Al día siguiente, en la mañana de Navidad, una segunda reunión en el hogar de los Pontmercy prometía un espíritu tan festivo y jovial como el de la víspera.
—Mes enfants, no corráis tan deprisa por el comedor —indicaba Cosette a sus pequeños, que, ilusionados por la llegada de los invitados, habían comenzado a trotar por la sala y a arrastrar consigo a Gabriel, su compañero de juegos favorito. Mientras Marius procuraba poner orden (infructuosamente), la sonriente anfitriona dio la bienvenida a Enjolras, Grantaire y Nöelle, quienes habían sido los últimos en llegar—. ¡Cuánto me alegro de veros! Pasad, pasad; llegáis justo a tiempo.
Enjolras y Grantaire le agradecieron, como siempre, su hospitalidad y, tras despedirse del sirviente que los había acompañado desde la entrada principal, comenzaron a saludar a todos en la sala, demorándose en la propia Cosette, su marido y —de lejos, pues se hallaban ocupados con Gabriel— sus animados hijos. Los tres tenían rodeado a su sobrino mientras hablaban atropelladamente a la vez; o, al menos, Fantine-Éponine y Jean Georges lo hacían: el pequeño Courfeyrac, a diferencia de la persona de quien recibía su nombre, solía ser bastante más tranquilo que sus hermanos mayores.
Enjolras y Grantaire se detuvieron, pues, con Nöelle —que no despegaba sus ojos del grupo de niños, quizás inquieta por si se le acercaban, quizás deseando secretamente que lo hicieran— para presentársela a sus dos amigos. Los Pontmercy le dieron la bienvenida cálidamente, Marius con esa cordialidad torpe que le caracterizaba, Cosette con una calidez que le atrajo el favor de la joven desde el primer momento.
Luego, mientras Nöelle se alejaba para saludar tímidamente al resto de los presentes, algo menos cohibida a Gabriel, quien la acogió inmediatamente en el círculo de juegos que había formado con los pequeños, Grantaire les contó a ambos las circunstancias en las que se había encontrado con la muchacha y los motivos por los que Enjolras y él habían decidido acogerla.
—Es una locura —dijo Marius, mirándolos con perplejidad—. No la conocéis de nada, y alguien podría estar buscándola...
—Me dijo que ya no tiene familia —explicó Grantaire, habiendo previsto esa reacción por parte de su amigo y, en todo caso, tenido ya en cuenta esa posibilidad—. De todos modos, Enjolras ha ido a investigar esta mañana por la zona en la que la conocí para averiguar de dónde ha podido salir, por si acaso.
—Esa es la razón de que nos hayamos presentado aquí más tarde —añadió Enjolras—. Disculpadnos.
Las últimas horas de sus vidas, después de todo, habían sido todo un ajetreo. La noche anterior, tras finalizar la velada en casa de Léon y Anne-Marie, Enjolras y Grantaire se habían despedido de sus amigos y, amparados por la oscuridad de la madrugada, se habían dirigido con Nöelle al apartamento de Grantaire, por considerarlo un poco más grande y, sobre todo, más acogedor que el de Enjolras, que este solo usaba para dormir. Una vez ahí, y mientras Nöelle miraba todo a su alrededor con lo que parecía una mezcla de temor y curiosidad, habían dispuesto una habitación aparte —la misma que Gabriel había usado años atrás, cuando Adélina y él aún vivían ahí— para que pudiera acomodarse en ella.
Tras desearle una buena noche, habían dejado a Nöelle con su intimidad y se habían quedado un rato hablando en el salón, decidiendo lo que harían a partir de entonces: si Nöelle se quedaría ahí con Grantaire y Enjolras iría más a menudo al apartamento para estar disponible para ella, si tendrían que buscarle ropa y otros útiles de necesidad lo antes posible, si deberían empezar a indagar sobre su origen para asegurarse de que no la buscaba ningún ser querido... En mitad de esa reflexión, no obstante, Nöelle había asomado la cabeza por la puerta del salón y murmurado, con voz casi inaudible, que no podía dormir; Grantaire se ofreció entonces a acompañarla hasta que conciliara el sueño y permaneció un buen rato sentado en una silla junto a su cama, hasta que la joven cayó por fin rendida al cansancio.
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"Amor, tuyo es el porvenir"
FanfictionParís, Francia, 6 de junio de 1832. Tras el fracaso de la insurrección popular en las barricadas, ante un pelotón de fusilamiento dispuesto a acabar con su vida, Enjolras enfrenta la muerte con dignidad, sabiendo que los Amis de l'ABC han luchado ha...