Miro mi teléfono y dudo entre si llamar a Fer o no. Necesito hablar con alguien y contarle como me siento o el suicidio dejará de ser sólo una idea descabellada.
Me siento en la cama y miro el techo, no veo la ahora en que amanezca y pueda irme a la universidad de nuevo, para recuperar un poco la tranquilidad.
Desde la conversación de ayer por la tarde con mi madre nada ha sido igual. No hablamos más que lo estrictamente necesario y trato de evitarla a toda costa por la casa. No salgo de mi habitación, únicamente para comer.
Mi teléfono vibra en mis manos con una llamada de un número desconocido. La curiosidad me invade y contesto la llamada.
— ¿Aló? —Digo dudosa. Escucho una risa masculina y frunzo las cejas.
—Verónica, como la canción de caramelos de cianuro. —Dice y reconozco la voz.
—Miguel. —Digo con fastidio. — ¿Cómo conseguiste mi número? —Me molesta un poco saber que alguien por ahí anda dando número de teléfono de las personas.
—Tengo mis contactos. —Se burla. — ¿Estás en la ciudad? —Pregunta con interés.
—Sí, ¿por qué? —Muero por saber el motivo de ésta llamada.
—Pues, yo también y quería saber sí quieres hacer algo ésta noche. —Propone y yo muerdo mi uña. Debería salir un rato, porque no tengo nada mejor que hacer y necesito distraerme para dejar de pensar.
— ¿Hacer qué? —Pregunto, tampoco es que voy a hacer cualquier cosa sólo por salir de aquí.
—Podemos salir a comer, tú escoges el lugar que yo invito. —Ladeo la cabeza mientras pienso. La verdad es que la idea sí me agrada. Me levanto de la cama y voy por mis zapatos.
—Vale. —Accedo y me asegura que en 15 minutos pasa por mí. Busco mi bolso y lo cuelgo del hombro. Salgo en silencio y camino hasta la puerta. Me siento en el porche y espero hasta que veo un auto detenerse frente a mi casa. Baja la ventanilla y me invita a subir con un gesto con la mano.
Me sacudo el pantalón antes de empezar a caminar hasta él.