Camila tiró la bolsa sobre el asiento de atrás y todos los papeles se desparramaron. Se quedó de pie, al lado de la puerta abierta del coche, respirando profundamente, tratando de recuperar la calma.
—Hija de puta. Maldita hija de puta presuntuosa —masculló, con los dientes apretados—. Sólo porque se le estropea el puto ordenador y seguramente porque ayer no folló, me salta al cuello. Maldita cabrona de tacones altos, no ha tenido tiempo de leerse el copy. No es posible. Me dejo la piel para entregarle algo pronto y ¿qué ocurre? Que la muy hija de puta, reina de todos los infiernos, decide descargarse conmigo. A la mierda: no me hace ninguna falta su puto boletín.
Le rechinaron los dientes. Camila Cabello sí que necesitaba aquel puto boletín. Su impuesto de circulación había caducado hacía seis semanas y estaba harta de tener que ir con cuidado al aparcar el coche. Los de la British Telecom le estaban montando un escándalo porque había dejado sin pagar la segunda cuota de la factura de teléfono y volvía a llevar atraso en el alquiler. Estuvo encantada cuando recibió una llamada inesperada ofreciéndole aquel trabajo. Su tía Verónica —la llamaba así aunque en realidad no tenían ningún parentesco— le había dicho, cuando Camila se mudó a esa ciudad dejada de la mano de Dios, que pasaría su nombre a todos sus contactos, pero creía que tía Verónica había olvidado su promesa, pues tenía fama de despistada.
—Necesito una cerveza —suspiró. Se metió en el coche y se fue a buscar un paquete de Stella.
En casa, desconsolada, miraba fijamente la pantalla. Las experiencias de los clientes sobre la instalación de circuitos cerrados de televisión no la entusiasmaban, pero el trabajo valía cerca de 600 libras. Si se lo sacaba de encima rápidamente podría pasarse el resto de la semana colgada del teléfono, consiguiendo más trabajos. A Camila siempre le quedaba la opción de recurrir a la agencia de noticias. Keith necesitaba constantemente corresponsales en los tribunales, en los juzgados de instrucción o en algún jodido juzgado laboral. Un sueldo de mierda y muchas horas de trabajo, pero le ayudaba a mantener la velocidad de su taquigrafía y, de vez en cuando, Fisgona Cabello le conseguía a Keith material para lograr una abultada prima de los periódicos nacionales.
Suspiró. Hacía mucho tiempo que había abandonado el supuesto glamour del periodismo y, aunque algunas veces se las había apañado para adelantarse a los reporteros rivales en las noticias de negocios, no tenía la determinación despiadada para las historias verdaderamente importantes que implicaban tragedias humanas. Eran muchas las ocasiones en las que había tenido que abandonar el lugar del suceso con lágrimas en los ojos: siempre lo sentía demasiado por las víctimas o por sus familias. Camila Cabello sabía que nunca hubiera llegado a ningún periódico nacional. Se hubieran reído de ella. Y de haber llegado y haberse puesto a trabajar en serio, no le hubiera gustado la persona en la que se habría convertido, así que las columnas de opinión de los periódicos nacionales nunca habían sido una ambición inalcanzable. Se quedó en el seguro mundo de los periódicos locales hasta el día en que la despidieron.
— ¡Ja! No te creas que eres una tipa dura —dijo en voz alta, pensando en Lauren Jauregui. Comparada con los redactores jefe y los editores de noticias que la habían intimidado a lo largo de los años, Lauren era un angelito. No obstante, Camila se había merecido su despido: armó un lío demasiado grande.
La enviaron a la escena de un crimen, un asesinato que era una gran noticia local, en vez del habitual corresponsal especializado en crímenes, porque no podían localizarlo. Desesperado, el redactor jefe —que tenía un tic nervioso en el ojo, el cual, por algún motivo, aumentaba de frecuencia cada vez que Camila estaba cerca— miró ostentosamente por la enorme sala de redacción, pero estaba vacía, a excepción de Camila, que andaba por ahí, como siempre, dedicada a los artículos de «mujeres». Con la cabeza agachada sobre su leal Olympia, Camila no llegó a percibir cómo el redactor jefe dejaba caer los hombros, negaba con la cabeza y suspiraba profundamente.

ESTÁS LEYENDO
Placeres ocultos- Pausada(Camren)
RomanceCUIDADO! Contenido explícito. El cambio del milenio se acerca y lo mismo sucede con el cuarenta cumpleaños de Lauren. Lleva casada veinte años y está harta de su papel de esposa trofeo en una pequeña ciudad donde no puede luchar adecuadamente para l...