Capítulo V: Rencor

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-¿Cómo iremos a la Atlántida, Narcisa? No creo que podamos ir en tren, je, je, je.

-En tren no, pero si en submarino. Ya te explicará mi padre-

-Perdona, ¡¿Qué?!

-Si quieres retirarte, no te voy a guardar rencor, Brucie.

-Ni de coña. Voy a estar a tu lado, cueste lo que cueste, amorcito...- dijo él sonrojándome y haciéndome sonreír.

Minerva nos estaba llevando en su coche a mi padre, mi madre, Bruce y a mí al puerto. Era de noche y miraba la luz de las farolas y los coches para intentar quitarme de la mente todo lo que se avecinaba. No quería vivir ninguna aventura, por asombrosa o alucinante que fuera. Solamente deseaba vivir una vida feliz y sencilla, sin embargo, no comprendía muy bien la complejidad de todo lo que me rodeaba. Mitad divina, mitad atlante, y además enamorada del descendiente humano de una leyenda... Una verdadera locura.

Llegamos al puerto y aparcamos el coche al lado.

Paramos el coche y un vehículo bastante grande con forma de pez espada salió de debajo del agua. Metimos el equipaje y, cuando acabamos, Bruce fue a despedirse de Minerva antes de entrar al submarino. Mi madre era el piloto, y el plan, ir directamente a la Atlántida. Parecía sencillo, sin embargo, con mi suerte podía pasar cualquier cosa... No obstante, durante el viaje no ocurrió nada digno de mencionar, salvo el súbito despertar de Bruce. Estaba durmiendo profundamente cuando de repente se sobresaltó y le brillaron los ojos por un instante, con su característico color verde.

-¡AH!

-¡Bruce! ¡Relájate, amor!

-¡Estaba ahí! ¡Estaba justo ahí! Pero... ¿No estaba muerto? ¡Pero si la palmó delante de mí!

-Calma, calma. Dime lo que pasa, Brucie- dije intentando agarrarle la mano.

-¡Merlín! Lo he visto en sueños. Solamente me acuerdo de él, diciéndome que la única persona de la que me preocupo soy yo. Que no lo salvé porque no sabía qué era luchar hasta la muerte. Que no lo salvé porque, a la hora de la verdad, no luchaba por los demás.

-Él no te guardaría rencor por eso... Precisamente, se sacrificó por ti. Un noble y difícil acto, que él decidió, no tú. Además, sí que sabes luchar por otras personas.

-¿Estás segura? Te recuerdo que la última vez que tuve un sueño así fue un presagio.

Lo que dijo el chico me dejó perpleja, desconcertada y un poco aterrada, simplemente me dejó sin palabras. Bruce me agarró la mano y me suplicó que no le dejara dormir el resto del viaje: tenía miedo de volver a soñar. No obstante, este no se nos hizo muy largo y llegamos a la impresionante Atlántida.

-Este lugar es... ¡¡¡ESPECTACULAR!!! ¡Ni viéndolo me lo creo! ¿Ese edificio es una concha de caracol gigante? ¿Esa es una estatua de Poseidón? ¡¡¡OSTRAS!!! ¡¿Hay un rascacielos más alto que el Burj Khalifa?! ¡Lo mejor es que todo está dentro de una cúpula colosal, y solamente puedo ver la superficie de la ciudad! ¡Extraordinario! Ninguna construcción es cuadrada ni feúcha como en la superficie, ¡y parece que rompen las leyes de la física!- Bruce estaba gozando de la hermosa Atlántida- ¿Poseidón vive aquí?

-Durante nuestra estancia verás a Poseidón y a muchos más dioses, Brucie.

-Es una pena que haya venido aquí para ayudar a frenar a Dominus y no para disfrutar contigo de la ciudad, Narcisa.

-Yo siempre disfruto de ti, cariño.- dije sonriendo, mientras salíamos del submarino.

Bruce tenía razones suficientes para asombrarse. La ciudad era, sin duda alguna, el paraje más bello de la tierra. Una ciudad en la que, aún estar oculta del resto del mundo, no había ni rastro de decadencia. Fundada por Poseidón muchísimo tiempo atrás, siempre había estado en cierta rivalidad con el Monte Olimpo, por ser una ciudad para gente común y no exclusivamente para dioses, y sobre todo por haberla superado con creces. En la Atlántida se habían desarrollado arte, ciencia y magia complementariamente. Había edificios que parecían no ser de este mundo gracias a la combinación de geometría, matemáticas y modificaciones arcanas de los materiales y la estructura. Sin duda, el lugar más avanzado de la tierra.

No obstante, no nos imaginábamos en lo que podía convertirse un sitio aparentemente ideal, porque sobre nosotros se cernía unas nubes que taparían el Sol y mermaría la vida de los atlantes. Se acercaba. A cada momento, Dominus estaba más próximo de cumplir su venganza.




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