Capítulo 2

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—¿Está todo bien, joven Park?

Park Jongseong sentía cómo el agua de la ducha aún goteaba por su cuerpo, abandonando su cabello para deslizarse por su cuello y continuar el recorrido por su firme espalda. Esa mañana había dormido a sus anchas y ahora encontraba sentándose solo a la mesa, mientras su cabello negro se encargaba de humedecer su rostro y parte de la camiseta blanca estampada que había adquirido en Francia en una de sus últimas huidas al extranjero. Tomó unas cuantas frutas cortadas y se las metió a la boca, vertiéndose luego el agua con infinitos cubos de hielo. Siempre tenía que desayunar ese tipo de estupideces.

—Eso creo —observó cómo la anciana se disponía a limpiar parte de la sala—. ¿Mis padres ya se largaron, verdad?

La mujer continuó su labor sin mirarle a los ojos.

—Sus padres salieron esta misma mañana y su hermana también, aunque dijo que no se demorarían en volver.

—¿Y qué pasó con todo el personal? No veo a nadie, ¿se han tomado el día libre?

—Su madre nos está volviendo a dar el fin de semana libre, joven Park. Solo hemos quedado en casa Jungwon y yo.

Jongseong abandonó las jodidas frutas y empezó a verificar todos sus nuevos mensajes. Había cincuenta mensajes más, pero todos eran más de la misma mierda.

—¿Jungwon? —cuestionó, moviendo sus dedos en la pantalla de su teléfono.

—Sí, el bueno de Jungwon tampoco quiso marcharse, porque le es difícil volver a su pueblo y es mejor para él estar...

Había dicho "bueno" así que no cabía duda de quién estaba hablando.

—¿Qué edad tiene Jungwon? —interrumpió con voz calmada, enviando unos diez mensajes a la vez—. ¿Es mi mayor, no?

—Él tiene dieciocho, joven, usted es mayor por tres años.

— Oh, vaya, sí lo había notado. ¿Jungwon está aquí, entonces?

Deslizó un cubo de hielo del vaso hasta su boca, atrapándolo entre los dientes.

—Sí, Jungwon está aquí en casa.

—¿Y qué está haciendo ahora? No lo veo mucho por aquí, ¿solo se encarga de lavar los platos o qué?

Platos. El solo haberlos mencionado le hizo recordar lo sucedido el día anterior. El hielo punzó en su garganta y no pudo evitar toser, ¡al demonio con el puto hielo!

—No, él se encarga de todo también... Ahora está ordenando la biblioteca del señor.

—Vaya, cuánto trabajo —se levantó del asiento, estirando sus músculos todo lo posible—. Sabe, voy a hacer una reunión en la noche, solo quería avisarle.

Se metió otro cubo de hielo a los labios, sintiéndolo deshacerse en su lengua y luego abandonó el comedor, rumbo a su dormitorio. Podría largarse de la casa, desaparecerse todo el puto día y disfrutar hasta las últimas consecuencias, pero no se le daba mucho la gana. Al final, la casa era toda para él nuevamente, así que era mejor esperar que el resto llegase, que él mismo ir a buscarlos. Además, seguramente los críos que tenía como compañeros de caza-sexo-y-bebida, no tardarían en llegar a alborotarle la tranquilidad, así que tendría que aprovechar perfectamente lo poco que le quedaba de soledad. Estuvo al borde de meterse a su habitación, pero prefirió cambiar de rumbo y continuar hacia las escaleras opuestas, bajando cinco escalones de un salto y mordiéndose el pulgar cuando aterrizó en el largo pasillo de la parte trasera de su maldita mansión.

Dio unos cuantos pasos hacia adelante, mientras su mirada se paseaba por las paredes blancas y las habitaciones cerradas de ese ancho pasadizo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo por ahí. En realidad, le importaba un carajo todo lo que había por ahí, porque no era ni alcohol ni nada parecido. A parte, el puto polvo se metía por tus fosas nasales y luego le hacían trizas todos los pulmones. Pero ahora no olía a polvo, sino a un aroma muy distinto; algo entre manzana y limón. Exhaló un tanto en cuanto encontró una puerta abierta y solo atinó a recostarse sobre el marco de la puerta durante unos minutos, observando la interesante imagen de Jungwon, quien se encontraba haciendo vagos intentos por alcanzar un libro, que para su pésima suerte estaba demasiado alto. Jay se centró en su camiseta verde azulada y sus jeans desgastados, que solo resaltaban su delgada figura. Se movió hacia adelante y estiró su brazo, tomando el libro con brusquedad, mientras sentía cómo el menudo muchacho se sobresaltaba y ahogaba un grito enseguida, aunque esta vez Jongseong no intentó detenerlo, sino que solo retrocedió con el libro entre sus masculinas y firmes manos.

𝙄𝙉𝙊𝘾𝙀𝙉𝘾𝙄𝘼 𝙋𝘼𝙎𝙄𝙊𝙉𝘼𝙇 » 𝙅𝘼𝙔𝙒𝙊𝙉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora