Capítulo 1

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Hace algunos años, se sabía de una familia que vivía lejos del mundo de la cultivación, pues ellos creían que no todos los demonios eran malvados e incluso llegaron a auxiliarlos.

La gente decía que, si enfermabas o alguien querido estaba a punto de morir por una extraña enfermedad, la persona afligida debería entrar al bosque cantando o tarareando una canción de cuna, en señal de que no eras un peligro y buscabas ayuda.

A veces, te encontraría una mujer o un hombre, a veces un niño, todos usando una máscara y capuchas. De sus manos emanaría una luz acompañada de mariposas blancas.

La persona se perdería en tal visión de mariposas revoloteando a su alrededor, que no se daría cuenta en qué momento su salvador desaparecía, dejándolo completamente curado.

Los demonios irían también a verlos. Ya se sabía que ellos no negaban sus servicios a nadie.

Sean humanos o demonios, todos debían comportarse, pues la única forma de que se les fuera negada la atención sería una pelea en el territorio de la familia. Una especie de escudo se crearía alrededor del bosque, impidiendo la entrada por semanas o incluso meses.

La familia tenía cuidado, usando talismanes para proteger su hogar, manteniendo a cualquiera a raya, pues ya hubo algunos buscando su poder para usos egoístas o quererlos esclavizar. Ésa fue una de las razones por la que vivían recluidos en aquel bosque.

La otra razón era porque fueron descubiertos ayudando a unos pequeños demonios que eran inofensivos, pero aun así inaceptable ante los ojos de cultivadores.

Estos tenían un don muy peculiar heredado de generación en generación, el cual surgiría a la edad de 10 años y los mayores, tendrían la responsabilidad de enseñarle a usar su poder sanador.

No eran cultivadores, ni tampoco demonios, solo humanos queriendo ayudar a quien lo necesitara.

Aquella familia consistía en una madre, un padre y 5 hijos (unas gemelas y tres niños). Todos nacieron con los mismos característicos ojos color jade como su madre.

El menor de todos era muy apegado a su hermano mayor, a su Da-ge, quien veía por todos sus hermanos y, ayudaba a sus padres a cultivar y cazar.

Los amaba a todos, pero su Da-ge era su héroe (como para todos sus hermanos). Deseaba ser igual a él cuando fuera grande, ayudar con las mismas tareas de la casa y a gente que necesitara de su don.

Ninguno de los hermanos cuestionó la orden de sus padres de nunca alejarse de casa, de mantenerse siempre adentro de la formación que protegía su hogar. Al menos así sería hasta que fueran adultos y podrían viajar por su cuenta.

Su Da-ge pronto dejaría su hogar para viajar por el mundo y quizá conocer a alguien, formar su propia familia.

- No quiero que te vayas Da-ge – dijo el más pequeño de los hermanos con lágrimas en sus ojos.

- Aún falta para ese día mi pequeño Baozi.

- ... no me llames así...

- ¿Por qué no? Eres igual a ellos. ¡Mira esos tiernos cachetes! – el hermano mayor comienza a pellizcar sus mejillas.

El pequeño quería seguir enojado por el hecho de que su Da-ge se iría algún día, pero cómo hacerlo cuando cualquier cosa que hiciera su Da-ge pondría una sonrisa en su rostro.

Sus padres tampoco querían que se fuera, pero no podían obligarle, no querían ser egoístas. Al final de cuentas, ellos tomaron la decisión de recluirse y vivir en ese lugar donde las personas sabrían llegar para ser atendidas.

Mi pequeño BaoziDonde viven las historias. Descúbrelo ahora