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Lo habían lanzado en la celda hacía apenas una hora, ya había oscurecido mucho antes de que su tarea terminara e Ihan estaba muy cansado. Lo habían llevado a los trabajos otra vez, era la décima vez en tan solo seis meses.

Pero aunque fuesen pocas, siempre terminaba exhausto, completamente exhausto.

Esta vez, a diferencia de las últimas veces, lo llevaron a un gran salón con ventanas de cristal que dejaban que el viento invernal entrara, ese viento que le calaba los huesos apenas lo tocaba. Esta vez lo habían obligado con muchos otros a cargar pesados cuadros de heno para los caballos dorados y blancos de los establos.

Ihan nunca había visto tanto heno en un mismo lugar, se preguntó cuánto tardarían los caballos en comer todo eso, si le darían algo además de heno, si tendrían un lugar más abrigado que él.

Se preguntó en el transcurso de su trabajo como estaría su madre, si estaría yendo a la modista a trabajar aun sabiendo que él no había vuelto durante seis meses, si aún se levantaba sabiendo que nunca volvería quizá. Si había obedecido a su pedido al irse, de que no viniera a buscarlo a menos que él la buscara. Se preguntó si Elda, la dueña de la tienda, la habría abrazado de la misma manera que lo había abrazado cuando se enteró que su padre había muerto.

Él no sabía cómo había sido; podría haberle preguntado a uno de sus tíos o a su propio abuelo, si así podía decirles, pero todos lo evadían diciendo que aun la perdida les dolía en el corazón como él primer día... Mentiras y más mentiras.

Aun así, el simple hecho de que no quisieran decirle, no evitaba que se lo preguntara, qué se preguntara porque había sido, si había muerto de una enfermedad, si lo habrían herido en una pelea tan gravemente que no había podido recuperarse, o si lo habrían matado simplemente.

Se preguntaba si había muerto demasiado rápido para ser sano, si había sufrido, si había pensado en su madre y en él en su último momento, si hubiese preferido estar con ellos ese último momento.

Ihan siempre tenía demasiadas preguntas, y la mayoría nunca tenían respuesta.

Se preguntó dónde estaría ella también. Se preguntaba dónde estaría Arani, su tía. Su única tía verdadera al parecer, por las historias que su padre siempre le contaba.

Él siempre le hablaba de su hermana, de su querida hermana, jamás lo había oído decir más de una veces la palabra hermano sin un tono oscuro y que le erizaba la piel, nunca.

Su padre le decía que ella era fantástica, un ser extraordinario, que tenía la misma mente de su abuela, la misma burla implantada en cada palabra si así lo quería. Decía que era idéntica a ella, sus mismos ojos y su mismo cabello, decía que parecía la misma persona... Pero que Arani tenía un no sé qué, que la hacía completamente diferente a su madre.

Algo que la hacía especial, y que su padre se había propuesto proteger siempre.

Por otro lado, Ihan había seguido su consejo, si bien su padre se lo había dicho muchos años antes de su muerte que siempre pareciera estúpido para despistar él aun lo recordaba.

A veces se preguntaba si recordar todo era una especie de maldición que los Dioses le habían dado al nacer. Porque si, Ihan siempre recordaba todo.

Y a veces, simplemente no quería hacerlo.

Cuando la lanzaron a esa celda, el primer día, Ihan no sabía quién era ella, pero cuando los soldados dijeron que su Comandante traidor estaba donde pertenecía lo supo al instante. Que ella era simplemente ella.

Solo se confirmó cuando el primer Príncipe la llamó por su nombre, eso solo confirmó lo que muy profundo en su ser, él ya sabía. Que estaba a menos de tres metros de su familia y que ella siquiera sabía que él estaba allí.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora