-Sin título-

66 5 5
                                    

Y finalmente, perdió su oportunidad.

Sí, finalmente. Más tarde de lo que se merecía, y con menos impacto. Fue perdiendo su chance como pocos lo hacen: gradualmente, conscientemente; y toda la responsabilidad de aquel suceso cayó en sus hombros.

Lo vio venir. Lo vio venir con tanta claridad que se la debería calificar como estúpida por no haber reaccionado. En vez de cambiar su destino -como, debe ser aclarado, todos pueden-, se sumió en la impotencia que solo brinda la introspección excesiva. Porque no, pensar no la llevó a ningún lado. Apenarse de su propia alma desafortunada no la abrazaría milagrosamente a aquella última oportunidad que tuvo. Pasarse las noches en vela escuchando Chasing Cars a todo volumen para no sentir ni sus propios latidos no la devolvería atrás en el tiempo.

Y ella lo sabía, no se malinterprete. Sabía que, si no hablaba, el curso natural de la vida jamás sería cambiado. Y, aun así, no se movió. Se mantuvo estática, evitó la situación como solo ella sabe evitarlas. Y el tiempo pasó. Y todo siguió su curso.

Qué idiota, dirán. Sí, tal vez lo es. Pero verán, en esta vida que a todos nos ha tocado -tan incierta, tan real-, la verdad no llega como una epifanía, de golpe y con estruendo. No normalmente, al menos. Esto no es una película, téngase en cuenta. La verdad llega de a poco, más lento incluso cuando se enfrenta con el monstruo de la negación. La verdad te inunda sin que te des cuenta. Te ahoga, te sofoca, gritándote fervientemente « ¡Acá estoy! ¡No me ignores! Nadie se escapa de mí ». Pero estás sordo, o pretendes estarlo.

Inmersa en sus infinitas dudas, le quitó importancia a lo que se alzaba frente a sus ojos ignorantes, pero jamás ciegos. ¿Lo quería? ¿No lo quería? No, no lo quería. No, sí, sí lo quería. ¿Sí? ¡No! Sí.

«Sí», se dio cuenta, cuando fue demasiado tarde. Sí, pero qué importaba ya. Tanta incertidumbre la había privado de girar su vista a la única certeza: Había estado ahí para ella. Habría dado lo que fuera por ella.

Un mísero titubeo arrastró a ambos en un remolino de idas y vueltas liderados por el cerebro excesivamente introvertido y analítico de aquella idiota. Fueron y vinieron, subieron y bajaron. Cayeron y volvieron a caer, hasta que ya no se levantaron.

Podría haber pasado algo. Podría haber pasado todo. Solo una decisión habría bastado para evitar lo inevitable. Pero no, obviamente.

Y acá estamos.

-Sin título-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora