Protección Divina

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El miedo había paralizado mi cuerpo entero, no estaba sobre mí, pero podía sentir perfectamente como un fantasma aprisionaba mis costillas. Mi garganta se había cerrado ante el miedo, y si bien, la ansiedad empezaba a degustarme como una colonia de hormigas a un cubo de azúcar, no podía hacer nada en su contra.

Más que mi nula respiración y el balanceo de las ramas por el viento, el sonido que me engullía era el crujido de las ramas que componían su sistema óseo, el compás de sus órganos en una melodía insistente y agonizante, cuyas notas altas alcanzaban el tímpano en un cosquilleo vivo.

Una voz lejana podía oírse antes de ser silenciada en un movimiento certero. Su cola escamada se alzó con el cuerpo y lo depositó sobre otros ejemplares seleccionados. Unos sobre otros, apilados como si de una cantidad descomunal de dulces gomosos se tratase, los cuerpos de mi gente yacían ahí.

En otro contexto podría llamarlo majestuoso, pero con la sensación de ser carcomido vivo, digo lo contrario. Su cabeza felina olfateaba sus cuerpos antes de lamerlos y degustarlos, su larga melena se agitaba en satisfacción como un cachorro. Sus alas acariciaban a los fallecidos en un cobijo desalentador mientras su cola serpenteaba entre ellos, evaluando si vale la pena comerlo o no. A la par, sus patas delanteras se deslizaban sobre los cadáveres y abrirlos con una facilidad quirúrgica para desentrañar sus delicias.

Yo, sin entender cómo seguía vivo o por qué era tan cuidadoso con su alimento, no hacía más que apoyarme sobre el árbol que una vez había significado ''protección divina'' para mi gente.

Cuentos que no quiero perderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora