<<?>> Día Uno

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El día era frío y el viento hacía que las últimas hojas marrones del otoño flotaran pacíficas, bailando en torno a la parada de autobús en la que me encontraba sentado.

Mi cabeza zumbaba y los párpados me pesaban de forma casi inaguantable, dejé caer mi cabeza contra el cristal sucio y rallado del cubículo de la parada. Con el rabillo de mi ojo cansado podía atisbar como el autobús escolar se abría paso entre los charcos, levantando el agua consecuente de la lluvia de la noche anterior. 

Bostecé y un par de lágrimas asomaron a mis ojos. Lo cual me trajo alivio, ya que estaban irritados y rojizos. El uniforme me incomodaba pero aún más incomodo resultaba llevar pegado aquella sombra de cansancio con la que lidiaba.

La noche anterior apenas había dormido. Pasé la noche a la irritante luz de mi lamparita, cifrando y descifrando mensajes sobre mi repugnantemente desordenado escritorio. No podía evitarlo. Los acertijos eran para mí un vicio, y aparte, lo único que me hacía distraerme de la realidad. Y justo la noche anterior necesitaba una buena dosis de distracción. Puesto que no sólo al día siguiente tendría mi primer día en un internado indeseable, sino que además, en esa misma mesa desordenada yacía triste un intimidante recibo de facturas, aparte de una carta de la casera.

Una vez subido al autobús, continué con mi soliloquio sobre mi piso, medio ensueñado.

No era nada sencillo vivir en Gotham, y menos siendo un huérfano desdichado como yo era. 

Había pasado gran parte de mi infancia en un orfanato sucio, lleno de ratas y niños malolientes (así como yo mismo). La casa era una mansión anteriormente abandonada por la familia Wayne, había tenido mejores días. Aquella familia millonaria se regocijaba en su "tan humilde regalo" para aquellos niños malaventurados. Se llevaron todo lo que merecía la pena de aquel edificio, me atrevería decir que dejaron tan solo los tabiques y las moquetas roídas. Y sin embargo, tuvieron la brillante idea de dejar en el salón principal un enorme e imponente cuadro familiar. Me pasé mi infancia sintiendo como esos ojos privilegiados me miraban con lástima, y podía oír como esas medias sonrisas a veces a susurros, a veces a gritos, me decían "Somos mejores que tú. ¡Mírate! Huérfano desgraciado, nunca lograrás estar a nuestro nivel."


Las monjas siempre me lo decían, yo era el mas brillante de ese lugar. Me decían que querían sacarme de allí, que tuviera una mejor vida, un mejor futuro. Me recomendaban a cada familia que pasaba por allí a seleccionar algún niño como si de un producto en un supermercado se tratase. "¡El chiquillo es un amor! ¡Puede que sea un poco extraño y retraído pero es listísimo! ¡Háganme caso!" Y entonces esas familias me dirigían miradas llenas de prejuicios, y yo les contestaba con una expresión impasible. "Lo pensaremos, gracias.". Supongo que yo no era el arquetipo de muñequito desesperado con inocencia porque lo sacaran de allí.

Con 17 años recién cumplidos abandoné ese vertedero de desdicha. "¡Te echaremos de menos!" Decían aquellas monjas, una pena que los sentimientos no sean recíprocos. 

Estuve trabajando como el desgraciado que era. Viviendo de miseria. Y finalmente logré alquilar un piso mohoso, pero acogedor para mi gusto, y como no podía faltar, arrendado por una mujer monstruo que se asimilaba más a una bruja que a una fémina. 

Y finalmente, seis meses atrás recibí una carta en la que se me informaba de que "por mis altas capacidades y cualificaciones se me sería otorgada una beca para la residencia estudiantil mas prestigiosa de Gotham." 

¿Y por que no iba a aceptarlo? Mi vida hacía tiempo que dejó de tener un sentido o siquiera una importancia para mí. Tomé esa opción tan solo movido por la sed de novedad.


El campus era absurdamente amplio, y francamente bonito y cuidado. No estaba acostumbrado a ese tipo de lujo.

Pero, ¿a donde se supone que tenía que ir? Nadie me había explicado cual era el procedimiento para estudiantes nuevos el primer día de clase.

El viento, que antes resultaba apacible, ahora sacudía mi pelo hasta un extremo ridículo.

Si hubiera sabido a quien iba a conocer en ese momento, me hubiera gustado estar mas presentable.

Oí pasos por detrás, los cuales se movían animados hacia mí, casi corriendo.

"¡Disculpa! Me parece que se te ha caído esto."

Me giré más no alcancé a ver quien me estaba hablando. Mi mochila se había entreabierto y todo lo que alcancé a ver fue una mano tendiéndome un papel que me pertenecía en el que se detallaba como descifrar un lenguaje en clave. Sentí como me recorría la vergüenza y un calor característico se formaba en torno a mis mejillas, pocas veces me había pasado eso.

Me fijé en la mano que me estaba tendiendo, amable, ese papel. Pálida, lucía suave, y lucía también como la mano de una persona adinerada, sin callos en las palmas. Sin embargo, esos nudillos no parecían blandos en absoluto, sino al contrario, unos nudillos sólidos, maltratados, y que habían recibido múltiples heridas en el pasado, quizás autoinfligidas.

Alcé la vista para comprobar quien me hablaba, y sentí como el corazón me daba un vuelco y algo comenzaba a ebullir en mi interior.

Esos ojos, los ojos del cuadro. El chico de los Wayne.

No puedo describir lo que sentí en ese momento.

Tomé el papel con mano temblorosa, y me quedé mirando a ese desconocido-conocido con expresión anonadada. De seguro debí de verme estúpido.

En mí hervía una mezcla de rabia, sorpresa, y una pequeña semilla de curiosidad.

Pero era apuesto.

El chico pelinegro me tendió esta vez su mano, su mano privilegiada, blanquecina en la cual destacaban sus venas, y de dedos largos y seductores.

Me sonrió y miró directamente a mis ojos, directamente a mi alma. El rubor en mis mejillas se volvió un color mas intenso.

"Bruce. Bruce Wayne. Encantado."



𝓑𝓻𝓾𝓬𝓮 𝓦𝓪𝔂𝓷𝓮  𝔁  𝓔𝓭𝔀𝓪𝓻𝓭 𝓝𝓪𝓼𝓱𝓽𝓸𝓷 | Bats x RiddlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora