Capítulo 39

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Nydia

El día había sido largo, agotador y a veces abrumador. Menos mal que tenía a Ruben y a Silas a mi lado para hacer frente a todo aquel entramado político, y sobre todo este último. Ruben podía entender cuáles eran y cómo funcionaban los cargos políticos de Foresta, pero Silas no solo los había estudiado, sino que sabía lo que realmente había detrás de todos ellos. El juego político era un enrevesado universo en sí mismo, retorcido, egoísta y lleno de matices. Supongo que en la Tierra sería igual, pero nunca me había preocupado de entenderlo, si quiera de conocerlo. La política es complicada, y casi siempre no tenía que ver con lo que debía ser. Aquí no se trataba de lo que podían hacer las personas para ayudar a sus congéneres, sino lo que podían hacer los políticos para engordar su patrimonio. Poder, todos lo ansiaban porque el más poderoso siempre era el más rico.

—Tengo que reconocer que Essus tenía buen gusto, las vistas son espectaculares. —Kalos observaba al otro lado de las columnas de piedra que delimitaban la estancia con el exterior. No había cristales, solo suaves cortinas que se balanceaban con la suave y cálida brisa. No sé, me sentía como en un cuento de maharajás y sultanes, con sedas y brocados exquisitos, y el clima se parecía tanto al de la India... Casi podía ver las plantaciones de té desde mi ventana.

—Le falta bosque. —Rigel tenía los brazos cruzados mientras observaba el paisaje. Sí, le gustaba, pero sabía porqué había dicho eso. Lo que no le entusiasmaba era que yo tuviese que estar allí, e intuía por qué. No solo no era nuestra casa, donde los dos no éramos más que una pareja que podía robarse un beso delante de todo el mundo. Aquí, en foresta, yo era una reina, y él solo mi guardián.

—Disfrútalo, Rigel. Seguramente lo echarás en falta cuando visites Krakatoa. —Protea permanecía de espaldas al hermoso paisaje, revisando las paredes de la estancia, como si se le hubiese pasado algo en el reconocimiento anterior. Pero por su comentario, estaba claro que sabía lo que fascinaba a Kalos. Ella había vivido en este planeta, lo conocía muy bien.

—Uno se acostumbra al calor. —Rigel giró su cuerpo para regresar a mi lado. En su mirada pude encontrar un extraño dolor. Parecía que conocía muy bien ese otro planeta, y su recuerdo no era agradable.

—¿Allí conseguiste tu daga Solari? No muchos extranjeros tienen una de esas. —Rigel miró fijamente a Silas antes de contestar su pregunta, parecía que había partes del pasado de Rigel que no quería que el resto supieran.

—Fue un regalo. —Acarició la empuñadura con algo de nostalgia en sus ojos.

—Una daga como esas se roba o se gana. El que la obtiene nunca la vendería. ¿Saqueaste alguna tumba para conseguirla? —Todos nos giramos hacia Grenie, que acababa de entrar en la estancia seguida por algunos sirvientes. Tenía que dejarle claro que ella no era nadie para hacer ese tipo de preguntas a todas luces inapropiadas, y mucho menos podía irrumpir así en mi habitación.

—Una acusación muy grave en boca de una esclava cuyo único mérito ha sido ascender a concubina. —Protea le lanzó aquella réplica que consiguió cabrear a Grenie como no pensaba que algo pudiese hacerlo. Estaba claro que había que ser de por aquí para saber muchas de estas cosas interesantes. Y no me refiero al dato de lo que era antes, sino a que era el punto justo donde asestar un buen golpe a Grenie.

—Soy la senescal de palacio. —siseó entre dientes. Protea esbozó entonces una sonrisa canalla, sabedora de que esa estúpida había caído justo donde ella quería.

—¿Qué hiciste para conseguir el puesto? Seguro que dejaste que Essus rellenara todos tus orificios a conciencia. —Mis ojos se abrieron desmesuradamente, ese sí que era un buen contraataque.

—Si su alteza desea algo más, solo tiene que hacérmelo saber. —Grenie casi escupió las palabras. Por la expresión asustada de los criados que la habían acompañado para traer el refrigerio que habíamos solicitado, a esa mujer pocos se atrevían a responderle de esa manera. Demasiado tiempo ostentando el poder, pensé. Pues había llegado el momento de dejarle claro que ya no era el gallo de este corral, aunque sea mujer... Agh, ya me entienden.

—Desconozco el protocolo que se seguía antes, pero a partir de ahora, antes de entrar en una habitación llamarás a la puerta y esperarás a que te den permiso para entrar. —Su mandíbula se tensó, pero no replicó como deseaba.

—Si, alteza. —dijo entre dientes.

—Puedes retirarte. —También necesitaba entender, que se iría cuando yo se lo pidiera.

Las miradas de los sirvientes estaban bajas, como seguramente siempre debían hacer, pero pude ver un atisbo de sonrisa en algún que otro rostro. Parecía que esa arpía había necesitado que la pusieran en su lugar desde hacía tiempo.

—Tu. —dije a una de las sirvientas antes de que se fuera. —Ella se detuvo frente a mí con una postura sumisa.

—Si, mi señora. En que puedo servir a su alteza. —parecía asustada.

—¿Cómo te llamas? — pregunté.

—Karitza. —respondió con miedo.

—A partir de ahora serás tú la encargada de atender las necesidades de los que estamos en esta habitación. —Sus dientes aprisionaron su labio inferior.

—Por supuesto, alteza.

—La habitación contigua, ¿quién la ocupa? —preguntó Protea sorprendiéndonos a ambas. Karitza alzó la vista para de alguna manera pedir permiso a Grenie antes de contestar.

—Son mis dependencias. —Se adelantó a contestar esta. Miré a Protea, intentando descifrar qué pretendía.

—Será mejor que las desalojes, serán ocupadas por la escolta personal de la reina. —Por la forma en que Rigel asintió, supe que era una directriz de seguridad, no porque quisiera humillar a la mujer, aunque... creo que eso también.

—Lo haré ahora mismo, alteza. —Respondió Grenie. Lanzó una última mirada a la Karitza, y después desapareció.

—¿Qué necesitáis? —preguntó solícita la muchacha.

—De momento nada, puedes retirarte, aunque antes dime la manera en que puedo llamarte. —Sus ojos se atrevieron a lazarse para mirarme sorprendida, aunque luego volvió a bajar la mirada al suelo.

—Solo debéis tirar del cordón de llamada y enseguida acudiré. —Señaló una de esas telas adornadas, como las que antiguamente se utilizaban en los palacios japoneses o chinos.

—Avísanos cuando podamos ocupar la otra habitación. —Ordenó Protea.

—Sí, mi señora. —la joven salió de la habitación, gesticulando una reverencia antes de desaparecer. Al menos ella sí tenía claro a quién se estaba dirigiendo. Demasiado servil, pero se suponía que así tenía que ser.

—Demasiado pronto para ganarte enemigos, y menos tan cerca. —Kalos había esperado a que la puerta se cerrase para volverse hacia nosotros y dar su opinión.

—Tenía que hacerlo así, Kalos. —Le informó Silas. —Grenie se ha mostrado desafiante, imponiendo su autoridad sobre Nydia. Si alguien con su rango cuestiona la posición de la princesa antes de su coronación, el resto de barones y cargos políticos podrían hacer lo mismo. No podemos permitirnos que eso ocurra, un líder es tan fuerte como se muestra, y aunque no le guste, Nydia ha de hacerse respetar de esta manera. —Kalos entendió.

—Essus gobernó con puño de hierro, su sucesor ha de estar a la altura, o no podrá sostener la corona sobre su cabeza por mucho tiempo. —añadió Protea. Ella sabía perfectamente cómo era su pueblo, lo que habían vivido, y como tratarlo.

—¿Quién se encargaba de dirigir el reino cuando Essus estaba fuera del planeta? —lancé la pregunta al aire, esperando a que Silas la respondiera, pero quién lo hizo fue Protea.

—El visir, aunque Essus llevaba mucho tiempo confinado en palacio. —Asentí conforme. Miré a Silas, para que intentara colarse en mi cabeza.

—Creo que ya he encontrado a mi visir. —Silas frunció el ceño confundido, hasta que notó el lugar hacia el que iba mi mirada. Enseguida entendió, y asintió para darme el visto bueno. Protea cuidaría de mis intereses en Foresta cuando yo me fuera. Pero antes, tenía que tomar posesión de mi reino.

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