Capítulo Único

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Hace más de un mes que se habían convertido en los campeones del mundo, se posicionaron como los mejores a nivel internacional tras muchos meses de riguroso entrenamiento, pero esa felicidad no podía disfrutarse a plenitud ya que cierto miembro del equipo se mantenía aislado del resto, sin ganas de celebrar o de siquiera socializa, lo único que quería era que la tierra se lo tragara.

El jugador más veloz de la selección llevaba un largo tiempo sintiéndose mal, y lamentablemente para él, el punto de quiebre fue varios días tras dar por finalizado el torneo, más específicamente, después de un partido amistoso para conmemorar que regresaron a Japón con la tan preciada copa.

Recordaba ese momento a la perfección, ya que a su corta edad, podía definirlo como uno de los peores, el más caótico y destructivo, llegando al punto de terminar hospitalizado durante algunas horas, dando declaraciones a la policía, que a su gusto, eran demasiado insoportables.

Kazemaru salió con un chico aproximadamente durante dos años, tiempo que si pudiese, regresaría para hacer las cosas de manera diferente y quizá salvarse a él mismo de todo el dolor por el que pasaba actualmente.

Era complicado, y seguramente ninguno de sus amigos aguantaría escuchar su irritante voz durante tantas horas ¿Quién querría compartir tiempo con alguien como él? Ni que fuera un galán como Goenji, un genio como Kidou, un prodigio como Fubuki o un líder como Endou.

A solas en su habitación, se la pasaba llorando con la cabeza entre las rodillas, mirando sus manos ocasionalmente para recordarse a sí mismo lo horrendo que era, simplemente esos insultos y palabras hirientes no lograban salir de su cabeza ni dejarlo en paz.

Vivía solo, y quizá por eso es que sus padres no se preocupaban de la salud mental de Kazemaru, ya que cada vez que lo llamaban, este fingía derrochar felicidad, ocultando lo que realmente sentía para no arrastrar a nadie a ese infierno que él podía jurar no existía hace un par de años.

Por momentos quería gritar a todo pulmón el dolor que en su interior mantenía escondido, pero inmediatamente se arrepentía de la idea al creer que a nadie le importaría. Todos tienen sus propios problemas, quizá más graves o importantes que los suyos, y siendo así... ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de prestarle atención?

Aquella tarde tenían entrenamiento, pero él no contaba con la actitud necesaria para presentarse ante el entrenador Kudou, mucho menos a sabiendas de que su estado anímico delataría su malestar y generaría incomodidad en medio de sus compañeros.

Uniformado y con una depresión agotadora a cuestas, se quedó en la biblioteca de su casa, para él, leer siempre fue un escape de la realidad y esperaba que esta también hiciera efecto, por lo que desganado se subió en la escalera de madera que lo llevaba hasta la estantería más alta y tomó el primer libro que alcanzó.

“Crónicas de una muerte anunciada” - Un buen libro, muy interesante y con constante suspenso, aunque su trama giraba en torno a la muerte de alguien, más específicamente un asesinato, y ese era un tema que el peliazul prefería evadir a toda costa.

Ya ni recordaba en qué momento los pensamientos suicidas comenzaron a aparecer en su mente. Fugaces e irrelevantes como una idea tonta que algún niño tiene, pero evolutivos, con la capacidad de crecer e intensificarse cada vez más.

Nadie sabía que en el cajón de su mesa de noche guardaba pastillas con las que podría causarse una sobredosis, una navaja que le dejaría las venas secas y hasta veneno para animales, aunque esa idea le gustaba menos, seguramente sería doloroso y por Dios que él no quería sufrir más.

Apenas iba a la mitad de su lectura cuando el timbre de su casa sonó, delicado y elegante como siempre, avisando que en la puerta principal se encontraban visitas inesperadas.

Lo más difícilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora