56. LA SANGRE DERRAMADA (Parte 2)

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ELEODORO

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ELEODORO

Creo que fue un error volver aquí. Debí quedarme en un hotel, pero ya estoy harto de hoteles.

Esto está tan lleno de recuerdos, qué no sé si podré soportarlo.

¿Cómo pudiste vivir tanto tiempo solo en esta casa tan enorme?

Corro a su habitación en un impulso, pues creo escuchar algo. Sé que no es posible, pero la imaginación juega conmigo cruelmente.

Abro su clóset en busca de cualquier vestigio suyo.

He llorado tanto, no debería llorar más, debo dejarlo descansar, pero al reconocer su olor, qué sigue atrapado en la botella del perfume que no se terminó, el dolor regresa con más fuerza que antes.

Nunca lloré tanto por Frida y me siento culpable por eso. Espero sepa comprenderme.

Mi teléfono suena, pero las lágrimas me impiden ver bien la pantalla, sin embargo, respondo.

—¡No debiste regresar, maldito! ¡Te hubieras quedado dónde estabas! ¡Debería darte vergüenza, malnacido...!

Cuelgo. No debí responder. Tendré que cambiar mi número ahora. El teléfono vuelve a sonar, solo que esta vez  reconozco el número. Pienso en no responder, además no puedo ni hablar. Oprimo el botón y hago el intento, pero únicamente logró sollozar.

—Salga de ahí, Ele. Ábrame, estoy aquí afuera.

No sé cual tipo de autoridad tiene esa mujer sobre mí, qué no tengo otro remedio que obedecer al toque. Dando tumbos a causa de mi ceguera nocturna, tropezándome con casi todo, llegó hasta la puerta y abro ambas, la de entrada y la del cerco.

Entra apurada, pero cierra antes y se aproxima a mí.

—¡Lo sabía!

No dice nada más, solamente me abraza. Y yo... Yo doy rienda suelta deslizándome hasta el suelo con las manos pegadas a la pared qué alguna vez detuvo su caída. Ella me acompaña hasta el fondo más desesperado de mi existencia y me rodea con sus brazos en el proceso.

¿Por qué todas las mujeres parecen quererme menos mi madre? ¿Por qué solo puedo recibir odio de ella por algo que nunca hice? Tal vez ella no sabe amar a nadie. Ni a mí, ni a ella, ni a sus padres. Hay gente así.

—No se quede aquí. Se lo dije, no está bien.

—No tengo otro lugar a donde ir —dije cuando al fin pude.

—Sí, sí lo tiene.

—Estoy cansado de los hoteles.

—No dije que fuera a un hotel. No es bueno convivir con fantasmas, Ele, ni siquiera con los que uno ama. Venga conmigo. Tiene que descansar para la presentación de mañana.

—¿A su casa quiere decir?

—Si no le molesta. Es muy cómoda, créame.

—Con una condición.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora