4. Feliz cumpleaños número 18 y 19
Aparcamos en un lindo restaurante rústico, parecía costoso y ostentoso. Había gente formada en la entrada esperando por una mesa y supuse que nos formariamos como el resto, pero aquello nunca sucedió. Pasamos a la gente formada que nos lanzaba miradas llenas de curiosidad, algunas más largas hacia Thomas, que captaba atención a donde fuera. Un hombre robusto y de la altura de Thomas estaba ahí, Thomas entregó una pequeña tarjeta y el hombre nos dejó pasar.
Una chica rubia y bien maquillada nos recibió. Observó a Thomas por un momento y mostró su perfecta dentadura blanca.
-¿A qué nombre? .- Dijo algo coqueta. Parecía que yo no existiera en aquel plano dimensional, lo cual me fastidió un poco, pero yo conocía bien el efecto Mikaelson lo cual me hizo rodar los ojos. Thomas le devolvió la sonrisa lo que hizo que se ruborizara un poco aquella chica.
-Mikaelson, Thomas.- La chica asintió con sensualidad y la seguimos. Pasamos de largo las mesas, todas estaban ocupadas y nos dirigimos hacia la parte de arriba. Algunas miradas de mujeres de todas las edades o casi todas miraban a Thomas. Una vez más el efecto Mikaelson presente. Seguimos hasta un par de mesas hasta que nos detuvimos en un balcón donde había una sola mesa para dos. La vista de la ciudad era increíble, entreabri los labios un poco porque debia admitirlo Thomas sabía bien cómo impresionar a una chica.
-Es aquí. En un momento más vendrá un mesero a atender su orden.- Thomas asintió y me observo a mi, ignorando una última mirada de la chica llena de deseo. Espero a que me sentara y abrió mi silla. Mire el lugar. Era rústico, los juegos y tonalidades de la madera daban un toque hogareño, la iluminación se basaba en juegos de pequeños focos que formaban hileras largas, la gente vestía con sus ropas más caras y las cartas hacían juego con la mantelería. Observe la ciudad, el Golden Gate adornaba la vista del atardecer, era un Sol cálido, que no molestaba. Miré a Thomas que me observaba con curiosidad. Sus ojos grises se hacían claros al atardecer, de un tono azulado.
-¿Soy o me parezco? .- Sonrió levemente.
-¿Habrá un momento de la vida en el que no estemos a la defensiva?
-Dicen que un Saint Jones y un Mikaelson nunca podrán llevarse bien.- Recordé los escritos en los diarios.
-Nunca digas nunca.- Parecía tranquilo, como si en aquel momento solo fuéramos dos chicos normales y estúpidamente ricos disfrutando de una cena.
-Es una vista maravillosa.- Mencioné mirando al atardecer y el siguió mi mirada hacia el horizonte.
-Lo es, si. Me recomendaron este lugar.
-¿Quien?
-Un amigo que veremos más tarde.- Había olvidado por completo el tema del club. Un mesero llegó a nuestra mesa y por la cara de adolescente enamorado que puso, observó a Thomas por un momento y otro mas y más tarde se dio cuenta de mi presencia.
-Bienvenidos a La Marquesa. Mi nombre es Carlo y seré su mesero el día de hoy.- Sonrío más de lo debido a Thomas y una simple sonrisa a mi. Tomé la carta, y si no fuera porque mis ojos estaban pegados a mi cuerpo se hubieran caído. Precios y cortes que no reconocía, mordí mi labio inferior dudando de qué pedir y los precios eran tan altos como la hipoteca de la casa de mi madre.
-Nos das un momento por favor.- Thomas no miró al muchacho y agradecí con la mirada que no me hubiera puesto en vergüenza.
-¿Quieres que pida por ti? .- Asentí levemente, se que debía tragarme mi orgullo y ser amable. Creí que Thomas lo diría con un tono déspota y prepotente o incluso lástima, como si acabara de rescatar a un perrito de la calle; lo hubiera bañado y perfumado y voala hizo su buena acción del día. En cambio recibí la empatía que yo creía inexistente en Thomas Mikaelson.
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Los Hijos de Anfield: El Legado (#2) [Completa ✔️]
Roman pour AdolescentsHan pasado seis meses desde los acontecimientos que cambiaron el rumbo de la vida de Morgan Adams. Su depresión y sus malos hábitos la han llevado a un camino oscuro y donde ella pensaba no poder sanar se encuentra con una sorpresa. Pero todo cambia...