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Los pequeños rayos de sol se escabullían entre las grandes cortinas, besando con delicadeza los cachetitos del pequeño de la mansión que admiraba aun adormilado la figura de su progenitor. El pequeño había madrugado, a comparación de otros días, el era el ultimo en despertar.

Aun sintiendo sus ojitos pesar paso su manita a la mejilla del adulto a su lado. Bruce solo se retorció incomodo al sentir una manita algo fría en su cachete, tomando las sabanas que se encontraban al filo de la gran cama para taparse por completo y evitar los primeros rayos de sol que empezaban a asomarse en la habitación. 

Al menor no le agrado para nada la actitud de su papi, sentía sus tripitas rugir, se moría del hambre. La noche anterior le toco cocinar a Bruce, lo que no era coincidencia. Sus hijos mayores habían salido desde temprano, y Alfred tuvo que irse de la ciudad por un par de días, dejando solo a padre e hijo.

Damian ya cansado de insistir, se tumbo sobre la espalda de Bruce, el nombrado al sentir un pequeño peso de mas solo soltó un gruñido de molestia y volteo a ver al causante de evitar su sueño.

Al ver a la pequeña figura sobre el, cambio su semblante serio por una sonrisa. 

El pequeño aun estaba recostado sobre el, fingiendo estar desmayado. 

Tomo al pequeño como si fuera un saco de papas, y lo cargo hasta llegar a la cocina, donde lo sentó en su sillita especial. 

El gran y difícil desayuno del día había sido servido; ¿Qué mejor forma de empezar la mañana que una buena ración de cereal?.  

En los adentros de Bruce sabia que Alfred estaría muy molesto por darle al menor de la casa azúcar a tan tempranas horas, pero esos malos pensamientos los ignoro. Si Dick seguía vivo a pesar de tanta azucar... no habría problema, solo seria una vez.  A comparación de su hijo mayor, rara vez desayunaban tal cosa. Dick siempre mencionaba las variadas preparaciones que lograba hacer con una simple y sencilla caja de cereales.

Soltó un suspiro pesado, y le dio un largo sorbo a su taza humeante de café.

Ver al pequeño comer y sonreír ante las figuras raras que simulaban ser animalitos, mientras trataba de llevarse una pequeña cucharadita a su boquita y poder disfrutar de su desayuno, solo lograba que sus problemas desaparecieran y solo se concentrara en lo que era importante en esos momentos. 

Pero sabia perfectamente que el momento feliz no iba a durar por siempre, en algún momento Damian debía regresar a la normalidad; a un niño de 10 años que se le prohibió toda su corta vida ser feliz y obligarlo a que el odio sea su mejor arma.  Una mueca de disgusto se asomo en sus labios al solo pensar que esa pequeña cosita que despertaba con una sonrisa, que no tenia miedo de expresar sus sentimientos, el Damian que regalaba abrazos y pedía ser cargado cada vez que algo le asustaba, el pequeño niño que lo llamaba papi cada vez que podía, era el mismo niño de 10 años que respondía cortante acompañado de sarcasmo cada vez que se le era posible.

Damian jamás lo llamaba de otra forma que no sea : ¨padre¨. Cualquiera que viera a Damian en este estado no se lo creería ni de chiste. 

Pero era egoísta el solo pensar que podría quedarse con un Damian de un añito...casi dos. Pero no podían culparlo, estaba haciendo uno de sus sueños realidad, criar a su hijo. Aunque en el fondo si extrañaba al Damian de 10 años, que a pesar de no demostrar  sus sentimientos, o no pedir ayuda cuando la necesitaba, era buen niño, buscaba su aprobación. 

Un pequeño chillido  y el sonido de la cucharita cayéndose lo hizo regresar a la realidad. 

El bebe miraba con miedo por donde había caído la cucharita, volvió su vista al platillo que estaba volcado sobre la mesa, esparciendo todo el contenido por su ropita y, unas pequeñas gotas cayendo al piso. 

Una pequeña bolita de odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora