alcohol y las luchas, porque sí, también le encantaba la sensación del poder y el maná recorriendo sus venas.

Se encendió el cigarro. El humo le impregnó los pulmones y, aunque sabía lo perjudicial que el gesto era para su salud, se sintió muy aliviado. Miró las estrellas. El cielo y su inmensidad le resultaban algo mágico pero abrumador. La noche, completamente cerrada y oscura, le traía remembranzas de su hogar, porque el cielo de su tierra natal también se sentía así; oscuro, alejado de la luz angustiosa y centelleante de la ciudad. Ese había sido uno de los motivos por los que había elegido establecer su base en medio de la nada; quería recordar siempre de dónde venía y quién era. Y tampoco le gustaba el ruido y el bullicio de las grandes urbes, así que ese lugar era justo en el que quería estar.

Entró en la base tambaleándose ligeramente. No entendía qué le sucedía para sentirse así. Hasta sentía unas ligeras náuseas y molestias en la boca del estómago y recordaba que la única ocasión que le había sucedido algo así fue la primera vez que probó el alcohol. Tal vez estaba comenzando a hacerse viejo.

Se dirigió hacia la sala para tumbarse en el sofá aunque fuera, pero de camino, escuchó unos susurros sigilosos que provenían probablemente del sofá en el que quería dormir.

—Gauche-kun...

—Vámonos al cuarto.

Yami se quedó en la puerta de la sala un poco aturdido. Veía dos siluetas juntas en el sofá. Parecían dos personas besándose y haciendo algunas cosas más, pero sin llegar a demasiado. Carraspeó con fuerza para que lo oyeran y la silueta más pequeña se percató primero. Lo miró aterrorizada, aunque él no pudo percibir la magnitud de su nerviosismo.

Después, la silueta mayor se levantó con premura y pudo ver sus cabellos, azulado y marrón. Enfocó la vista en la penumbra de la habitación, que apenas era iluminada por un par de velas que colgaban de la pared en sus soportes. Eran Grey y Gauche. La chica enrojeció completa, se escondió tras la espalda de Gauche y se tapó el rostro.

—Buenas noches, capitán —le dijo el joven con seguridad, agarró la mano de Grey rápido y subieron las escaleras juntos.

Yami simplemente los saludó asintiendo con la cabeza. No le molestaba demasiado la situación, pero ya podrían reservar un poco su intimidad. No habrían tenido tanta suerte si hubiera sido otro quien los hubiera descubierto así, porque se habría montado un buen escándalo y el chisme se habría esparcido a una velocidad vertiginosa por toda la base.

Puntos en comúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora