Bailey está gritando eufórica mientras está montando el poni en el redondel. Mamá lo tiene desde hace un año, pero únicamente lo usa con los niños más pequeños para las clases de equinoterapia. Se llama Rufus, pero Bailey sólo le llama Rus.
Hoy nos hemos despertado muy temprano y conducido hasta Clayton para desayunar con mis padres y pasar el día con ellos, pero en cuanto mi madre ha informado que cepillaría a Rufus, Bailey ha suplicado que la deje montarlo.
Honestamente Bailey, con sus cuatro años y medio, parece tener el porte necesario para montar. Incluso en ocasiones me ha vuelto a ver y alza el montón y se sienta con la espalda recta para que lo note. Voy a tener que apoyarla con su sueño de ser una Jockey, no hay de otra.
—Es bueno saber que Bailey tiene unas muy buenas cuerdas vocales. Estoy seguro que sus gritos se escuchan hasta la carretera —me dice papá, tapándose los oídos—. ¿No querrá cantar ópera? Me deja mucho más tranquilo que cante a que monte caballos en competiciones.
Sacudo la cabeza. —No lo creo. Cuando se le mete algo en la cabeza es muy persistente, ya lo sabes.
—Luego dices que no tiene nada de ti.
Papá me aprieta el hombro y le sonrío. Lo cierto es que son más las cualidad de Rose en Bailey que las que heredó de mí. Pero esta es indudablemente cierta.
—Rose también era muy persistente —le digo, recordándola en mi cabeza—. Fue por ella que Trevor y yo abrimos el bar.
La primera vez que mencioné la idea de tener mi propio bar tenía sólo veinte años. Ya estaba cursando la universidad con Trevor y Rose, pero no sentía emoción por mi carrera. Supongo que cuando no piensas bien antes de elegir qué carreras quieres estudiar y a qué universidad quieres ir, simplemente la experiencia no es tan maravillosa.
Cuando cumplí los veintitrés, fue Rose quien una noche tomó mi mano, me sentó en el sofá y me dijo que quería ver ese bar en la ciudad, que no aceptaba negativas de ningún modo. Íbamos a abrir un bar sí o sí. Y así comenzó.
Trevor me ayudó a conseguir el lugar, Rose me dio su apoyo y se construyó. Y sin duda fue lo mejor que pude haber hecho. El nombre del bar fue idea mía. Rose nunca estuvo de acuerdo porque decía que no era justo que le diera lo más importante de mi bar, pero honestamente creo que no pude haberlo escogido mejor.
Fue muy duro los primeros meses de haber abierto el bar. Entre el embarazo de Rose, buscar un departamento porque ya habíamos comenzado con la idea de vivir juntos, estar comprometidos y hacer conocido el bar no tenía tiempo, pero poco a poco lo fui consiguiendo hasta ser lo soy ahora. Un tipo de veintinueve con un muy galardonado bar en la ciudad.
A veces me abrume saber que Rose nunca podrá ver esto. Que nunca podrá ver con sus propios ojos lo que ella me ayudó a cumplir. Cuando ella murió el bar sólo tenía ocho meses de haberse abierto y no era ni la sombra de lo que es ahora.
De alguna u otra forma, el bar es una parte de ella, y esa parte nos mantiene conectados. Es grato tener algo que todavía me una a ella, además de Bailey.
—Sí —suspira mi padre, pero luego suelta una sonrisa—. Rose, Rose, Rose. Si tan sólo pudieras ver en lo que se ha convertido tu hija.
—Estaría fascinada —le digo, porque recuerdo las muchas veces que apostamos por a quién se iba a parecer más—. Bailey es una réplica de su madre.
Evidentemente, Rose me ganó con ello.
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Mitades del corazón
RomansJordan, divorciada a sus veintisiete, siente el peso de no haber hecho funcionar su matrimonio aún sabiendo que no fue su culpa. Y para rematar, en menos de seis meses lo pierde todo y su vida da un giro de 180 cuando aparece un niño frente a su pue...