4. Indiferencia:

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Kyojuro Rengoku:

—¿Sabes que ya no soy un niño pequeño para que me tengas que acompañar al colegio? —preguntó Senjuro en cuanto salimos de casa, algo sonrojado y  frunciendo los labios al mismo tiempo que hundía los puños en el bolsillo delantero de su sudadera.
—No te lo tomes a mal, piensa que es tu segundo día y papá quiere asegurarse de que no te pasa nada malo… —de pronto se escondió detrás de mí y lo miré por encima del hombro—. ¿Estás bien?
Se limitó a asentir con la cabeza enérgicamente con la cabeza sin despegar la cara de mi espalda. Las puntas de sus orejas estaban rojas como tomates.
—Kyojuro, sigue andando, por favor… —dijo con una vocecita temblorosa mientras me empujaba un poco. Llené los pulmones y resignado solté todo el aire.

Al mirar hacia delante vi que de la casa de enfrente habían salido los dos hijos mayores de los Kamado, uno de ellos era un chico algo más bajo que yo, con el pelo rojo oscuro y la otra era una chica con el pelo negro con las puntas anaranjadas. Algo me decía que el repentino cambio de actitud se debía a esta última, pero decidí dejarlo estar. Desde muy pequeño había sido muy tímido con las chicas, al punto de no atreverse a hablar delante de una. Con el paso de los años esto había ido mejorando un poco.

De esa guisa hicimos todo el camino a la escuela y cuando llegamos, se despidió de mí a toda prisa y corrió hacia la entrada principal como si le fuera la vida en ello. Negué con la cabeza y me fui a poner los auriculares cuando alguien tocó suavemente mi brazo. Era el mayor de los Kamado.
—Espero no haberte molestado.
—Para nada, y por cierto, muchas gracias por el chocolate —repuse con una sonrisa a lo que él negó con algo de timidez.
—¡Ah! No tienes que darlas… A mamá le encanta todo lo que tiene que ver con la repostería y bueno…
—De todos modos fue un detalle que pensarais en nosotros —dije y ambos echamos a andar. Por el camino nos presentamos, estuvimos hablando de todo un poco, así descubrí que iba a la clase de al lado de la mía y que tenía más hermanos pequeños a parte de Nezuko.

Una vez en el instituto nos separamos, pues él tenía que ir a la sala de profesores.

Por el pasillo me fui cruzando con otros compañeros que iban con más o menos prisas hacia sus respectivas aulas. Ese instituto era muy distinto al del pueblo, no solo porque era el doble de grande y bastante más antiguo. Aunque el exterior podía parecer un poco sombrío, los pasillos eran bastante acogedores y luminosos. En las paredes había carteles de los diferentes clubes a los que el alumnado se podía apuntar, así como posters y demás decoración. Incluso había lienzos y láminas dibujadas por los miembros del club de arte y plantas en los alféizares de algunas ventanas.

Por fin llegué a la clase y vi que Kanroji y un par de chicos más habían acabado de llegar. Los saludé mientras dejaba mis cosas sobre la mesa.
—Oye Rengoku-kun —dijo uno de ellos apoyándose en la mesa de Kanroji— te quería preguntar si ya te habías unido a algún club.
—No seas agobiante Kaoru —lo reprendió Kanroji— piensa que acaba de llegar.
—Por eso mismo, si se une al club de atletismo seguro que entre todos logramos que se adapte lo mejor posible.
Sonreí agradecido.
—La verdad es que estaba interesado en apuntarme al de Kendo —contesté.  Después de ponerme al día la noche anterior estuve mirando la lista de clubes a los que me podía apuntar y cuando vi que allí también había uno de kendo, me emocioné muchísimo. De pequeño papá me enseñó todo lo que sabía y cuando entré a la secundaria me decepcioné mucho al descubrir que no tenían un club de esa disciplina.

Todos se me quedaron mirando como si hubiera dicho algo terrible.
—¿Estás seguro? —preguntó Kanroji— Sanemi, el presidente es una persona muy agresiva e irascible.
—No te preocupes, estaré bien —respondí y los demás se encogieron de hombros.

Poco a poco fueron llegando el resto de compañeros y el profesor. Uzui apareció justo en el momento en que este iba a cerrar la puerta y con desgana pidió disculpas por el retraso, sin siquiera mirarlo a la cara. Al pasar por mi lado me lanzó una mirada fulminante, pero decidí ignorarlo. No iba a darle el gusto de intimidarme.

Cuando el timbre que anunciaba el descanso sonó, el profesor se despidió de nosotros hasta el próximo día, no sin antes recordarnos qué puntos debíamos prestar atención para no suspender el examen que teníamos a la vuelta de la esquina. Algunos protestaron y otros lanzaron suspiros de resignación y en cuanto se fue del aula se comenzaron a formar grupos para el almuerzo. Me estiré para desentumecer los músculos rígidos por todo el rato que llevaba en la misma postura.
—Chicos, voy a ir a comprar, ¿queréis que os traiga algo? —se ofreció Kanroji y al ver la gran cantidad de manos levantadas decidí ayudarla.

Ambos salimos de clase y nos dirigimos a las máquinas expendedoras que había en la entrada principal.
—¿Cómo llevas el cambio de instituto y todo eso? —preguntó la chica mientras regresábamos cargados de panes de infinidad de sabores y bricks de zumo.
—La verdad es que muy bien, muchas gracias —contesté y ella soltó un suspiro de alivio.
—Menos mal, pensaba que con lo que te había pasado con Tengen te podrías sentir incómodo— comentó.

Negué con la cabeza y le agradecí su preocupación. Entonces me di de bruces contra alguien y lo que llevaba en las manos acabó desparramado por el suelo. 

Tinta y Fuego (Libro I).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora